El más grande amor del mundo
Es el sentido común la idea de que, en la vida, el amor
que una madre consagra a sus hijos es
el más grande amor que un ser puede dedicar a otro ser.
Y él no se restringe a las relaciones en el plano donde
vivimos, pues prosigue mucho más allá de la tumba.
¿Dónde adviene ese sentimiento?
¿El amor materno es fruto de una virtud o es sólo un
sentimiento instintivo?
La cuestión no pasó desapercibida a Allan Kardec, como
el lector puede conferir en la cuestión 890 d’ El
Libro de los Espíritus, en la cual, respondiendo al
codificador del Espiritismo, los instructores
espirituales dijeron que el amor materno es, al mismo
tiempo, una virtud y un sentimiento instintivo, común
tanto a los hombres como a los animales.
Cuanto a la finalidad con que obró el Creador, la
encontramos en las siguientes palabras:
“La Naturaleza dio a la madre el amor a sus hijos en el
interés de la conservación de ellos. En el animal, sin
embargo, ese amor se limita a las necesidades
materiales; cesa cuando innecesario se tornan los
cuidados. En el hombre, persiste por la vida entera y
comporta una devoción y una abnegación que son virtudes.
Sobrevive mismo a la muerte y acompaña el hijo hasta
en el más allá de la tumba.” (El Libro de los
Espíritus,890.) [La
negrita es nuestra.]
La teoría contenida en la respuesta arriba ha sido
constantemente comprobada por la experiencia.
El lector ya ha visto, ciertamente, toda vez que ocurren
disturbios y rebeliones en presidios y penales, madres a
clamar, a llorar, a desesperarse, preocupadas con lo que
podría haber ocurrido con sus hijos. Muchos cumplen allí
largas penas por crímenes perfectamente comprobados,
pero para sus madres son ellos solamente hijos, no
criminosos, que la sociedad generalmente desconsidera y
a veces desprecia.
En las sesiones mediúmnicas, el socorro espiritual
prestado a entidades desencarnadas perturbadas,
indignadas o infelices cuenta, invariablemente, con la
participación de sus madres que, a pesar de
desencarnadas, continúan a velar por los hijos e
interceden, siempre que pueden, por su recuperación.
Cierta vez, en el Grupo Espírita de la Oración, en
Uberaba (MG), la conversación entre presentes giraba
alrededor de una visita a un presidio en la ciudad de
São Paulo que un grupo de amigos había realizado,
juntamente con Chico Xavier.
Decía Chico, bastante feliz, que recibiera calorosos
abrazos de aproximadamente cuatro mil internos de
aquella casa de corrección.
Un muchacho que había participado de aquel trabajo
indagó:
-¿Chico, usted ha visto espíritus obsesores allá en el
presidio?
-¡No! – respondió él. No
he visto obsesores. He visto, sí, muchos bienhechores
amigos, muchas madres. ¡Ya no hay obsesores, no! ¡Ellos
ya hicieron lo que querrían!... (cf. Revista “El
Espírita Mineiro” – Mayo/Agosto de 2000 – Nº106.)
Ante las informaciones arriba, no admira que la sociedad
brasileña – tal como se da en otros países, como
Estados Unidos de América, Bélgica y Australia – dedique
el día de hoy, segundo domingo del mes de mayo, para
reverenciar nuestras madres queridas por todo el cariño,
dedicación, desvelo y amor que nos dedicaron desde el
momento en que vinimos al mundo.
Se trata del más justo de los homenajes que podemos
prestar a un ser humano, a las cuales nos asociamos
enviando a todas ellas, de aquí y de fuera, encarnadas y
desencarnadas, el nuestro agradecimiento y el nuestro
apretado abrazo.
Traducción:
Elza Ferreira Navarro
mr.navarro@uol.com.br