“Viví, vivo y
viviré, porque
soy inmortal”
Ésas son las
palabras
inscritas en la
lápida de la
tumba de Cairbar
Schutel, en
Matão (SP),
palabras
sugeridas por él
mismo en su
primera
comunicación en
la misma noche
después de
desencarnarse.
Su convicción en
la inmortalidad
fue su mayor
legado y también
el alimento para
la noble
caminata de un
bendito trabajo
hecho siempre
con enorme amor.
Sin embargo,
como muchas
otras
personalidades
que se dedicaron
al Movimiento
Espírita, él no
es muy conocido
actualmente.
Como sabemos,
los grandes
nombres del bien
son sencillos,
pasan hasta
desapercibidos
por el escenario
del
reconocimiento,
pero no a los
ojos de la
Bondad Divina y,
por tanto
beneficio
prestado, son
reverenciados
por el
contingente de
centellas
amparadas y por
la linda luz que
encienden en su
camino.
Cairbar Schutel
poseía una
notable
capacidad de
trabajo en un
tiempo donde las
posibilidades de
divulgación de
las ideas eran
extremamente
limitadas. Su
objetivo era
llevar a un gran
número de
personas el
conocimiento
doctrinario que
conforta,
ampara, orienta
y responde a las
cuestiones
comunes de la
vida y nos da el
sentido pleno de
vivir.
Su producción
literaria era
continua, tenía
rico material
para traducción
y aún escribía
artículos para
periódicos. Él
utilizaba una
variedad de
recursos para
divulgar la
sublime
doctrina,
incluyendo
conferencias,
algunas de éstas
proferidas hasta
para los presos
de la cárcel de
Matão. Y se
sentía con ánimo
bondadoso
también para
auxiliar los
necesitados con
su trabajo de
farmacéutico.
Era un hombre
que tomó la
delantera de su
tiempo, un
Espíritu que ya
comprendía la
importancia de
la luz del
Espiritismo y de
la necesidad de
progreso de la
criatura humana.
Su fidelidad a
Jesús era
visible en su
humildad, en su
desinterés por
las cosas
mundanas, en su
corazón
bondadoso que
sólo deseaba el
bien en sus
múltiples
posibilidades.
Schutel tenía
Jesús como
modelo y guía y
seguía el
Espiritismo
basado en Allan
Kardec. Y con
tanta certeza de
lo que
aprendiera y
vivía con
integridad en su
corazón,
defendía los
preceptos
doctrinarios
delante de los
incrédulos,
ignorantes y aún
delante de los
combatientes del
Espiritismo. Y,
como siempre
ocurre con
grandes hombres
responsables por
eminentes
trabajos, con
Schutel también
ocurrió: fue
amparado
plenamente por
un noble equipo
de trabajadores
que favoreció
ese desarrollo.
La comprensión
era amplia y
Cairbar Schutel
fue, aún en
vida,
considerado el
Padre de la
pobreza, pues no
se limitó a
ayudar, como
también dispuso
su farmacia para
los necesitados,
sin exigir nada
en cambio,
simplemente el
verdadero
socorro de quien
posee un poquito
más y sabe donar
a quien en el
momento tiene un
poquito menos.
Y, como si eso
no fuera
suficiente, su
amor y sus
cuidados con los
animales también
eran evidentes.
Cairbar los
protegía y
trataba como
hermanos
menores,
necesitados de
amor y atención,
constituyéndose,
como se ve, en
un ejemplo
maravilloso de
cristiano en que
el orgullo y la
vanidad jamás
tuvieron espacio
en sus días de
trabajo
incesante en la
mies del bien.
Seres benditos
siempre caminan
por el mismo
suelo de los
sencillos a
desarrollarse,
hijos todos del
mismo Padre
Omnipotente,
que, en auxilio
a los hijos
menores, encarga
los mayores de
la necesaria
responsabilidad
de los grandes
ejemplos que
instruyen y
transforman
pasos cortos en
pasos más
largos.
Cairbar Schutel,
con su
convicción en la
inmortalidad y
plena fidelidad
a Jesús, fue y
continua siendo
uno de esos
hermanos que
mucho nos enseñó
y continuamente
nos enseña,
apuntándonos con
sus palabras y
sus ejemplos el
rumbo que nos
hay de llevar a
la meta para la
cual fuimos
creados, o sea,
la perfección.
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