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Amad a
vuestros enemigos: el perdón como prueba de amor y de
caridad (Parte
1) |
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A pesar de haber nacido en 1993, Brooke Greenberg no
envejeció, no conseguía alimentarse, ni andar sola y ni
hablar. Tenía el tamaño y la capacidad mental de un niño.
Lo curioso es que continuaba teniendo los mismos dientes
de cuando era, de hecho, un bebé. Nunca fue
diagnosticada como
portadora de cualquier síndrome genético conocida o
anomalia cromosómica que pudieran ayudar a explicar el
motivo de ella no haber crecido. Aún un estudio de su
ADN no fue capaz de especificar el motivo por el cual
ella permaneció teniendo cuerpo y apariencia de un niño,
hasta su desencarnación en 2013.
Algunos especialistas buscan descubrir algunas
explicaciones sobre su no envejecimiento. Para Richard
Walker, de la Facultad de Medicina de la Universidad del
Sur de Florida, en Tapa, el cuerpo de Brooke no tenía un
desarrollo coordinado. Es como si él estuviera fuera de
sincronia. Pruebade eso es su edad ósea, cuando
desencarnó, estimada en 10 años. En sus primeros seis
años de vida, Brooke pasó por una serie de emergencias
médicas y sobrevivió a todas. Tuvo siete úlceras
estomacales, convulsión cerebral que fue diagnosticada
como un accidente vascular cerebral, sin daño aparente.
A los 4 años de edad, Brooke cayó en una letargia que la
llevó a dormir por 14 días. Los médicos, entonces,
diagnosticaron un tumor cerebral. Brooke frecuentó una
escuela para niños con necesidades especiales y
permaneció congelada en la infancia más absoluta.
Caso semejante es el de Suraya Brown, conocida como "la
niña que se niega a crecer". Con más de diez años de
edad, ella pesa hoy 7 kilos, lo que sería normal para un
niño de 3 años. Las radiografías óseas
revelaronanormalidades, sin embargo una prueba genética
para una rara enfermedad de nanismo, denominada Síndrome
de Silver-Rusell, resultó negativa, así como otras
formas de nanismo que también fueron descartadas.
Brooke y Brown son casos extremadamente raros. Los
hechos nos llevan a la reflexión sobre la estructura
funcional del periespíritu, la Ley de Causa y Efecto, la
reencarnación, el suicidio, entre otros temas que la
Doctrina Espírita explica prudentemente.
A propósito, sobre la tesis reencarnacionista
La Word Christian Enciclopédiainforma
que los “500 investigadores y 121 consultores, tras
visitar 212 países, concluyeron, en 100 informes, que,
en el año 2000, la población de la Tierra alcanzaría más
de 6 mil millones de habitantes y que 2/3 de esa
población, es decir, cerca de 4 mil millones de
personas, tendrían ideas reencarnacionistas”.(1)
Sobre la cuestión de la pluralidad de las existencias, a
rigor, antes de reencarnarnos, examinando las propias
necesidades de perfeccionamiento moral, muchas veces
solicitamos la limitación física en la nueva experiencia
carnal, para que esa condición nos induzca a la
elevación de sentimientos. Solicitamos a los
Benefactores la enfermedad capaz de educar los impulsos;
esa o aquella lesión física que nos ejercite la
disciplina; determinada mutilación que nos inhiba el
arrastramiento a la agresividad exagerada; el complejo
psicológico que nos remueva las ideas inferiores etc.
Es la coherencia de la justicia ante la Ley de la
Reencarnación y del Principio de Causa y Efecto. En
verdad, ya vivimos, en la Tierra o en otros orbes,
incontables veces y traemos grabados, en el tejido sutil
del psicosoma, los registros de nuestras adquisiciones y
desatinos anteriores, como puntos de apoyo energéticos
en núcleos de potenciación, y, en el momento de la
conexión del periespíritu al zigoto, reflejamos, en ese
cuerpo celular, el coeficiente de nuestro estádio moral.
Por lo tanto, nuestro estado moral es el que determinará
los renacimientos con anomalias congénitas o no.
