Tuve la felicidad de
disfrutar de una
infancia rica en
experiencias y
aprendizajes. Claro que
había mucho bullying
en el inicio de los años
1970 – palabra con la
cual yo y mis padres ni
soñábamos pudiera
existir. De hecho, la
imposición por la fuerza
e incluso una cierta
ingenuidad moldeaban
nuestras vidas. Nos
cabía, sin embargo,
seguir al frente y
enfrentar los obstáculos
y dificultades – y eran
muchos – de cada día con
coraje y determinación.
Uno de los recuerdos más
agradables que guardo en
la memoria era la
felicidad que yo sentía
con la llegada del
verano y sus lluvias
abundantes. ¡Que tiempos
maravillosos fueron
aquellos! Las estaciones
con sus características
marcadas y singulares
encontraban perfectas
correspondencias en el
clima de la época.
Las lluvias en aquel
entonces ocurrían todos
los días en los veranos
(las temperaturas, según
recuerdo, oscilaban en
la media entre 25/26º)
de mi querido São Paulo.
Era admirable, por señal,
la precisión con que
alcanzaban el suelo
caliente. O sea, ellas
venían a alegrarnos
diariamente
inmediatamente después
de las 15h.
Yo vivía en una pequeña
calle, en el barrio más
antiguo de la ciudad -
la Clientela del Ó -
dividida en su extensión
por dos anchos. Mis
amiguitos y yo salíamos
para jugar al fútbol en
el menor de ellos poco
antes de que el aguacero
llegara. Era una enorme
diversión para nosotros
jugar al fútbol
callejero bajo la
intensa lluvia. Cabe
resaltar que nosotros,
niños en la época,
gozábamos de una
libertad absolutamente
impensable en los
tiempos presentes por
varias razones.
Las lluvias duraban
cerca de una hora y
aquel volumen
extraordinario de agua
nos lavaba no sólo los
cuerpos tiernos, sino
igualmente nuestras
almitas, tal era la
sensación de bienestar
que nos infundia. De ese
modo,
terminada el juego nos
sentíamos ligeros como
plumas, aunque un poco
exhaustos. La madre
Naturaleza en aquellos
tiempos demostraba
consistentes señales de
equilibrio y armonía.
Era muy común
inmediatamente tras la
actividad lúdica
observar el astro rey
resurgir con sus rayos
dorados a enmarcar el
firmamento, así como
embellecer el caer de la
tarde. Las cosas
funcionaban
perfectamente. Curioso:
no había prácticamente
rayos o truenos.
Nosotros no teníamos el
más pequeño temor con
relación a eso. En
verdad, era algo tan
raro que no nos causaba
ninguna preocupación y
tan poco a nuestras
madres.
Brasil:
líder mundial en
incidencia de rayos
– Hecha la saludable y
querida divagación, me
gustaría enfocar ahora
en las tempestades de
rayos observables en los
tiempos presentes y el
terror que – muy
diferente de mi infancia
– generan. Las
estadísticas en ese
particular son
alarmantes. Como a
mostrar todo su
desencanto con la
humanidad y sus
constantes
transgresiones al buen
sentido y a los valores
sagrados, Brasil viene
siendo castigado
duramente por las
fuerzas de la naturaleza.
En efecto, llegamos a
registrar más de 50
millones (otras fuentes
afirman que ya
alcanzamos 57,8 millones)
de descargas eléctricas
por año cayendo en suelo
brasileño,
particularmente en la
primavera y verano, las
estaciones más calientes
del año. No bastara eso
y todos los perjuicios
materiales de ahí
derivados, según el
Instituto Nacional de
Investigaciones
Espaciales (INPE), los
rayos mataron a 1.790
personas entre 2000 y
2014. Así pues, asumimos
el puesto de líder
mundial en incidencia de
rayos por año.
En consonancia con los
especialistas, las
temperaturas de un rayo
pueden alcanzar 30 mil
grados Celsius, es decir,
cinco veces más elevada
que la de la superficie
del Sol o aún 100
millones de voltios. La
mayoría de las
desencarnaciones ocurre
en campos abiertos tales
como áreas agriculturas,
campos de fútbol y
playas, especialmente a
través de corrientes
indirectas de los rayos
que vienen por el suelo.
Es evidente que tenemos
hoy en Brasil
condiciones climáticas
muy favorables – choque
de masas de aire con
temperaturas diferentes
– para que eso ocurra de
lo que fue otrora. De
ese modo, aún en
consonancia con los
especialistas, “El
choque de las partículas
dentro de las brumas
deja los átomos
eléctricamente cargados,
dando origen a una
chispa que da inicio al
rayo. A medida que la
chispa se aproxima al
suelo, se inicia una
descarga del suelo para
la nube. Cuando las dos
se unen, ocurre el rayo”.
