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La fe ciega puede volverse cuchillo afilado
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El profeta, médico y pintor Mani – fundador del
Maniqueísmo – nacido en Mesopotamia, vivió el siglo III
y su religión tuvo miles de adeptos, perdurando por más
de 1.000 años.
En aquella distante época, Mani gozó de gran prestígio,
atrayendo inclusive la simpatia de reyes, como Sapor y
Hormidas.
Mani intentó reunir las más conocidas religiones:
Cristianismo, Islamismo, Budismo, Zoroastrismo, todas en
torno al pensamiento de que hay un dualismo rigiendo a
las criaturas. De un lado el Bien, de otro lado el Mal.
Dos fuerzas antagónicas que se esgrimen para controlar
el universo: Dios y Demonio, Bien y Mal, Cierto y
Errado... Un antecesor de la dialéctica hegeliana y su
búsqueda por una síntesis de opuestos.
De ideas ambiciosas, predicaba la igualdad de las castas
y la extinción de los privilégios de las clases
dominantes.
Obviamente que, al contrariar intereses de los
poderosos, atrajo intensos enemigos. No es difícil de
imaginar lo que ocurrió con el profeta, en tiempos más
directivos, digamos así. Mani fue hecho prisionero y
entregado a la muerte por el mago Kirdir y por el rey
Vahram, y, como Sócrates y Jan Huss, tuvo el destino de
los que tenían discursos anti-hegemónicos.
Pero, si Mani estuviera entre nosotros, encarnado, vería
que su visión de mundo, pasados tantos siglos, ganó
adeptos fervorosos, un carácter hegemónico de
organizarnos por la dualidad incomunicable. Y los días
de hoy, aunque el maniqueísmo haya sido extinguido como
religión, traemos impregnados nuestra manera de pensar
esa cultura dualista, de polarización, de héroes y
villanos.
El gobierno es malo. El Pueblo es bueno.
El gobierno dice que es bueno y afirma que malos son los
miembros de la oposición.
La oposición, a su vez, señala lo contrario.
El empleado se juzga ajusticiado y afirma que el jefe
está errado, por su parte, el jefe dice lo inverso.
Son palabras localizadas en determinado espacio-tiempo,
que llevan a grupos a esas visiones, que por obvio
tienen un grado de fragmentación, pero surgen como
verdades para esos, alimentando una fe ciega en sus
presuposición, inamovibles de sus puntos de vistas,
olvidados de que en el mundo todo cambia, com un soplo,
sin pedir permiso. Jesús incluso indagaba qué sería la
verdad.
Por cuestiones diversas, y algunas aún ignoradas,
actualmente vivimos en un mundo, y también en un país,
dominados por los extremos. Usted es de derecha o
izquierda, le gusta el azul o rojo, aprecia montaña o
playa etc. Nosotros nos polarizamos, como un reflejo de
rotulaciones y categorizaciones, como un efecto también
de una profusión de informaciones y opiniones que, en la
búsqueda de patronizar lo que es bueno o malo, exaltan
reacciones, a veces bien violentas. Decantan cuchillos
afilados.
Una sociedade um tanto como maquínea, que perdió (tal
vez nunca tuvo) el gusto por la reflexión de que hay
vida más allá de los “muros” de sus concepciones.
Podemos apreciar un poco del negro sin dejar de gustar
el blanco, y en esta mezcla obtenemos el ceniza, o sea,
el camino del “medio”, que puede ser representado por la
ponderación para que se alcance el buen sentido.
Podemos, de igual forma, gustar del azul, pero respetar
el derecho de a mi amigo gustarle el verde, entendendo
que cada uno tiene su visión.
Y cuando se abandona la ponderación, se abre espacio
para los desentendimentos por cuestiones que podrían ser
resueltas de manera inteligente y respetuosa. En
realidad, los desentendimentos tienen enormes
proporciones porque los extremistas no son diferentes,
sino semejantes, bien parecidos en la forma de pensar y
obrar. Ladeando la truculencia.
Obviamente que estamos hablando de ideas, en torno a
principios, pero es muy simple vaticinar la empatia y la
comprensión en temas amenos, siendo, sin embargo,
difícil cuando esos afectan directamente intereses y
valores de las personas, como en las recientes
discusiones en torno al género, sexualidad, crímenes,
laicidad.
Son trade-offs, son dilemas, en los cuales
tenemos argumentos válidos y concepciones consistentes
en ambas polarizaciones, cada uno según su visión de
mundo, y siguen temas como ese causando polarizaciones,
y vemos poca esperanza de que sobre ellos se haga un
consenso.
Pero la cuestión no son los temas, las verdades, y sí lo
que estamos haciendo con ellas en nuestras esferas de
existencia. Los grandes obstáculos ocurren no con los
diferentes, sino, sí, con los semejantes, que actúan de
forma similar, o sea, maniqueísta. ¿Por qué ocurren
peleas? Porque esas verdades son el motor de la pelea,
cuando se quiere pelear y no buscar mediaciones.
La historia de la sociedad también es una trayectoria de
intentar puntos de equilibrio, de esferas de
conciliación y de armonización de cuestiones
controvertidas, por medio de debates, aposentos,
consejos, revistas, programas de auditorios, todos
instrumentos que buscan dar vaza a esa pluralidad de
ideas, a los argumentos, para que maduremos y como grupo
vengamos a escoger nuestros caminos. Esa es, inclusive,
una de las bases de la democracia, de la construcción de
espacios de diálogo y de consensos, para que los límites
se construyan.
Pero cuando ese tejido de equilibrio se debilita, surgen
iniciativas apasionadas para defender el punto de vista
y, en ese sentido, Kardec habla de hacerse concesiones.
En realidad, él utiliza el término "mutuas concesiones",
para que haya la reconciliación, a fin de que la paz
reine. El problema es que la búsqueda de verdades ha
suplantado el deseo de armonía.
Ese largo y filosófico preámbulo (o un poco más que eso)
viene para reflejar sobre la realidad que, imersos en
este mundo polarizado, nosotros, como movimiento
espírita, nos vemos invadidos por esa postura, sea por
cuenta de
cuestiones de la política partidaria que se reflejan en
nuestros temas, sea por polémicas que ya nos son
conocidas, algunas con nuevo ropaje, y que rellenan
nuestras páginas en las redes sociales.
Y ese movimiento de disensiones se hace, a veces,
agresivo, ciego y afilado, negando diálogos y cortando
relaciones, haciendo que se pierda el sentido racional,
reflexivo del Espiritismo, y, en cambio, se valora una
idea de convencimiento, de censura, de proscripción,
extraño a nuestro ethos, y que ya llevó a mucha
gente a la hoguera en otras épocas.
Si Kardec estuviera entre nosotros, encarnado, ¿cómo
reaccionaría él delante de ese enjambre de obras
espíritas en las librerías, algunas cuestionables en sus
proposiciones? ¿Y cómo Jesús se portaría delante de la
defensa por espíritas de linchamientos de criminales en
las calles de las ciudades grandes? Será que irían estos
nuestros dos ejemplos para las redes sociales con textos
para fomentar largos y cansados debates polarizados?
Bien, en la época de ellos, ya existían esas polémicas,
algunas aún actuales, y no nos parece que ellos
reaccionaron así. Vean en El Libro de los Espíritus
como Kardec trata de temas como el Aborto y la Pena de
Muerte y verificad si ese abordaje se refleja en ese
modelo de discusión que vivimos actualmente.
La revolución de las informaciones, de la tecnología,
aproximó ideas, paradigmas, la globalización juntó
pueblos y culturas, y eso nos agrede de alguna forma,
por nuestra propia pluralidad, y por el carácter
inconciliable de determinadas visiones, y aún por
traumas y dolores que traemos en el interior de nuestra
alma, pero no se alimenta en ese breve texto la ilusión
de que conseguiremos la armonización de todas las
tensiones humanas, pero sí que sepamos lidiar con ellas,
pautados en principios del diálogo y del respeto, oyendo,
siendo oído y posicionándose como cada uno juzga mejor,
respetando los ejemplares para las cuales converge cada
una de ellas, como punto de ecuacionamiento de casos
concretos.
Libros dudosos, estudiemos más. Posiciones polémicas
sobre temas políticos, guardemos nuestro
posicionamiento íntimo a la luz de la vida inmortal.
Apelo a las soluciones radicales, recordemos que la vida
es eterna. Sólo así nos resguardaremos de los peligros y
de las manipulaciones venidas de posturas extremas, y
más, del desperdicio de energía que podría ser utilizado
en la construcción por el estudio y en el
perfeccionamiento por el amor al semejante. De hecho,
muchas de esas tensiones acaban por minar valerosos
trabajos espíritas.
Si Dios nos quisiera así, extremos, radicales, no nos
daba seguidas encarnaciones para avanzar. Pero si
también nos quisiera siempre pasivos, “maria-va-con-las-otras”,
no nos daría el dolor para impulsarnos.
La vida es lucha, pero es preciso saber luchar.
Traducción:
Isabel Porras -
isabelporras1@gmail.com