Editorial 

Año 11 – Nº 530 – 20 de Agosto de 2017

 

La ley natural nos proporciona la llave de la felicidad

 
Cláudio Bueno da Silva, autor del Especial titulado La moral como agente de transformación, uno de los relieves de esta edición, escribe sobre el autodominio y el impacto de la moral del Cristo y de la doctrina espírita en la formación de un hombre nuevo.

Llamamos la atención del lector para este fragmento de su artículo:

¿Qué se busca en la tierra, al final? ¿La felicidad, la paz, la justicia, la fraternidad? La respuesta a la pregunta 614 de El Libro de los Espíritus explica serenamente esa cuestión: “La ley natural es la ley de Dios; es la única necesaria a la felicidad del hombre; ella le indica lo que él debe hacer o no hacer, y él sólo se torna infeliz porque de ella se aparta.”

Otro estimulo en ese sentido viene de la respuesta a la cuestión 930, en el mismo libro: “El orden social apoyado en la justicia y en la solidaridad se instalará cuando el hombre practicar la ley de Dios.”

Como está dicho claramente en el texto arriba reproducido, la ley natural es la ley de Dios, la cual, según las enseñanzas espíritas, está escrita en la conciencia de cada una de sus criaturas.

No es, pues, por simple coincidencia que es en el terreno de la conciencia que trabamos la batalla entre nuestras malas tendencias y las virtudes incipientes, una lucha de la cual ni siempre salimos vencedores.

La dificultad que tenemos en ese asunto es más común de que se piensa, y ni representantes de relieves en la historia del Cristianismo, como Pablo de Tarso, fueron a ella inmunes.

En conocida carta dirigida a los Romanos, el apóstol de los gentíos escribió:  

Porque no hago el bien que quiero, pero el mal que no quiero ése hago. Luego, si yo hago lo que no quiero, ya lo no hago yo, pero el pecado que habita en mí. (Romanos, 7:19-20)

El testimonio de Pablo confirma como es difícil luchar en contra el hombre viejo que traemos en nosotros.

Difícil, sí, pero no imposible, como él propio revelaría, años después, en una epístola dirigida a los Gálatas, de la cual extraemos este versículo:  

Ya estoy crucificado con Cristo; y vivo, no más yo, pero Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la fe del Hijo de Dios, lo cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. (Gálatas, 2:20)

Quien ya leyó al respecto de las peripecias que envolvieron la vida y la obra de Pablo de Tarso sabe, ciertamente, cual el coste gracias al cual el apóstol llegó a la condición por él descrita en la carta arriba.

La observancia de la ley de Dios es, pues, sin discusión el requisito que nos pondrá en el camino de la verdadera felicidad.

Seguir la ley de Dios es actuar de forma irreprensible, observando la propia conciencia, comparando el comportamiento realizado y estableciendo un paralelo entre el deseo de acertar y la acción perpetrada.

Por más conturbados que estén nuestros pensamientos, la libertad de escoger y decidir nuestros pasos pertenece siempre a nosotros, una vez que el libre albedrío es privilegio de los seres pensantes.

En cuanto el hombre buscar consolaciones en el mundo exterior y no en Dios, vivirá desorientado y entregue al sabor del viento, cultivando la vanidad y buscando la satisfacción de sus deseos, mismo los inconfesables.

Evidentemente, cuanto más centrado y más enfocado en la búsqueda de la virtud, más conforme a la ley de Dios estará, consciente de que el desvío de la ruta tendrá como consecuencias la estagnación, el sufrimiento y la pérdida de las oportunidades de crecimiento y elevación, que es el objetivo central de nuestra presencia en el mundo. 
 
 

Traducción:
Elza Ferreira Navarro
mr.navarro@uol.com.br 

 

 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita