A medida que el ego se
hace consciente
de los valores
impresos en el Self,
se hace factible
una programación
saludables para
el
comportamiento
“Se reconoce
al verdadero
espírita por su
transformación
moral y
por los
esfuerzos que
emplea para domar sus
inclinaciones
malas”. - Allan
Kardec1
¡Estudiando la
historia de los
pueblos, no
quedará difícil
concluir que la
génesis de los
instintos
agresivos –
habituales en
los días
actuales - se
mezcla a la
génesis del
propio hombre,
por lo tanto, se
pierde en la
noche de los
tiempos!... En
la frase en
epígrafe,
observemos que
Kardec usó el
verbo “domar”.
Y él estaba,
(como siempre!),
lleno de razón,
porque para
revertir los
instintos
agresivos en
“actitudes
educadas”, hay
que emplear
ingentes
esfuerzos de
autodomesticación.
Y caso no
vengamos a tomar
la iniciativa
por nosotros
mismos, los
mecanismos
divinos pasarán
a actuar tal
como enseña
Lázaro al
amonestarnos2:
“(...) ¡ay
del espíritu
perezoso, ay de
aquel que cierra
su comprensión!
Pues nosotros,
que somos los
guías de la
humanidad en
marcha, le
aplicaremos el
látigo y le
someteremos la
voluntad
rebelde, por
medio de la
doble acción del
freno y de la
espuela”.
La psicoterapia
ante los instintos
agresivos
Joanna de
Ângelis nos
lleva a un viaje
a las abismales
e ignotas
profundidades
del “Self”,
donde están
firmemente
implantadas las
raíces de los
instintos
agresivos,
mostrándonos
como
extirparlos.
Según la noble
Mentora, “una
psicoterapia
eficiente libera
al paciente no
sólo de los
conflictos, sino
también de las
pasiones
primitivas, que
pasan a ser
direccionadas
con equilibrio,
transformando
los impulsos
inferiores en
emociones de
armonía. Las
imágenes
arquetípicas que
emergen del
inconsciente
personal,
herencias
algunas de los instintos
agresivos que
predominan en la
naturaleza
humana,
resultantes del
proceso
antroposociopsicológico,
se hacen
diluídas por la
razón, en un
trabajo de
concienciación
de sus inclinaciones
malas e
inmediata
superación,
conforme acentúa
Allan Kardec, el
ínclito
Codificador del
Espiritismo.
Esas inclinaciones
malas o
tendencias para
actitudes
primitivas,
rebeldes,
perturbadoras
del equilibrio
emocional y
moral, son
herencias y
atavismos
esculpidos en el Self,
en razón de la
ancha
trayectoria
evolutiva, en
cuyo curso
experimentó el
primarismo de
las formas
ancestrales, más
instinto que
razón,
caracterizadas
por los impulsos
automáticos que
por la lógica
del
discernimento.
Impregnando el ego con
su carga de
pasiones
asalvajadas,
necesitan ser
trabajadas con
ahínco, a fin de
que abandonen
los cimientos
del
inconsciente, en
el cual se
encuentran, y
puedan ser
disueltas,
sustituidas por
los mecanismos
de los
sentimientos de
amor, de
compasión, de
solidaridad...
(...) A medida
que el ego se
hace consciente
de los valores
implantados en
el Self,
se hace factible
una programación
saludable para
el
comportamiento,
trabajando cada
dificultad, todo
desafío,
mediante la
reconciliación
con su realidad
eterna. Los
fenómenos que
parecen obstar
el proceso de
maduración
psicológica,
ceden lugar a
los estímulos
por las
conquistas que
se operan,
emulando la
nuevas
realizaciones
edificantes que
enriquecen de
alegría las
relaciones
familiares,
sociales y
humanas en
general. Es una
forma del
paciente
desencarcelarse
de los impulsos
perniciosos, que
solamente
contribuyen para
asalvajar los
sentimientos y
emparedar las
aspiraciones en
el estrecho
espacio de las
ambiciones
tormentosas.
(...) La
necesidad de
trabajar las
tendencias
primarias, los
instintos
dominantes y
primitivos, se
hace
imprescindible
en todos los
individuos. Todo
ese patrimonio
psicológico
ancestral que en
él permanece, le
constituye un
nivel inicial
del proceso para
la adquisición
de la conciencia,
que no puede ser
violentada, sin
graves
perjuicios, en
lo que concierne
a otras
manifestaciones
que forman parte
de la realidad
de los propios
instintos. Esa
batalla íntima
se hace posible
gracias a los
estímulos que
transcurren de
los primeros
resultados,
cuando son
vencidas las
etapas iniciales
de la lucha
interna que se
procesa con
naturalidad.
Como no se
pueden llenar
espacios
ocupados, se
hace imperioso
sustituir cada
impulso
perturbador por
un sentimiento
ennoblecido,
ampliando el
área de
comprensión de
la vida y
disputando la
armonía en el
cometimiento de
la salud.
Dejando de lado
los impulsos
instintivos...
Merece sea
evocada,
nuevamente aquí,
la ya analizada
sabia propuesta
de Krishna al
discípulo
Arjuna, conforme
es narrada en el Baghavad
Gita, cuando
el primero le
refiere que, en
su condición de
príncipe pandava,
tendrá que
luchar con
obstinación
contra los familiares del
grupo kuru,
aunque esos sean
numéricamente
mayores. No
obstante el
joven candidato
a la plenitud
deseara la paz,
fue tomado de
temor por
considerar que
le sería
imposible
combatir a los
demás miembros
de su familia,
generando una
tragedia de
grande porte.
Además, ignoraba
donde sería esa
batalla
vigorosa. Pero
el maestro,
compasivo y
sabio, lo
amonestó,
informando que
se trataba de
familiares, sí,
porque eran
procedentes de
la misma raíz,
pero que los pandavas eran
las virtudes
mientras los kurus eran
las adicciones,
en ese
inter-relacionamiento
que se
estrechaba en la
causalidad de
los fenómenos,
pero que la
victoria, a buen
seguro, sería de
aquellos valores
nobles mientras
que la lucha
tendría que ser
obstaculizada en
el campo de la
conciencia...
Ese momento del
despertar de la
conciencia para
la realidad del Sí,
también
significa la
alegría de
reconocer la
necesidad de
liberarse de las
pasiones
disolventes,
generadoras de
tormentos.
Indudablemente,
el pasado
programó en el
ser las
necesidades de
su evolución,
apuntándole una
finalidad, un
objetivo que
debe ser
alcanzado
medíante todo el
empeño de su
inteligencia y
de su
discernimiento.
Dejando de lado
los impulsos
meramente
instintivos que
lo vienen
guiando a través
de los milenios,
ahora despierta
para la razón,
descubriendo la
esencialidad de
la vida, que en
él mismo se
encuentra como
tendencia
inapelable — su
destino — que es
la armonía, la
plenitud
ambicionada...
Es inevitable
que, durante esa
trayectoria,
aparecen las
dificultades,
hoy amenazadoras,
que formaron
parte de las
conquistas
pasadas, y, en
su momento,
fueron los
mecanismos de
supervivencia y
de victoria del
ser en relación
al medio hostil
y a los
semejantes
primitivos que
lo buscaban
diezmar.
Venciendo las
impresiones que
permanecen del
ayer, el suyo
servirá para
diseñarse
atractivo y
enriquecedor,
por propiciarle
metas idealistas
que irán a
desarrollar los
sentimientos y
la inteligencia,
encargados de
seleccionar los
recursos que lo
pueden impulsar
para la
conquista de la
salud integral y
del equilibrio
social”.
Lo que hoy se
entende por
inteligente
Nuestro colega
psicólogo,
Adenáuer Novais,
nos ofrece ricos
subsidios para
el trabajo
íntimo de
erradicación de
los instintos
agresivos, y el
secreto está en
el desarrollo de
nuestra
Inteligencia
Emocional. Según
Novaes, existen
varios tipos de
inteligencia. A
partir del
contenido de la
cuestión número
veinticuatro de
“El Libro de
los Espíritus”,
en la cual los
Benefactores
Espirituales
afirman que “la
inteligencia es
un atributo
esencial del
Espíritu”,
el autor revela
que la pobreza
de nuestra
comprensión y
del lenguaje no
nos permite
mayores
descubrimientos
acerca de la
esencia del
Espíritu,
mostrando que lo
mismo ocurre com
el concepto de
la palavra “inteligencia”.
Sobre la
inteligencia,
explica Novaes4:
“(...). Por
mucho tiempo se
consideró la
inteligencia
como el atributo
principal para
designar el
máximo de la
capacidad del
ser humano en
hacer del mundo
y sus desafíos.
La palabra
resumía todo lo
que se quería
afirmar acerca
de la capacidad
de cada ser
humano en lo que
dice respecto a
sus aptitudes
intelectuales.
Pero, en
absoluto, ella
no consigue
resumir todas
las cualidades
ni la diversidad
de la naturaleza
humana. Las
capacidades
intelectivas
humanas no más
pueden resumirse
a la palabra
inteligencia.