El INPE informa también
que el lugar donde los
rayos caen más en el
país es el Amazonas, con
11 millones de registros
por año, seguido por el
Pará con 7,8 millones y
Mato Grosso con 6,81
millones de casos,
respectivamente. Además
de eso, nos cabe añadir
que en segundo lugar en
el ranking mundial
aparece la República
Democrática de Congo,
con 43,2 millones de
rayos y, en tercero, los
Estados Unidos, con 35
millones por año.
Cargamos para el Más
Allá los valores que nos
adornan el alma
– Es curioso notar que
son naciones
democráticas que, a
ejemplo de Brasil,
enfrentan complejos
problemas en sus
sociedades. Puesto esto,
me gustaría sugerir otra
hipótesis – y nada más
que eso – para ese
fenómeno de veras
sobrecogedor, además,
obviamente, de las
consecuencias climáticas
previamente analizadas.
Creo que esas
tempestades, dados el
volumen, la intensidad y
la mortandad que han
causado, deben estar
relacionadas a otros
aspectos de naturaleza
eminentemente
espiritual. Mi hipótesis
reside en el hecho de
que en el plano
espiritual,
particularmente en las
zonas umbralinas, son
usados recursos
semejantes para enfriar
el acúmulo de tenor
vibratorio negativo.
Sabemos por la
literatura espírita que
allí se concentran
contingentes
considerables de
entidades sufridoras y
desvirtuadas del bien,
que emanan material
mental altamente tóxico,
enfermo y
desequilibrado.
Finalmente, nadie se
hace santo sólo por
cambiar de dimensión.
Cargamos para el más
allá de la tumba el
conjunto de valores que
nos adornarán la
personalidad en la
existencia material. Si
fuéramos virtuosos y
espiritualizados, por
merecimento natural
deberemos aportar en una
morada de la casa del
Padre – recordemos que
Jesús claramente se
refirió a ellas (ver
Juan, 14:2) – apropiada
al progreso por nosotros
alcanzado. De lo
contrario, podemos
esperar lugares donde
probablemente abundan
“llanto y crugir de
dientes” (Mateo, 13:42).
En suma, simplemente
encaramos el
funcionamiento imparcial
de la ley de acción y
reacción.
Volviendo a la hipótesis
arriba enunciada, cabe
recordar que en la
extraordinaria obra
Obreros de la Vida
Eterna, dictada por el
Espíritu André Luiz
(psicografia de
Francisco Cândido
Xavier), hay una clara
alusión a ese respecto.
En la obra, André Luiz
relata su viaje de
aprendizaje y
observaciones junto a la
Casa Transitoria de
Fabiano. O sea, él fue
enviado a una “gran
institución piadosa, en
el campo de sufrimientos
más duros en que se
reúnen almas recién
desencarnadas, en las
cercanías de la
Superficie Terrestre...
fundada por Fabiano de
Cristo, dedicado siervo
de la caridad entre
antiguos religiosos de
Rio de Janeiro... en
tarea de asistencia
evangélica, junto a los
Espíritus recién
desconectados del plano
carnal”.
La función de la Casa
Transitoria de Fabiano
– El Espíritu Jerónimo,
uno de los trabajadores
de la institución,
percibiendo en un
momento dado la
curiosidad inmensa de
André, esclarece: “En
este edificio de
beneficencia cristiana,
se centran numerosas
expediciones de hermanos
leales al bien, que se
dirigen a la Superficie
Planetaria o a las
esferas oscuras, donde
se debaten en el dolor
seres angustiados e
ignorantes, en tráfico
prolongado en los
abismos tenebrosos.
Además de eso, la Casa
Transitoria de Fabiano,
a la manera de otras
instituciones salvadoras
que representan
verdaderos templos de
socorro en estas
regiones, es también
precioso punto de
conexión con nuestras
ciudades espirituales en
zonas superiores”. Las
dificultades de las
almas dedicadas al bien
y al amor actuando en
aquellas regiones
purgatoriales son tan
intensas que, en la
inminencia de un ataque
a la Casa por las
fuerzas de las tinieblas,
su directora Zenóbia
oportunamente explicó a
André Luiz: “La tragedia
bíblica de la caída de
los ángeles luminosos,
en abismos de tinieblas,
se repite todos los días,
sin que lo percibamos en
sentido directo. ¡Cuántos
genios de la Filosofía y
de la Ciencia dedicados
a la opresión y a la
tirania! ¡cuántas almas
de profundo valor
intelectual se
precipitan en el
despeñadero de fuerzas
ciegas y fatales!
