La búsqueda de la nada
Hay en el medio espírita, como ciertamente en varios
agrupamientos humanos, una tendencia a discutirse
asuntos que no presentan ninguna importancia, como la
búsqueda de la nada, la vida en el planeta Marte, el
cuerpo utilizado por Jesús en su pasaje misionera por la
Tierra.
Sea cual sea el entendimiento en lo que se refiere a los
temas citados, nuestra vida y nosotros, pobres mortales,
no experimentamos modificación ninguna, sea para el
bien, sea para el mal.
Con relación a Jesús, lo que nos importa no es la
naturaleza de su cuerpo, pero sí la amplitud de su
misión y la elevación de su espíritu.
Leemos en los apuntes de Juan, el evangelista:
“Tornó, pues, a entrar Pilatos en la audiencia, y llamó
a Jesús, y le dijo: ¿Tú eres el Rey de los Judíos? Le
respondió Jesús: ¿Tú dices eso de ti mismo, o te dijeron
otros de mí?
Pilatos respondió: ¿Por ventura soy yo judío? Tu nación
y los principales de los sacerdotes te lo entregaron a
mí. ¿Qué hiciste? Respondió Jesús: Mi reino no es de
este mundo; si mi reino fuese de este mundo, pelearían
mis siervos, para que yo no fuese entregado a los
judíos; pero ahora mi reino no es de aquí.
Le dice, pues, Pilatos: ¿Luego tú eres rey? Jesús
respondió: Tú dices que yo soy rey. Yo para eso nací, y
para eso vine al mundo, a fin de dar testimonio de la
verdad. Todo aquél que es de la verdad oye mi voz.”
(Juan, 18:33-37)
La realeza de Jesús es el título de un texto de Allan
Kardec por él, publicado en el cap. II d’ El
Evangelio según el Espiritismo, en lo cual el
codificador de la doctrina espírita escribió:
“¿Qué no es de este mundo el reino de Jesús todos
comprenden, pero también en la Tierra no tendrá él una
realeza? Ni siempre el título de rey implica el
ejercicio del poder temporal. Si da ese título, por
unánime consenso, a todo aquél que, por su genio,
asciende al primer plano en un orden de ideas
cualesquiera, a todo aquél que domina su siglo e influye
sobre el progreso de la Humanidad. Es en ese sentido que
se tiene la costumbre de decir: el rey o príncipe de los
filósofos, de los artistas, de los poetas, de los
escritores, etcétera. ¿Esa realeza, oriunda del mérito
personal, consagrada por la posteridad, no revela,
muchas veces, preponderancia bien mayor de lo que
aquella que ciñe la corona real? Imperecedera es la
primera, mientras esta otra es juguete de las
vicisitudes; las generaciones que se suceden a la
primera siempre la bendicen, al mismo tiempo que por
veces, maldicen la otra.
Ésta, la terrestre, acaba con la vida; la realeza moral
se prolonga y mantiene su poder, gobierna, sobre todo,
después de la muerte. ¿Bajo ese aspecto no es Jesús más
poderoso rey que los poderosos de la Tierra? Razón, pues
tenía, para decir a Pilatos, conforme dijo: ‘Soy rey,
pero mi reino no es de este mundo’.” (El Evangelio
según el Espiritismo, cap. II, ítem 4)
Quien estudia las obras de Allan Kardec conoce la íntima
relación que existe entre las enseñanzas morales de
Jesús y la llamada moral espírita:
“La moral de los Espíritus superiores se resume, como la
del Cristo, en esta máxima evangélica: Hacer a los otros
lo que querríamos que los otros nos hiciesen, eso es,
hacer el bien y no el mal. En este principio encuentra
el hombre una regla universal de proceder, mismo para
sus menores acciones.” (El Libro de los Espíritus,
Introducción, parte VI)
En 1939, setenta y cinco años después de Kardec haber
escrito el texto “La realeza de Jesús”, arriba
transcrito, nos surgió la explicación que faltaba en las
obras espíritas acerca de la naturaleza excepcional del
Cristo, confirmando así su condición de modelo y guía de
la Humanidad. Y ella vino por intermedio de Chico
Xavier, que psicografó el texto abajo:
“Dictan las tradiciones del mundo espiritual que en la
dirección de todos los fenómenos, de nuestro sistema,
existe una Comunidad de Espíritus Puros y Electos por el
Señor Supremo del Universo, en cuyas manos se conservan
las riendas directrices de la vida de todas las
colectividades planetarias. Esa Comunidad de seres
angélicos y perfectos, de la cual es Jesús uno de los
miembros divinos, al que nos fue dado saber, que ya se
reunió, en las proximidades de la Tierra, para la
solución de problemas decisivos de la organización y de
la dirección de nuestro planeta, por dos veces en el
curso de los milenios conocidos. La primera se averiguó
cuando el orbe terrestre se desprendía de la nebulosa
solar, a fin de que se lanzasen, en el Tiempo y en el
Espacio, las balizas de nuestro sistema cosmogónico y
los pródromos de la vida en la materia en ignición, del
planeta, y la segunda, cuando se decidía la venida del
Señor a la faz de la Tierra, trayendo a la familia
humana la lección inmortal de su Evangelio de amor y
redención.” (A Camino de la Luz, cap. I, obra de
autoría de Emmanuel, psicografada por Chico Xavier)
Traducción:
Elza Ferreira Navarro
mr.navarro@uol.com.br