Editorial 

 
Nuestra vida presente tiene un día siguiente


En la edición de septiembre de 1863 de la Revue Spirite, Allan Kardec publicó un interesante artículo firmado por el Sr. F. Herrenschneider, al respecto de la necesidad de unión entre la filosofía y el Espiritismo. En el artículo, el articulista justifica el porqué de esa necesidad.

El artículo nos ofrece un análisis acerca del pensamiento dominante en la sociedad de la época, que no es muy distinto de aquello que, más de 150 años después, tenemos presenciado en nuestro mundo.

Según el articulista, el espíritu religioso se encontraba perdido, especialmente entre las clases letradas e inteligentes, una vez que el sarcasmo voltairiano había sacado el prestigio del Cristianismo y el progreso de las ciencias les había hecho reconocer las contradicciones existentes entre los dogmas y las leyes naturales. Por otro lado, el desarrollo de las riquezas y las invenciones maravillosas, asociadas a la incredulidad y la indiferencia, desestimulaban la renuncia al mundo, dando ocasión a la pasión por el bienestar, por el placer, por el lujo y por la ambición.   

¿No es exactamente ese cuadro que se nos presenta modernamente? De un lado, la indiferencia por las cuestiones transcendentales; de otro, la búsqueda incesante por los gozos materiales.

Un ligero pero sugestivo ejemplo: con la proximidad de los exámenes para ingresar en la  facultad, muchos jóvenes ignoran la vocación, la aptitud personal, la voluntad de tornarse alguien que pueda contribuir para el progreso de la comunidad, y optan por el curso académico que más ventajas financieras pueda ofrecerles. Y ese es, en gran número de casos, el deseo de los propios padres.

Con el advenimiento del Espiritismo, nos acuerda el articulista, la sociedad terrena fue despertada para el hecho de que nuestra vida presente tiene un día siguiente y que nuestros actos generan consecuencias, sea en ésta, sea en una existencia futura.

Es obvio que la noticia al respecto de la continuidad de la vida no era desconocida de los cristianos primitivos y mismo de los filósofos griegos, mucho antes de la venida de Jesús, como muestran los escritos de Platón al respecto de las enseñanzas de Sócrates. La diferencia es que, a partir del intercambio con los llamados muertos, son éstos que nos vienen llamar la atención para la realidad de la vida después de la muerte y las duras consecuencias del mal que hacemos y del bien que, pudiendo haber hecho, ignoramos o descuidamos.

Cuando la sociedad humana no tiene otro objetivo sino la prosperidad material y el placer de los sentidos, ella sumerge en el materialismo egoísta, renuncia a todos los esfuerzos que no conducen a una ventaja palpable, estima solamente los que tienen poses y sólo respeta el poder que se impone.

Conforme observó el Sr. F. Herrenschneider, la renovación de nuestras relaciones con los muertos es y continuará siendo un acontecimiento prodigioso, que tendrá como consecuencia la regeneración tan necesaria de la sociedad terrena, lo que es o debería ser el objetivo de todos los que soñamos con un mundo mejor, más justo, más solidario y más fraterno.

Y, en ese sentido, es bueno no ignorar que nuestra vida presente tiene un día siguiente…

 

Traducción:
Elza Ferreira Navarro
mr.navarro@uol.com.br

 

 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita