Una vida sin
reflexión es una
vida sin
vitalidad
“Un punto
esencial es
percibir las
emociones como
aliadas en
nuestro proceso
de descubierta
íntima y de
iluminación
interior. Además
de eso, entender
que no es
posible y ni
deseable
interrumpir,
como una
contención
ilimitada, las
emociones que
sentimos. Es
necesario
manejarlas.
Tanto las
llamadas
emociones
positivas cuanto
las negativas
están puestas en
nosotros con
funciones
impulsadoras de
nuestra madurez
psíquico-espiritual.” (Leonardo
Machado, en
entrevista
publicada en
esta edición,
uno de los
relieves de esta
semana.)
Los impulsos
inconscientes
buscan su
manifestación,
pero la
represión del
consciente
impide la
satisfacción de
esos deseos
inconscientes,
de modo que esos
deseos o
impulsos buscan
manifestarse por
símbolos en vías
indirectas.
Cuando,
exageradamente,
el consciente
ejerce una
función
represora, el
cuerpo enferma.
Y se paga,
entonces, un
precio muy alto
al reprimir la
satisfacción de
un deseo.
Los deseos que
nos son
peculiares se
manifiestan como
si fuesen
síntomas. Y
pueden ser cogidos en
su gravitación
con una actitud
vigilante y
consciente.
Freud dice que
el destino de
los impulsos y
deseos es
tornarse
conscientes,
promoviendo una
vida donde la
reflexión sea la
característica
del ser.
“Conócete a ti
mismo.” (Frase
atribuida a
Tales de Mileto,
uno de los siete
sabios de la
antigüedad
griega.)
El
autoconocimiento
es tan
importante
cuanto el
análisis de los
contenidos
descubiertos.
Sin la
observación de
nuestros
comportamientos,
nuestra vida es
en vano,
repitiendo los
mismos
mecanismos
represores. Esa
repetición es un
mecanismo
mórbido, que
puede degenerar
en enfermedad.
El análisis de
esos contenidos
inconscientes
posibilita, a
través del
mecanismo de
autoconocimiento, “tomar
las riendas” de
esos impulsos y
controlar la
propia
existencia.
“Una vida sin
reflexión no
vale la pena ser
vivida”, decía
Sócrates. Muchos
de nosotros
vivimos en la
repetición de
mecanismos de
comportamiento,
sin reflexionar
sobre la propia
existencia. No
percibimos la
morbidez que
existe a veces
en tal
comportamiento.
Y, sin embargo,
pasamos por tal
automatismo sin
buscar la
conciencia de
nuestro pensar,
hablar y actuar.
Una vida sin
reflexión, como
pensaba el
mencionado y
admirado
filósofo, es una
vida sin
vitalidad, en
que no
reflexionamos
sobre nuestro
comportamiento y
no conocemos
quien somos y
cuál es la
dirección de
nuestros
objetivos.
“Conoceréis la
verdad y la
verdad os
libertará.” (Enseñanza
de Jesús
apuntado por
Juan, 8:32.)
Cuando se torna
manifiesto un
contenido
inconsciente, la
conciencia es
libertada de la
represión y la
cura ocurre. Es
en este sentido
que el deseo es
libertado.
Conoceremos la
verdad al
respecto de
nosotros mismos
y seremos
libertados de
nuestros vicios
y del aparato
represor. Pero
es necesario
cuidado al
permitir la
satisfacción de
los deseos sin
criterio, porque
nadie ignora que
existen
contenidos
negativos que no
deben
satisfacerse.
Todo ese proceso
es resultado del
autoconocimiento.
Y verbalizar es
esencial para el
éxito del
trabajo de
autoanálisis.
Una manera de
así proceder es
recomendada por
Agustín de
Hipona
(Espíritu) en El
Libro de los
Espíritus,cuestión
919-a, en lo
cual él nos
recomienda el
análisis de
nuestro
comportamiento a
lo largo de cada
día. Conociendo
nuestro modo de
actuar, podemos
reconocer
nuestro proceder
y nuestros
puntos débiles.
Los impulsos son
parte importante
de nuestra
economía mental.
No sólo se
expresan en
nuestro
comportamiento
como guían
nuestras ideas.
Si tenemos la
vigilancia
necesaria para
analizar
nuestros
pensamientos,
tendremos un
conocimiento
bastante claro
de nuestros
impulsos y
deseos. Para
tanto, es
necesario
reflexionar
sobre ellos,
porque estamos
muy ocupados con
el
comportamiento
ajeno, olvidando
que es para
nosotros que
debemos volver
nuestra
observación.
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