“Éste es, por lo tanto, el punto principal a ser
destacado: ya somos amor, paz y felicidad, bajo el punto
de vista de Jesús y de muchos otros sabios de la
antigüedad. La cuestión estaría en que tomemos
conciencia de esto.” (Claudia Gelernter, en el artículo
Educación para el auto amor, uno de los relieves
de esta edición.)
Somos virtuosos en potencial. Si tenemos la centella
divina en nuestros corazones, cabe a nosotros hacerla
florecer. Y eso, con certeza, será consecuencia del
tiempo, en que podemos acelerar el proceso o retardarlo
por la inercia. El objetivo será alcanzado, mismo que
sea por las fuerzas de las cosas. Jesús ve en nosotros,
debajo de la opresión oscura de nuestra inferioridad,
una piedra preciosa bruta que las pruebas lapidarán.
“Sí, es cierto que aún necesitamos de los errores para
que lleguemos a los aciertos. Estamos experimentando
hasta que comprendemos el mejor camino. ¡Bajo este
punto de vista, todo está como debe ser, entretanto nos
cabe este despertar! Con la autoestima baja seguimos por
el planeta haciendo muchos estragos, a nosotros y al
mundo, para allá del necesario y del insoportable.”
(Claudia Gelernter, en el artículo mencionado.)
Cuando el apóstol Paulo se encontró con Jesús, su
conversión no fue un acto mecánico. Él comprendió la
extensión de sus errores, pero, consolado, entrevió el
camino a ser seguido. Y Jesús lo advirtió: Enseñaré
cuanto deberá sufrir por el evangelio.
Fue una toma de conciencia de los propios errores, de un
pasado de repetidos desastres para sí y para el mundo –
hasta ese despertar.
Estemos atentos para identificar la oportunidad de ese
despertar, con el riesgo de que dejemos pasar la
oportunidad más propicia y, por causa de eso, caigamos
en un círculo vicioso de repetición de errores y
tonterías que mucho lamentaremos.
“Necesitamos integrar todos los aspectos de nuestro
psiquismo. Debemos reconocer, acoger y aceptar nuestras
imperfecciones para que entonces podamos deshacernos de
ellas. Y eso se da por una lógica simple: aquello que
odiamos, nos amarra; lo que amamos, nos liberta.”
(Claudia Gelernter, en el artículo mencionado.)
El despertar de la conciencia causa el florecimiento de
los contenidos inconscientes que, de ordinario, guían
nuestras vidas. Tanto la felicidad cuanto la infelicidad
dependen de esos contenidos. El inconsciente es el
repositorio de todas las experiencias de vidas pasadas,
de todas las tendencias del comportamiento, de todos los
impulsos y de toda la máquina deseable. Todos ellos son
aspectos vitales para la economía biopsíquica.
“A los padres, les queda aquí el alerta, para que
enseñen a sus hijos primeramente a amarse así como son.
Y eso se hace informándoles que los errores hacen parte
de la vida, que ellos son sí imperfectos, porque
aprendices, así como todos los otros humanos y que esta
condición jamás les tornan indignos del amor, al
contrario, ellos necesitan del amor para que comprendan
su verdadera naturaleza y para que desarrollen
plenamente.” (Claudia Gelernter, en el artículo
mencionado.
Mucho más que palabras son los actos, los ejemplos. Los
hijos observan las actitudes de los padres. Es eso que
puede edificar o desviar alguien del camino anhelado.
Mucho más allá de nuestras imperfecciones observadas por
los hijos, éstos observan también nuestro esfuerzo para
mejorarnos. Eso es edificante. Pues muestra que nuestras
imperfecciones existen, pero pueden ser combatidas, lo
que torna patente para los hijos es que ellos son
también imperfectos y, no obstante, puede
perfeccionarse. Tornar consciente la inferioridad es un
paso para la cura.