Lanzados al precipicio
por el desvío voluntario,
esos infelices raramente
se penitencian e
intentan uma demora
benéfica... En la
mayoría de las veces,
dentro de la terrible
insatisfacción del
egoísmo y de la vanidad,
se sublevan contra el
propio Creador,
avilitándose en la
guerra prolongada a sus
divinas obras. Se
agrupan en sombrías y
devastadoras legiones,
operando movimientos
perturbadores que
desafían de más astuta
imaginación humana y
confirman las viejas
descripciones
mitológicas del infierno”.
Pero, lanzando un aire
de esperanza y
anteviendo los progresos
futuros de aquellas
almas infelices, Zenóbia
añadió: “Llegará, sin
embargo, el día de la
transformación de los
genios perversos,
desencarnados, en
Espíritus luminosos por
el bien divino. Todo
apenas, aunque perdure
milenios, es transitorio.
Nos encontramos sólo en
lucha por la victoria
inmortal de Dios, contra
la inferioridad del ‘yo’
en nuestras vidas. Toda
expresión de ignorancia
es ficticia. Solamente
la sabiduría es eterna”.
La acción purificadora
del fuego etérico
– Es interesante notar
que la directora hizo,
posteriormente,
referencia a la
necesidad del uso de un
instrumento de defensa
vital en aquella región
de sufrimiento. Mejor
dicho, ella fue avisada
de que “los
desintegradores etéreos”
irían a pasar al día
siguiente. Y con base en
esa información ella
comentó: “[...] Cuando
el fuego etérico viene a
quemar los residuos de
la región, somos
obligados a
transportarnos con la
institución, a
camino de otra zona.
[...]”.
[Cursiva añadida. ]
El inolvidable reportero
de la espiritualidad, a
su turno, se sentía muy
desconfortado en el
lugar. “Permanecíamos –
dijo él – en región
donde la materia
obedecia las otras leyes,
interpenetrada de
principios mentales
extremadamente viciados.
Se congregaban ahí
largos precipicios
infernales y vastísimas
zonas de purgatorio de
las almas culpables y
arrepentidas”.
[Cursiva añadida.]
Las citas arriba ayudan
– pienso yo – a
esclarecer mejor las
condiciones ambientales
del trabajo al cual
André Luiz estaba
momentáneamente
vinculado. En el
general, ellas
esclarecen que otras
providencias deben ser
tomadas por los
trabajadores de la
espiritualidad para que
los fluidos negativos y
perturbadores en
profusión sed diluídos.
Siendo así, en el
capítulo 10 de la
referida obra, titulado
Fuego Purificador,
son relatadas
pormenorizadamente las
acciones desarrolladas
para tal fin. André Luiz
así las describe: “Nos
entregábamos, tranquilos,
al trabajo, cuando un
indescriptible choque
atmosférico
sacudió el oscuro
cielo. Claridad de
terrible belleza paró la
niebla de alto a bajo,
ofreciendo, por un
instante, asombroso
espectáculo. No era
así el relámpago
conocido en la
Superficie, por ocasión
de las tempestades,
por cuanto las descargas
eléctricas de la
Naturaleza, sobre el
suelo denso, son menos
precisas en lo que se
refiere a la orientación
técnica de orden
invisible. Se observaba,
allí, lo contrario: la
tormenta de fuego iba a
comenzar, metódica y
mecánicamente”.
[Cursiva añadida.]
Sorprendido, el
benefactor informó: “A
La distancia de muchos
kilómetros, veíamos las
claridades de la hoguera
ateada por las chispas
eléctricas en la
desolada región”.
[Cursiva añadida.]
La descarga eléctrica no
se detuvo en la
superficie
– En cierto punto de la
narración, André añadió:
“... tronó un nuevo
trueno en las alturas.
El fuego se encendió en
diversas direcciones,
muy lejos aún, como a
notificarnos su
aproximación gradual. De
esa vez, sin embargo,
recibí la nítida
impresión de que la
descarga eléctrica no se
hubo detenido en la
superficie. Había
penetrado la substancia
bajo nuestros pies,
porque un asombroso
rumor se hizo sentir en
las profundidades”.
[Cursiva añadida.]
Es pertinente resaltar
que André Luiz observó
que el trabajo de los
desintegradores
eléctricos buscaban,
entre otras cosas,
evitar “la aparición
de las tempestades
magnéticas que surgen,
siempre, cuando los
residuos inferiores de
materia mental se
amontonan excesivamente
en el plano”.
