Puntos a considerar en la cuestión de los
trastornos mentales
Tais Silveira Moriyama, especialista en psiquiatría
infantil, es nuestra entrevistada en la presente
edición. Hablando sobre su especialidad, ella nos
muestra algunos aspectos de la diagnosis y tratamiento
de los pequeños, de los cuales destacamos algunos
puntos.
Para que una tendencia se convierta en enfermedad parece
siempre tener un “gatillo ambiental”. La tendencia sólo
existiría en el bagaje biológico y psicológico (incluyendo
las vivencias pasadas), y el gatillo un evento o una
suma de eventos estresantes o traumatizantes. Como un
arco tensionado que no resiste a la tensión y se rompe.
Pero el predominio es siempre, parece, del bagaje de las
vivencias pasadas. Ese bagaje sería el responsable por
el disparo del gatillo. Una disposición, como proceso
inflamatorio o afección autoinmune, por sí sólo, no
prescindiría de un factor desencadenante.
Si los padres conociesen las tendencias o
predisposiciones del enfermar de sus hijos – y ese
conocimiento es posible a partir de la interacción con
el terapeuta –, podrían colaborar para direccionar de
nuevo esas tendencias cambiando un curso de morbidez
para un curso de salud. Eso es posible mismo en el caso
de medicamento, como cuando el esquizofrénico desarrolla
la habilidad de identificar la diferencia entre
normalidad, delirio y alucinación, tornándose capaz de
discriminar y “acostumbrarse” con esas
manifestaciones. Aunque eso sea muy difícil, porque,
cuando está teniendo un ataque de nervios, es como se
fuera “otra persona”, es aún posible, menos
cuando se entra en el surto que cuando se sale de la
pesadilla. En ese proceso, el “soporte interpersonal” es
de fundamental importancia.
Aunque la psiquiatría mencionada considere que toda
morbidez mental y el sufrimiento actual tengan conexión
con el pasado reciente o remoto, nos acuerda que hay
“trastornos mentales que pueden imponerse a través de
alteraciones orgánicas del cerebro”. O sea, cuya razón
de ser puramente orgánica, como cuando resultado de un
accidente o como efecto colateral de una infección, por
ejemplo, sin olvidar el papel ahí desempeñado por la ley
de acción y reacción. En ambos casos no habría
disposición a la enfermedad, ni exposición reiterada a
un factor estresante o traumatizante.
Cierta vez, cuestionada sobre por qué la conducta en
relación a un paciente fue del ingreso, y de otro, de
caso semejante, fue el acogimiento de la familia, una
otra psiquiatra dijo que, no habiendo tendencia a la
violencia en ambos los casos, la familia hace toda la
diferencia. Según ella, el soporte interpersonal es
ciertamente un potente factor en la promoción de salud
mental. Cuando, por el contrario, no hay soporte
interpersonal, es como tirar a la deriva el corazoncito
al mar de las tendencias sin contención. Y cuando, lo
que es mucho peor, el ambiente es enfermizo, el caso
está condenado a hundirse. “Las familias disfuncionales,
algunas veces, son familias genéticamente enfermas,
cuyos miembros tienen pequeños desequilibrios que
sumados generan grandes dificultades en las relaciones.”
Desde que la psiquiatría y la psicología sumaron
fuerzas, porque hubo un tiempo no muy lejos en que se
excluían mutuamente, se puede llegar a la conclusión de
que el trastorno mental es la resultante de una
afluencia de muchos “factores de riesgo” orgánicos y
psicológicos, siendo difícil separar unos de los otros.
Hoy está bastante claro que las experiencias de vida
dejan marcas biológicas en el cerebro. Así, “del punto
de vista espírita podemos entender que las vivencias del
espíritu dejan registros en el cuerpo.”
Traducción:
Elza Ferreira Navarro
mr.navarro@uol.com.br