Un día, Rose,
una niña que
tenía mucho
miedo a los
insectos, vio un
animalito que se
arrastraba por
el jardín y,
asustada, se
subió en una
piedra y se puso
a gritar:
- ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Ayuda!...
El animalito dejó de caminar con el griterío de la niña;
después dijo:
- ¡¿Qué pasa?!...
La niña, al verlo hablar, dejó de gritar, se limpió las
lágrimas y preguntó:
- ¿Tú hablas?
- ¡Sí! ¡Como tú! ¿Cuál es la causa de ese griterío,
niña?
Rose paró de llorar y, mirando al bichito, dijo:
- ¡No sabía que hablabas!
- ¡Ni yo sabía que gritabas tanto! – respondió él.
- Me das miedo –explicó ella.
- ¿Por qué? ¿Yo te lastimé? Además, tú eres mucho más
grande que yo.
Más calmada, la niña se sentó en la raíz de un árbol y
se quedó observando a la pequeña oruga.
- ¿Cómo te llamas? – preguntó el bichito.
- Rose, ¿y
tú?
- Yo soy una oruga. Mi nombre es Neli.
- ¡Ah! ¿Y qué haces?
- Busco animalitos para
alimentarme.
Y tú, ¿qué comes?
- Bueno. Yo acostumbro a comer carne, verduras, granos…
Esas cosas.
- ¡Ah! ¿Entonces no te alimentas de animales como yo?
- Bueno. Pensándolo así, es verdad. ¡Yo como animales
también!
- ¡Increíble! ¡Pensé que los humanos escogían mejor lo
que comen! Pero, como comen animales, ¡no hay diferencia
entre nosotros!
- ¡¿No?!...
- No. Porque nos alimentamos de la misma manera, ¿no?
- Es verdad. Tienes razón. Voy a dejar de comer carne…
Neli
pensó un poco y después consideró:
- ¡Pero puedes alimentarte de otras cosas!
- Sí, puedo comer pan, verduras fresquitas, legumbres…
¡un montón de cosas!
- ¡Ah! Entonces, tú tienes más opciones que yo. Las
orugas se alimentan de lo que encuentran en el suelo, y
no siempre tenemos comida.
- Entonces, ¿tienen que buscar en el suelo lo que van a
comer? – preguntó la niña, mirándola llena de piedad.
- Claro, y no siempre logramos encontrar alimento.
- Bueno. Entonces busca en los contenedores de nuestra
basura. ¡Allí siempre encontrarás algo para comer!
- ¡Gracias, niña Rose, por la sugerencia! ¡Voy a buscar!
¿Y tú sabes que ayudamos a los humanos? ¡Sí! ¡Porque
comemos insectos que les haría mal a ustedes!...
La niña sonrió y le dijo que era muy simpática. Antes le
tenía miedo, pero ahora que la conocía, el miedo había
desaparecido.
Y
completó:
- ¡Mi mamá no sabe esto!... ¡Aparece allá en casa! Yo
voy a dejar en la basura bastante comida para ti, que
eres mi amiga, y mi mamá se va a poner contenta cuando
sepa que tu especie nos protege.
- Gracias. ¡Eres una gran niña, Rose! La mejor que haya
encontrado. Ahora somos amigas, ¿no? ¡Hasta otro día! –
se despidió la oruga, sonriendo y agradeciendo.
Rose regresó a casa muy feliz. Al entrar en la cocina,
vio a su mamá tirando los restos de verduras y gritó:
- ¡No, mamá! ¡No los tires!
¡Las
orugas comen restos
de verduras!
- ¿Ah, sí? ¿Cómo sabes eso, hija mía?
- ¡Tengo una amiga, Neli, que solo come restos de
verduras!
- ¡Increíble! ¿Y cómo la conociste, Rose?
- Caminando por el patio. ¡Pero es una larga historia,
mamá!... Otro día te cuento esa historia.