Jesús: modelo y
guía
de todos
nosotros
Jesús es el
modelo. En el
evangelio de
Juan, en la cena
con los amigos,
Jesús revela una
enseñanza nueva,
reinterpretando
el “amaos”.
En la enseñanza
antigua, amad
al prójimo como
a sí mismo,
con toda la
fragilidad de la
perspectiva del
amor imperfecto
de cada uno. En
la enseñanza
nueva, la
perspectiva
cambia
radicalmente; no
se trata más del
imperfecto
afecto; ahora el
modelo, la
perspectiva, la
relatividad es
perfectible:
“ámense unos a
otros como yo os
he amado”.
El modelo es
Jesús.
Si Jesús propone
ser posible
tomarlo por
modelo, es que
su ejemplo está
sujeto a ser
imitado. De
hecho, aún
estamos lejos de
poder imitar sus
curas, aunque
podamos, en
escala diminuta,
realizar algunas
curas. Pero no
es para eso que
la mayoría de
nosotros recibió
la oportunidad
de la
reencarnación.
Nuestro
testimonio es
esencialmente
moral.
Aunque Jesús, en
esencia, no sea
un simple
hombre, él se
portó como uno,
exceptuándose
los llamados
milagros. Como
dice Paulo, que
entrevió el
Jesús
“divino”, el
Jesús que se
hizo hombre,
dejando de lado
sus atributos de
Espíritu puro,
semejante a
cualquier
hombre, excepto
por la
imperfección.
Como modelo,
Jesús sigue
adelante como
verdadero
maestro. De
hecho, en su
época, el
maestro seguía
por el camino
moldeando sus
actitudes de
forma a
ejemplificar su
enseñanza; una
enseñanza
eminentemente
práctica. Y sus
discípulos lo
seguían, o iban
después de él,
buscando imitar
su
ejemplificación.
Entonces la
invitación de
Jesús para que
siguiésemos
después de él,
negando nuestros
deseos
inferiores,
responsabilizándonos
por nuestros
deberes, y
soportando con
paciencia y
resignación las
probaciones y
expiaciones.
Jesús no era un
ególatra con
deseo de ser
reverenciado y
adorado por los
hombres; no
quería habitar
en los altares
de oro y piedra;
no quería ser
visto como rey,
o como general
de legiones de
ángeles, o
figurar como el
Hijo de la
Trinidad. Se
tenía una
ambición, ésta
era el deseo de
hacernos
personas que
aman; simple
así. Los
evangelios nos
enseñan el
ejemplo de Jesús
en consonancia
con sus
enseñanzas; el
buen pastor
pastorea su
rebaño con
cariño, con
caridad.
La palabra
caritas
tiene como raíz
carus,
que significa:
la cosa más
importante, el
afecto, el
cariño. Así es
que, el
significado de
caridad es
eminentemente
moral. Paulo
relaciona todas
las
peculiaridades
del término; y
radicaliza su
independencia en
relación a la
beneficencia,
considerando
que, mismo que
distribuyésemos
todos los bienes
a los pobres, si
no tuviésemos
caridad, eso de
nada nos
adelantaría. La
palabra caridad
traduce el
término griego
agape,
que es una de
las palabras que
significan amor
en griego; y el
amor cubre una
multitud de
pecados.
Muchas veces
dijo Jesús: tu
fe te curó. Y
dijo también:
tus pecados
están
perdonados. En
un pasaje
bastante
conocido, en la
llamada unción
de Betania,
después de lavar
los pies de
Jesús con sus
lágrimas y
secarlos con sus
cabellos,
después de besar
sus pies y
ungirlos con
perfume raro,
Jesús dijo que
los pecados de
aquella mujer
estaban
perdonados,
porque ella amó
mucho; y después
dijo a ella: Va
en paz, tu fe te
salvó. Jesús nos
dice, entonces,
que en ciertas
ocasiones, amor
y fe son
sinónimos. Por
eso Paulo afirma
que la fe se
realiza en el
amor.
La llamada buena
nueva era la
noticia que un
mensajero traía
a respecto de la
visita inminente
del Rey a esta
parte. Si Jesús
acepta ser
identificado
como rey, fue
simplemente por
ser el Cristo,
según las
escrituras, una
majestad
terrena, y
porque era,
humildemente, el
representante
del Reino de
Dios en la
Tierra, según el
imaginario
judaico. El
mensajero de la
buena nueva del
Cristo fue Juan
Baptista que
hacía un
bautismo de
conversión, o
arrepentimiento,
y se
concretizaba con
frutos de
conversión y de
arrepentimiento,
mostrando que es
necesario el
cambio radical
de
comportamiento
por la adhesión
al amor del
Padre.
Jesús hace del
servicio el
modelo de la
sublimación. No
vino para ser
servido, pero
para servir y
dar su vida por
la redención de
muchos. Pero la
salvación que
viene del
sacrificio, sea
bien entendido,
no es una acción
mecánica o
milagrosa que se
basta con la
adhesión del
creyente al
misterio de la
encarnación, o
al
reconocimiento
de que Jesús es
el Señor
resucitado de la
muerte. No basta
creer, es
necesario
adherir al
proyecto del
evangelio, que
es servir sin
esperar nada en
cambio; servir
desinteresadamente.
La fe es
fundamental,
pero la fe
fructifica en el
amor. El
sacrificio de
Jesús produce la
salvación porque
engancha el
discípulo a
seguir su
ejemplo:
sacrificar los
deseos egoístas
y servir al
prójimo. El
amor, que parece
tan distante de
nuestras
imperfecciones,
puede
manifestarse hoy
por el acto de
la comprensión,
de la
indulgencia, del
perdón, de la
benevolencia, y
de la
afectuosidad.
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