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Hasta que llegó un día que su
ropa ya no le servía. Se probó todos los vestidos del
armario, los pantalones, shorts, blusas y todo lo que
estuviera dentro del guardarropa. ¡Nada servía! ¡Hasta
sus zapatillas le quedaban apretadas! ¡Ya no le
entraban los pies!
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Entonces se puso a llorar desconsolada:
- Buá... buá... buá... ¡¿Qué voy
a hacer ahora?!...
La mamá fue a ver qué estaba
pasando al escuchar el llanto de su hija:
- ¿Qué pasó, Carlita?
Y con el rostro rojo de tanto
llorar, con las lágrimas corriendo por su rostro, ella
explicó:
- ¡Mamá! ¡No sé qué hacer! ¡No
tengo ni una sola prenda en el armario que me
quede! ¿Y ahora? ¿Qué voy a hacer?...
La mamá se acercó a su hija,
conmovida por su situación, pero sin condiciones de
poder ayudarla:
- ¡Carla, yo te avisé, hija mía!
¡Todo tiene un precio! ¡Nuestro organismo no aguanta
mucha exageración en la alimentación! ¡Necesita cuidado
y no puede comer todo lo que aparece! ¡La gula es un
defecto!
- ¡Pero a mí me gusta comer,
mamá!...
- ¡Pues sí, Carlita! Pero tienes
que parar de comer urgente, sino vas a volverte un...
un... ¡elefante!
La niña se puso a llorar aún más.
Estaba triste. ¡Sin consuelo!
Con pena, la mamá se sentó en una
silla y la puso en su regazo, abrazándola con mucho
amor:
- Hija querida, estoy aquí para
ayudarte. Lo que necesitas hacer yo lo hago, pero
necesitas ir al médico y hacer una dieta como él te
oriente, ¿entendiste?
- ¡Sí, mamá!
- Entonces, voy a pedir una
consulta con el médico, después te aviso para que me
acompañes.
- Está bien, mamá. ¡No puedo
quedarme así!...
- Perfecto. Espero que controles
tu boca, ¿está bien?
En la fecha marcada, la mamá
levantó a Carla y, después de arreglarse, salieron con
dirección al consultorio médico. Carla estaba contenta
hasta que escuchó lo que el doctor dijo:
- Carla, necesitas perder muchos
kilos. Entonces, tu dieta será rigurosa.
Y le pasó una hoja de papel con
las recomendaciones médicas.
Al ver lo que estaba escrito,
ella hizo una mueca:
- ¿Todo eso?
El doctor sonrió, confirmando:
- Sí, Carla. ¡Solo eso!
- Pero, doctor, ¡me voy a morir
de hambre!
- No, Carla. Vas a adaptarte y
pronto estarás feliz y mucho más delgada. ¿Está
bien?
Carla salió disconforme del
consultorio médico. ¡¿Cómo comer tan poco?!...
¡Se moriría de hambre!
Como no podía ser de otra manera,
al poco tiempo Carla se adaptó a la dieta y pronto
estaba comiendo mucho menos y satisfecha por los kilos
que perdía. Cuando volvió al consultorio médico,
él le dijo:
- ¡Felicitaciones Carla! Te está
yendo muy bien. ¡Sigue así! ¡Todo va a ir bien!
Un tiempo después, Carla regresó
al consultorio médico con su mamá y preguntó:
- ¿Y, doctor? ¿Estoy más delgada?
- ¿Te sientes bien?
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- Muy bien, doctor.
- Entonces ahora solo tienes que
seguir con la dieta. Pronto serás libre de comer algo
más.
Carla se despidió del médico y
salió del consultorio feliz de la vida. Ya no sentía más
ese impulso de comer. Quería tomar agua, té y refrescos
con menos azúcar.
Tres meses después, Carla entró
en su salón y todos le aplaudieron. Feliz, Carla caminó
hasta su silla y se sentó.
Un compañero sentado detrás de
ella quiso saber lo que había hecho para adelgazar.
Carla le contó y él le pidió a dirección del médico.
Pronto se hicieron amigos y Carla lo ayudó a resolver
su problema de peso.
Te volvieron más que compañeros,
grandes amigos, y Carla nunca más comió como antes,
¡pues ella entendió que la comida ahora debía ser solo
lo necesario!
MEIMEI