Cansado de quedarse
dentro de casa, Celso
salió al jardín. Le
gustaba quedarse en el
portal viendo la calle,
el movimiento de los
carros y las personas
que pasaban.
En eso, Celso vio del
otro lado de la calle a
un niño de expresión
triste, sentado en el
borde de la vereda.
Estaba sucio, mal
vestido y descalzo.
Celso sintió pena por el
niño, que tendría más o
menos su misma edad:
ocho años.
Abrió el portón,
atravesó la calle y fue
hasta donde estaba él.
Acercándose, le preguntó:
- ¡Hola! ¿Puedo sentarme
aquí contigo?
El niño levanto su
cabeza para ver quién le
estaba hablando y se
extrañó a ver a un niño
de su tamaño. Se encogió
de hombros, como si
diera: Siéntate. ¡La
calle es pública!
Celso se sentó y comenzó
a conversar:
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- ¿Por qué estás tan
triste?
- ¿Por qué quieres
saber? – respondió el
desconocido con otra
pregunta.
Y Celso extendió el
brazo y apuntó con el
dedo:
- ¿Ves esa casa de allá?
Ahí es donde vivo.
Estaba mirando la calle
y te vi tan triste que
no pude evitar venir
aquí.
¿Qué ha pasado?
El niño respiró
profundamente y contó:
- Es una larga historia.
Mi mamá murió y mi papá
me abandonó.
Desesperado, salió por
el mundo y no sé dónde
está. Fui enviado a la
casa de una tía, pero
pasé tanta hambre, sufrí
tantos maltratos que no
aguanté más y me escapé.
Ahora no tengo a dónde
ir y vivo en la calle.
Cuando tengo hambre,
pido en alguna casa.
Para dormir, me escondo
en algún rincón, debajo
de algún puente o en
alguna casa abandonada.
Celso estaba apenado.
¡Nunca pensó que
existieran niños como él
sufriendo tanto!
- No te muevas de ahí.
¡Voy a mi casa y
regreso! – dijo al niño.
Hizo un sándwich, tomó
un vaso de café con
leche y regresó junto al
niño, entregándoselo.
Los ojos del niño
brillaron al ver la
merienda. Devoró todo y
después agradeció:
- Gracias. ¡Tenía mucha
hambre! ¡Pero no sé cómo
te llamas!
- Celso. ¿Y tú? – y
extendió la mano al
otro, dándole un
apretón.
- ¡Mi nombre es Luisito!
¡Eres excelente, Celso!
Los dos se pusieron a
conversar. Después de un
tiempo, eran tan amigos
que Celso deseaba poder
ayudar a Luisito.
Entonces, pidió que lo
esperara y regresó a su
casa.
Celso había visto a su
papá entrar en casa
después del trabajo.
Entonces, acercándose a
él, le pidió:
- Papá, me gustaría que
conocieras a un amigo
mío.
¡Ven conmigo!
El papá, a pesar de
estar cansado, estuvo de
acuerdo y acompañó a su
hijo.
Entonces, Celso le
mostró:
- ¡Mira, papá! ¡Ese niño
de ahí, al otro lado de
la calle, necesita de
ayuda!
El papá miró al niño
sentado al borde de la
vereda y reaccionó
sorprendido:
- ¡Pero hijo mío! ¡Es un
niño de la calle!...
Celso, con los ojos
llorosos, volteó hacia
su papá, considerando:
- Papá, el otro día
hablaste de Jesús y
dijiste que debemos amar
a todas las personas
porque son nuestros
hermanos, ¿te acuerdas?
- Tienes razón, hijo.
¡Pero no sabemos quién
es ese niño! ¡Él puede
tener malos hábitos,
hasta puede estar
acostumbrado a robar!...
¿Cómo confiar en alguien
que no conoces? –
respondió el papa,
estremecido por el
argumento del hijo.
El niño pensó un poco, y
después volvió a
preguntar:
- Papá, pero si los
buenos no amparan a los
malos, ¿cómo podemos
ejercitar la
fraternidad?
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El papá, vencido por el
nuevo argumento de su
hijo, emocionado por la
grandeza de su alma, lo
abrazó y estuvo de
acuerdo:
- Tienes razón, hijo
mío. Si nos consideramos
cristianos, tenemos que
actuar como Jesús nos
enseñó.
Atravesaron la calle y
el papá de Celso
conversó un poco con
Luisito, después lo
invitó:
- Luis, queremos que
vengas a nuestra casa.
- Señor, le agradezco su
bondad. Pero no me
conoce, ¡ni sabe quién
soy yo! – respondió el
niño, sin poder creer lo
que estaba oyendo.
Ante esas palabras, el
papá de Celso respondió
conmovido: |
- No necesito conocerte
para saber que eres un
buen niño. Te quedarás
con nosotros el tiempo
que quieras. Irás al
colegio con Celso y
tendrás la vida de todo
niño de tu edad. Si
algún día tienes
noticias de tu padre y
quisieras quedarte con
él, tendrás toda la
libertad.
Haré lo que pueda para
ayudarlos.
Atravesaron la calle y,
antes de entrar por el
portón, feliz pero aún
indeciso, Luisito quiso
saber:
- Señor, ¿y la mamá de
Celso?
¿Ella estará de acuerdo?
- Estoy seguro que sí.
No te preocupes.
Entraron en la casa y el
papá explicó la
situación a su esposa.
Al ver al nuevo huésped,
ella sonrió,
abrazándolo. Después,
pidió a Celso que tomara
algunas ropas para que
Luis pudiera tomar un
baño, mientras ella
terminaba de preparar el
almuerzo.
Limpio, bien vestido y
usando zapatillas
nuevas, media hora
después Luisito apareció
con
Celso en la sala, donde
estaba servida la
comida.
Todos estaban felices.
El papá dijo al nuevo
residente:
- En nombre de Jesús,
¡sé bienvenido a nuestra
casa!
MEIMEI
(Recibida por Célia
Xavier de Camargo,
Rolândia-PR, el
19/03/2012.)
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