Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 
La Araña y el Escarabajo


Una vez, en un bosque, ocurrió que no hubo lluvias por mucho tiempo. Con eso, los ríos se quedaron con menos agua y no era suficiente ni para las plantas ni para los animales. Algunas plantas ya se estaban secando y cada vez era más difícil para los animalitos encontrar comida.

Por esto, los animales que tenían algo de comida guardada ofrecían un poco a los que no tenían nada. Las hormigas dividían sus hojas con las orugas y los sapos ayudaban a los peces. De esa forma, todos podían comer, aunque menos de lo normal. Los animales esperaban ansiosos a que la lluvia volviera.

Quien estaba en una situación difícil era el Escarabajo. Las hojas y frutitas que guardaban ya estaban acabándose, y él no sabía dónde podría encontrar más. Aun con esa preocupación, el Escarabajo no pedía comida a sus vecinos. “Ellos también tienen dificultades, yo no podría aceptar ayuda sabiendo que su situación será más difícil”, pensó. Y salió una vez más a buscar hojas.

Mientras tanto, arriba de la rama de un árbol cercano, la Araña observaba a su amigo y pensaba la preocupación que debía estar sintiendo, y si había alguna forma de ayudarlo. Entonces la pequeña Araña se acordó de un árbol cercano que todavía tenía hojas verdecitas. El árbol tenía raíces muy profundas, por eso conseguía el agua que había debajo de la tierra.

La Araña corrió con sus piernitas hasta el árbol, y después subió hacia lo alto del tronco, donde encontró hojas todavía verdes. Después de recoger una hoja suculenta, la Araña hizo el largo camino de regreso a su casa.

Cuando finalmente llegó a su casa, la Araña pensó cómo entregaría la hoja al Escarabajo. “¿Cómo puedo hacer para que el Escarabajo acepte esta hoja, pero que no se sienta mal por eso?”. Entonces tuvo una idea. Amarró la hoja con su tela invisible y esperó a que el Escarabajo volviera.

Pronto el Escarabajo apareció con la cabeza gacha y sin nada en las manos. “Quién sabe mañana encuentre algo”, pensó. La Araña entonces, con cuidado, estiró su tela hasta que la hoja llegara al suelo, donde ella sabía que el Escarabajo pasaría.

Cuando el Escarabajo vio la hoja, mostró una sonrisa radiante. “¡Qué maravilla! Una hoja verdecita”. Se llevó la hoja a su casa. “Muchas gracias, Dios mío, por hacer que esta hoja llegara a mí”, dijo agradecido. La felicidad del Escarabajo dejó a la Araña feliz también, y ella volvió a su casa agradecida por la oportunidad de ayudar.


Texto de autoria de Lívia Seneda.



Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com
 

 


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