Las malformaciones congénitas son extremadamente
variables tanto en el tipo como en el mecanismo causal,
pero todas surgen de un trastorno del desarrollo durante
la vida fetal. Hay anomalias bioquímicas que se
manifiestan en el nacimiento o en el periodo neonatal y
son tenidas como defectos de
nacimiento (birth defect), mucho sin embargo no estén
asociados a una malformación actual. Un niño podrá ser
malformado porque su programación genética fue
imperfecta, o porque factores ambientales alteraron el
trabajo de formación, o, aún, por la existencia
simultánea de las dos cosas.
Por ese motivo, las malformaciones son clasificadas en
tres grandes grupos: de causa genética, de causa
ambiental y de causa multifactorial. Las primeras son
hereditarias y pueden repetirse en la familia; las
segundas ocurren esporadicamente, y las últimas son como
una situación intermediaria entre las dos.
Periespíritu, cuartel-general de las enfermedades
Las raíces de cualquier patologías tienen sus bases en
la estructura periespirítica. Aunque esté aparentemente
saludable, una persona puede traer en sus centros
vitales las disfunciones latentes, adquiridas en esta o
en otras vidas, que, a la corta o a la larga, saldrán a
la luz en el cuerpo físico, bajo la forma de variados
síndromes más o menos graves, conforme la extensión de
la lesión y la posición mental del deudor.
Somos herederos de nuestras acciones pasadas, tanto
buenas como malas. La cuenta del destino, creada por
nosotros mismos, está impresa en el cuerpo
psicosomático. Esos registros fluyen para el cuerpo
físico y culminan por determinar el equilibrio o el
desequilibrio de los campos vitales.
Sólo el reconocimiento académico, en el futuro, de la
primacia del espíritu sobre la materia, asociada al
principio reencarnacionista, es decir, la integración de
la herencia espiritual a la hereditariedad genética,
comandada por el espíritu, vía periespíritu, regida por
la Ley de Causa y Efecto, es que permitirá que se
identifiquen, en el espíritu inmortal, las causas
verdaderas de los desequilibrios que eclosionan en el
cuerpo físico bajo aspectos de variados síndromes,
incluyéndose los disturbios psicológicos.
Libre-albedrío y compulsoriedad de la ley
La pregunta 335 del Libro de los Espíritus consigna que,
además del género de vida que le debe servir de prueba,
el espíritu puede, también, escoger el cuerpo, porque
las imperfeccines de este son, para él, pruebas que
ayudan a su progreso, se vence los obstáculos que en él
encuentra.(2) Sin embargo, la elección no
depende siempre de él. Cuando el espíritu es
deficitario, moralmente, o no tiene aptitud para hacer
una elección con conocimiento de causa, Dios le impone
experiencias como instrumento de expiación.
La Ley de Causa y Efecto regula nuestros actos, nuestras
acciones y nuestros pensamientos. Es por medio de la
pluralidad de las existencias que el Espiritismo nos
enseña que los males y aflicciones por nosotros sufridos
son provicionales o expiatorios y sufrimos en la vida
presente las consecuencias de las faltas que cometemos
en una existencia anterior.
De tal modo, hasta que hayamos quitado la última deuda
de nuestras imperfecciones con nuestra propia
conciencia, vamos a proseguir en la secuencia de
nuestras reencarnaciones, vida después de la vida, en la
Tierra o en otro orbe, a fin de alcanzar la plenitud de
la luz. “Todas nuestras acciones son sometidas a las
leyes de Dios; no hay ninguna de ellas, por más
insignificante que nos parezcan, que no pueda ser una
violación de esas leyes. Si sufrimos las consecuencias
de esa violación, no nos debemos quejar sino de nosotros
mismos, que nos hacemos así los artífices de nuestra
felicidad o de nuestra infelicidad futura.”(3)
Por la Ley de Causa y Efecto que está registrada en la
propia conciencia, el hombre puede comprender la causa
de sus sufrimientos y de todo el mal que aflige a la
humanidad, y puede por encima de todo conocer y amar a
un Dios interior justo y racional, que da a cada uno
según sus obras.
Referências bibliográficas:
(1) Word Christian Enciclopédia, da Igreja
Anglicana da Inglaterra, editada pela Universidade de
Oxford (Time-Life nº 18).
(2) KARDEC, Allan. O Livro dos Espíritos, RJ: Ed.
FEB, 1992, perg. 335.
(3) Idem perg. 964.
Traducción:
Isabel Porras - isabelporras1@gmail.com