[Cursiva añadida.]
Las experiencias de
André Luiz son altamente
fascinantes y
reveladoras. Pido para
que un día algún
cineasta transporte ese
manantial de
conocimiento
transcendental para las
pantallas de los cines.
Pienso que su impacto
sería extraordinario y
aumentaría
substancialmente la
reflexión sobre el tema
y sobre el modo como las
criaturas se conducen en
la vida corporal. Por
ahora, sin embargo, lo
que quiero resaltar es
que si allá, en las
regiones más sombrías de
la espiritualidad,
preponderan tales
instrumentos para el
restablecimiento del
equilibrio donde
marchitas entidades
infensas al bien, ¿no
sería, por lo tanto,
concebible tener algo
semejante em nuestras
esfera?
A fin de cuentas, el
material mental de la
humanidad actualmente
encarnada está lejos de
expresar claridad,
lucidez y pureza. Si
tuviéramos la capacidad
de ver nuestras
formas-pensamientos
quedaríamos
escandalizados con
aquello que derramamos
en el ambiente
espiritual. Los tiempos
presentes han sido
extremadamente duros
para la humanidad y no
hay razón para creer que
serán minimizados tan
inmediatamente. Estamos
en pleno proceso de
transición planetaria.
En mi infancia las cosas
eran difíciles, pero el
ambiente, la vida en sí,
seguía un curso natural
y previsible. La
violencia ocurría en una
escala casi
imperceptible. Dicho de
otra forma, los
“escándalos” eran
infinitamente más
pequeños. Tal vez de ahí
la necesidad de
tempestades menos
destrutivas para la
limpieza de la
psicosfera.
Como dice Joanna,
enfermos somos casi
todos nosotros
– En contraste, en la
actualidad, convivimos
con males y dificultades
de todo orden. Avanzamos
inmensamente del punto
de vista tecnológico,
pero en términos morales
nuestra civilización
continúa profundamente
enferma... En ciertos
momentos, la vida en la
Tierra llega a ser casi
sofocante no sólo por el
clima adverso, sino
fundamentalmente por la
pletora de
acontecimientos,
tragedias, actos y
acciones que generan
infelicidad,
desconfianza y profundo
malestar. No hay
efectivamente un
compromiso general de
búsqueda por el
perfeccionamiento
interior o de
autoiluminación. Somos,
por eso, prácticamente
analfabetos en cuestión
de conocimiento
espiritual, sin hablar
en la precariedad de su
aplicación y vivencia.
Corroborando esa
percepción recurro al
pensamiento de la
benefactora espiritual
Joanna de Ângelis,
grabado en la obra
Ofrenda (psicografia
de Divaldo Pereira
Franco): “Enfermos somos
casi todos nosotros, en
diversos grados de
intensidad”.
En nuestro país, por
ejemplo, se ve mucha
religiosidad, pero no se
puede decir lo mismo en
términos de evolución
espiritual. Además, las
personas viven
encerradas en sus casas
con recelo de la
crueldad que las cerca,
olvidadas por el poder
público, presionadas por
los ingentes problemas
financieros y, en
consecuencia, cada vez
más desatendidas en sus
necesidades elementales.
La corrupción – molestia
social silenciosa, pero
extremadamente permeable
en las sociedades
humanas – se instaló en
nuestras estructuras
sociales, comprometiendo
severamente el
funcionamiento del país
y atrasando la marcha
del progreso. La
violencia, que alcanzó
niveles nunca antes
vistos, está dejándonos
completamente atónitos.
Vivimos, finalmente,
bajo un clima de
inseguridad constante a
exigirnos fe y esperanza.
Siendo así, conjeturo
que las tempestades
eléctricas en nuestra
dimensión pueden tener
la función de ayudar – a
despecho de los estragos
materiales que ocasionan
y de las vidas que
cortan – en la
eliminación de las
emanaciones mentales
viciadas, descontroladas
y enfermas que emitimos
diariamente.
Si la tesis está
correcta, ellas serían
instrumentos depurativos
debidamente accionados
por la espiritualidad
para auxiliar en la
profilaxia de la
psicosfera cuando esta
alcanza niveles elevados
de inestabilidad. Creo
aún que sin tal recurso
probablemente no
conseguiríamos
sobrevivir, tamaña la
opresión que sentiríamos
en el interior de
nuestras almas. Dejo
absolutamente claro, por
fin, que en este texto
sólo discuto
posibilidades e
hipótesis a ser
confirmadas o no por
nuestros luminares de la
vida mayor en el momento
oportuno.
|