Ella concluye
sólo el dominio
lógico-matemático
y
linguístico-verbal
de la mente
humana. El
Espíritu, en la
riqueza de su
evolución y en
la complejidad
de sus
potencialidades
tiene más que la
inteligencia,
como muy bien
colocaron los
Espíritus en la
Codificación al
afirmar que ella
es sólo uno de
los atributos
del Espíritu.
Como la ciencia
de la época no
valoraba otras
formas de
manifestación de
las capacidades
psíquicas del
ser humano se
confundía el
Espíritu con la
inteligencia.
Pero hoy,
después de
estudios y
nuevas formas de
percepción y
valorización de
las capacidades
humanas, podemos
afirmar que la
inteligencia en
todas sus
manifestaciones
es sólo uno de
los muchos
atributos del
Espíritu. El
dominio de las
inteligencias,
perteneciente al
Espíritu, aún se
encuentra de tal
forma concebido
como un carácter
cerebral que no
se avanza en la
percepción de la
totalidad y de
la realidad
psíquica de la
persona. La
ciencia se
obstina en
atribuir al
cerebro los
potenciales que
pertenecen al
Espíritu, que se
utiliza de
aquello que su
estructura
física
posibilita
manifestar.
La denominación
de inteligencia
obedece a una
época en que
faltaban
términos para
definir las
capacidades del
Espíritu. Tal
vez aún falten,
sin embargo es
fundamental
entender que la
falta no se debe
al lenguaje,
sino al
aprisionamiento
a paradigmas
mecanicistas y
estrictamente
vinculados a una
concepción
materialista y
utilitarista de
observar el ser
humano. Las
inteligencias
definidas por la
ciencia como
capacidades
intelectivas,
lejos de ser
meros campos de
evaluación del
saber, se
aproximan,
aunque que de
forma tímida, a
las facultades
del Espíritu.
Podríamos
redefinir
inteligencia
como una aptitud
del Espíritu,
que resume gran
número de
funciones
independientes,
tales como:
imaginación,
memoria,
atención,
conceptuación y
raciocinio, de
entre otras...
Ella resulta del
aprendizaje a
través de la
formación de
hábitos oriundos
de los
condicionamientos
reflejos así
como de la libre
expresión del
Espíritu en la
utilización de
su libre
albedrío. Es
una función
compleja de
adaptación al
mundo donde la
conciencia se
hace cada vez
más capaz de
comprender,
criticar y
decidir sobre
una nueva
situación.
Inteligencia es
la capacidad de
ordenar,
organizar y
utilizar los
pensamientos y
emociones en
provecho propio;
es la capacidad
de reunir
procedimientos
adecuados para
hacer cosas; es
la capacidad de
resolver
problemas o de
crear
situaciones que
sean valoradas
dentro de uno o
más escenarios
culturales.
Desviando la
concepción de
inteligencia
como algo
conectado al
raciocinio y al
conocimiento
intelectual,
Gandhi decía que
‘‘los únicos
demonios de este
mundo son los
que circulan en
nuestros
corazones. Es
ahí que la
batalla debe ser
frenada”. En
el mismo rumbo
de Gandhi,
Antoine de
Saint-Exupéry,
en El
Pequeño Príncipe,
afirma que “es
con el corazón
que se ve
correctamente;
lo esencial es
invisible a los
ojos”. Uno y
otro buscan
colocar que
existe algo más
allá de lo que
la inteligencia
quiere
significar. Hay
capacidades
emocionales que
huyen del
dominio de
aquello que se
conoce con el
nombre de
inteligencia.
Concepto de
Inteligencia
Emocional
Las famosas
pruebas QI, en
razón del amplio
abanico de las
potencialidades
humanas, se
muestran
inocuos, una vez
que no pueden
comprender toda
esa superlativa
gama de
potencialidades;
por lo tanto,
son ineficaces
para medir la
inteligencia y
las aptitudes
del Espíritu.
Según aún el
psicólogo
Adenáuer, las
pruebas de QI
comprenden
parcialmente
sólo dos
inteligencias:
la inteligencia
linguística o
verbal (del
dominio del
habla) y la
inteligencia
lógico-matemática
(del cálculo, de
la percepción
algebraica).
Pero existen
otras
inteligencias,
además de esas
dos, como por
ejemplo: la
inteligencia
musical, la
inteligencia
corporal-cinestésica,
la inteligencia
espacial, la
inteligencia
intrapersonal,
la inteligencia
interpersonal,
la inteligencia
intuitiva y la
Inteligencia
Emocional. En
esta última,
está nuestra
gran aliada para
la domesticación
de los instintos
agresivos.
Aprendamos con
Adenáuer4 lo
que es,
finalmente, la
Inteligencia
Emocional, que
es la capacidad
de reconocer
sentimientos, y
aplicarlos
eficazmente como
una energía en
favor de la
supervivencia,
adaptación y
crecimiento
personal. ES
la capacidad de
sentir, entender
y aplicar
eficazmente el
poder y la
perspicacia de
las emociones
como una fuente
de energía,
información,
conexión e
influencia
humanas.
Mahatma Gandhi
decía,
demostrando
haber integrado
sus defectos y
llegado al
equilibrio y a
la armonía
espiritual
deseable a
cualquier ser
humano: “soy
un hombre
mediano con una
capacidad menos
que mediana.
Admito que no
soy
intelectualmente
brillante. Pero
no me importa.
Existe un límite
para el
desarrollo del
intelecto, pero
ninguno para el
del corazón”.
El desarrollo de
la inteligencia
emocional se da
con la aparición
de la empatia,
que es la
capacidad de
identificarse
con el otro,
sintiendo lo que
él siente. Eso
presupone:
comprensión,
tolerancia y
paciencia. La
Inteligencia
Emocional
comprende:
autoconocimiento,
administración
de humores,
automotivación,
educación del
impulso y
sociabilidad”.
Para mejorar
nuestra
Inteligencia
Emocional y
despertar los
potenciales
creativos
interiores que
la fortalecen,
debemos, según
aún nuestro
colega Adenáuer,
tomar las
siguientes
actitudes4:
en no molestarse
con cosas
pequeñas;
cultivar
optimismo y
entusiasmo, que
significa tener
a Dios dentro de
sí; cultivar la
persistencia
objetiva;
desarrollar la
propia
singularidad
(estilo
personal) y la
simplicidad; siempre reconocer
los errores;
saber oír y
escuchar al
otro; aprender a
hacer distinción
entre los actos
y la persona que
los practica;
mirar en los
ojos de la
persona con
quién hablar;
creer en aquello
que diga;
reconocer y
sentir la
emoción, no
negarla o
minimizarla;
cultivar la
amorosidad, la
humanización y
la compasión...
La Inteligencia
Emocional en el
proceso
evolutivo
Para hacer
realidad nuestra
Inteligencia
Emocional,
debemos
considerar que
cualquier
derrota es
aprendizaje
importante tanto
en cuanto a
victoria.
Persistir en la
búsqueda de
alternativas
diferentes para
los problemas
aparentemente
insolubles, sin
atribuirse
incompetencia.
Además de los
objetivos
inmediatos y más
próximos,
debemos
desarrollar
internamente la
creencia en un
objetivo global
para la vida
como un presente
de Dios.
Considerar
importante
planear,
organizar y
responsabilizarse
por todo lo que
ocurre en la
propia vida.
Aprender a
guiarse por la
razón y por los
sentimientos,
buscando
alternativas que
concilien esas
posibilidades.
Estimular en sí
mismo, en el
propio carácter,
los aspectos más
puros y nobles
que posee. Amar
la simplicidad,
las personas, a
sí mismo y la
vida.
Fundamental es
desarrollar la
autoestima. Para
tanto no es
preciso nada de
excepcional en
la personalidad.
Es suficiente
considerarse
hijo de Dios y,
por lo tanto,
detentor de
habilidades
mínimas para el
desempeño
adecuado en el
arte de vivir;
cultivar la
seguridad
física,
valorando
adecuadamente el
cuerpo, no se
sintiéndose
intimidado o con
miedo de la
vida; tener su
creencia
personal sobre
el propio origen
divino; tener la
certeza de que
la propia vida
ha significado y
una dirección
definida; buscar
no perturbarse
con pequeñas
derrotas,
consciente de
que mejorará el
propio desempeño
en la próxima
vez; no permitir
que la propia
ansiedad
confunda la
preparación para
enfrentar nuevas
pruebas;
finalmente,
cultivar la
simpatía.
(...) Las
emociones son
reconfiguraciones
del Espíritu. El
uso de la
inteligencia no
debe limitarse a
conocer los
objetos o aún
servir para
caracterizarles
con nombres o
utilidades. Ella
representa
adquisición
superior del
Espíritu y debe
ser colocada a
servicio del
amor, sin el
cual se hace
herramienta
inútil y
peligrosa.
La Inteligencia
Emocional, o la
capacidad de
administrar
afectos,
emociones y
sentimientos, es
el factor más
importante de la
evolución del
Espíritu, en su
actual estadio
en el planeta.
Esa adquisición
posibilitará la
percepción de
leyes
transcendentes
que lo
capacitarán a
alcanzar límites
fuera del
sistema solar”.
-
KARDEC,
Allan. O
Evangelho
Seg. o
Espiritismo. 129.ed.
Rio [de
Janeiro]:
FEB,
2009,
cap.
XVII,
item 4,
§ 5º.
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