El
tesoro de Cristo
Se cuenta que hace mucho tiempo atrás Pablo de Tarso y
su amigo Bernabé viajaban al servicio de la divulgación
de la doctrina cristiana.
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Llevaban la palabra del Maestro, predicando su
Evangelio a los pueblos incultos y rudos más
necesitados de Dios. Viajaban con mucha
sencillez, generalmente a pie, llevando lo
mínimo indispensable para su supervivencia. |
Cierta vez, pasaban por regiones desiertas, llenas de
precipicios y de bosques infestados de bandidos. Su
destino era la ciudad de Antioquía de Pisidia,
que aún estaba lejos. Por primera vez, fueron obligados
a dormir a la intemperie, en el seno de la Naturaleza.
Vencieron precipicios, atravesaron un río caudaloso y,
del otro lado, encontraron una cueva en las rocas, donde
se acomodaron para descansar el cuerpo exhausto y
adolorido.
Casi no tenían qué comer, pero estaban animados,
venciendo obstáculos con optimismo y coraje.
La soledad les sugería bellos pensamientos.
Al caer la tarde y después de una comida frugal, pasaron
a comentar animadamente sobre las excelencias del
Evangelio, exaltando la grandeza de la misión de
Jesucristo.
- Si los hombres supieran...- decía Bernabé, haciendo
comparaciones.
-Todos se reunirían en torno del Señor y descansarían –
remataba Pablo lleno de convicción.
- Él es el príncipe que reinará sobre todos.
- Nadie trajo a este mundo riqueza más grande.
- ¡Ah! – comentaba Bernabé. – El tesoro del que fue
mensajero engrandecerá la Tierra para siempre.
Y, así, continuaron conversando, cuando un singular
movimiento despertó su atención. Dos hombres armados se
precipitaron sobre ambos, ante la débil luz de una
antorcha hecha con resinas.
- ¡La bolsa! – grito uno de los malhechores.
Bernabé empalideció ligeramente, pero Pablo estaba
sereno e impasible.
- ¡Entreguen lo que tienen o morirán! – exclamó el otro
bandido, alzando el puñal.
Mirando fijamente a su compañero, Pablo ordenó:
- Dales el dinero que queda. Dios suplirá nuestras
necesidades de otro modo.
Bernabé vació la bolsa que traía entre los dobleces de
la túnica, mientras los malhechores recogían, ávidos, la
pequeña cantidad.
Reparando em los pergaminos del Evangelio que los
misioneros consultaban a la luz de la antorcha
improvisada, uno de los ladrones preguntó desconfiado e
irónico:
- ¿Qué documentos son esos? Hablaban de un príncipe
opulento… Oímos referencias
a un tesoro… ¿Qué
significa eso?
Con admirable presencia de espíritu, Pablo explicó:
- Sí, de hecho, estos pergaminos son la guía hacia el
inmenso tesoro que nos trajo Cristo Jesús, que ha de
reinar sobre los príncipes de la Tierra.
Uno de los bandidos, muy interesado, examinó el rollo de
anotaciones del Evangelio.
- Quien encuentre ese tesoro – proseguía Pablo, resuelto
– nunca más sentirá necesidades.
Los ladrones guardaron el Evangelio cuidadosamente y,
apagando la antorcha bruscamente, desaparecieron en la
oscuridad de la noche.
Cuando se vieron a solas, Bernabé no pudo disimular su
asombro:
- ¿Y ahora? – preguntó con voz temblorosa.
- La misión continúa bien – dijo Pablo, lleno de ánimo.
– No contábamos con la excelente oportunidad de
transmitir la Buena Nueva a los ladrones.
Admirando esa serenidad tan grande, Bernabé consideró,
un tanto preocupado:
- Pero se llevaron, además de las monedas, los últimos
panes de cebada, así como las capas con las que nos
acobijábamos…
- Habrá siempre alguna fruta en el camino – esclarecía
Pablo, decidido – y en cuanto a los cobertores, que no
nos preocupemos, pues no nos faltará las hojas de los
árboles.
- Pero, ¿cómo recomenzar nuestra tarea si no tenemos ni
siquiera las anotaciones del Evangelio?
Pablo, sin embargo, desabotonándose la túnica, tomó algo
que guardaba junto a su corazón.
- Te equivocas, Bernabé. - dijo con una sonrisa
optimista. – Tengo aquí el Evangelio que gané de mi
maestro Gamaliel y que guardé siempre conmigo con mucho
cariño.
El misionero apretó en sus manos el tesoro de Cristo y
el júbilo volvió a iluminar su corazón. Esos hombres
valerosos podrían prescindir de todas las comodidades
del mundo, pero la palabra de Jesús no podría faltar.
TIA CÉLIA
(Adaptación de la obra “Pablo y
Esteban”, de Emmanuel, psicografía de Francisco Cândido
Xavier.)
Traducción:
Carmen Morante:
carmen.morante9512@gmail.com