El egoísmo y sus frutos dañinos
André Luiz Alves Jr. Habla sobre el conflicto civil en
Siria y sobre la visión espírita de la guerra en un
artículo que constituye uno de los relieves de la
presente edición. Considerando que la guerra es fruto
del egoísmo de los pueblos, tejemos algunos comentarios
sobre ésa que es considerada una de las llagas de la
Humanidad y causa directa de los males que traen
infelicidad a nuestro orbe.
Emmanuel nos dijo en un mensaje inserto en el cap. XI,
ítem 11, de El Evangelio según el Espiritismo:
“[El egoísmo] impide el progreso moral.”
“[…] es necesario más coraje para vencer a sí mismo, que
para vencer a los otros.”
“[El egoísmo] es la negación de la caridad y, por
consiguiente, el mayor obstáculo a la felicidad de los
hombres.”
“Es a ese antagonismo entre la caridad y el egoísmo, a
la invasión del corazón humano por esa llaga moral, que
se debe atribuir el hecho de no haber aún el
Cristianismo desempeñado, por completo, su misión.”
El egoísmo, como alguien un día escribió, es el amor
exclusivo o excesivo a sí mismo.
“Amad unos a los otros como yo os amé” (Juan,
15:12). Esta enseñanza de Jesús modifica
completamente el punto de vista del ejercicio de amar al
prójimo. A partir de ahí la expresión del amor no es
moldeada por el amor a sí mismo. No. El modelo es Jesús,
porque el amor a sí mismo puede degenerar en el llamado amor-propio, simple
manifestación del orgullo. Si el amor con que se ama es
enfermizo, el amor a sí mismo puede degenerar en
egoísmo.
Mucho espíritas y oradores famosos dicen con frecuencia
que es necesario amarse para que se pueda amar otra
persona. Sin duda. Pero se olvidan de decir que hay un
modelo a ser seguido: Jesús. Porque Jesús nos dio esa enseñanza
nuevapor la imperfección de nuestro amor, que
distorsionaba el “amaréis vuestro prójimo como a
vosotros mismos”.
Egoísmo y egocentrismo son cosas distintas. El egoísta
niega a los otros sus derechos. Todo le pertenece, todo
es para él. Nadie puede compartir sus bienes. Nadie
puede opinar sobre su comportamiento. Ya el egocéntrico
considera que personas y cosas gravitan alrededor de él,
pero no niega el derecho de los otros, ni es intolerante
a la opinión y a los consejos que recibe. El tipo más
característico del egocéntrico, también llamado de
egoísta, es el niño.
Es egoísmo subordinar el interés de otros al propio
interés.
“¿Cuál es la señal más característica de la
imperfección? El interés personal.” (Fragmento de la
cuestión 895 de El Libro de los Espíritus.)
En el sentido peyorativo, se puede decir que el
interesado busca, en todo, sacar ventajas. El interés
puede ser caracterizado por la codicia, por la avidez.
Actuar con interés es siempre tener una segunda
intención, generalmente de obtener alguna especie de
lucro, de ventaja, aunque moral, como nos sirve de
ejemplo la persona que hace el bien deseando que cada
acción suya tenga como contrapartida más un ladrillo en
la casita que imagina habitar en el cielo.
El bien desinteresado es el único reconocido como bien.
Trabajar con la intención de obtener algo en cambio
tiene por consecuencia las palabras de Jesús: Ellos
ya recibieron en la tierra su recompensa.
Es egoísmo juzgar todas las cosas del punto de vista
propio.
La cuestión es de juicio. Cuando se está tomado de
egoísmo, sólo importa el propio punto de vista. No se
consideran las opiniones ajenas, especialmente las
contrarias. De esta manera, su juicio es siempre parcial
e inclinado al propio interés. Un juicio caritativo
prioriza el cotejo de las diversas opiniones en
detrimento de la propia, buscando el consenso. Él busca
el bien más grande, y no el bien de la minoría o de uno
sólo que actúa movido tan solamente por interés.
Traducción:
Elza Ferreira Navarro
mr.navarro@uol.com.br