La Araña y el Escarabajo
Una vez, en un bosque, ocurrió que no hubo lluvias por
mucho tiempo. Con eso, los ríos se quedaron con menos
agua y no era suficiente ni para las plantas ni para los
animales. Algunas plantas ya se estaban secando y cada
vez era más difícil para los animalitos encontrar
comida.
Por esto, los animales que tenían algo de comida
guardada ofrecían un poco a los que no tenían nada. Las
hormigas dividían sus hojas con las orugas y los sapos
ayudaban a los peces. De esa forma, todos podían
comer, aunque menos de lo normal. Los animales esperaban
ansiosos a que la lluvia volviera.
Quien estaba en una situación difícil era el Escarabajo.
Las hojas y frutitas que guardaban ya estaban
acabándose, y él no sabía dónde podría encontrar más.
Aun con esa preocupación, el Escarabajo no pedía comida
a sus vecinos. “Ellos también tienen dificultades, yo no
podría aceptar ayuda sabiendo que su situación será más
difícil”, pensó. Y salió una vez más a buscar hojas.
Mientras tanto, arriba de la rama de un árbol cercano,
la Araña observaba a su amigo y pensaba la preocupación
que debía estar sintiendo, y si había alguna forma de
ayudarlo. Entonces la pequeña Araña se acordó de un
árbol cercano que todavía tenía hojas verdecitas. El
árbol tenía raíces muy profundas, por eso conseguía el
agua que había debajo de la tierra.
La Araña corrió con sus piernitas hasta el árbol, y
después subió hacia lo alto del tronco, donde encontró
hojas todavía verdes. Después de recoger una hoja
suculenta, la Araña hizo el largo camino de regreso a su
casa.
Cuando finalmente llegó a su casa, la Araña pensó cómo
entregaría la hoja al Escarabajo. “¿Cómo puedo hacer
para que el Escarabajo acepte esta hoja, pero que no se
sienta mal por eso?”. Entonces
tuvo una idea. Amarró la hoja con su tela invisible y esperó
a que el Escarabajo volviera.
Pronto el Escarabajo apareció con la cabeza gacha y sin
nada en las manos. “Quién sabe mañana encuentre algo”,
pensó. La Araña entonces, con cuidado, estiró su tela
hasta que la hoja llegara al suelo, donde ella sabía que
el Escarabajo pasaría.
Cuando el Escarabajo vio la hoja, mostró una sonrisa
radiante. “¡Qué maravilla! Una hoja verdecita”. Se llevó
la hoja a su casa. “Muchas gracias, Dios mío, por hacer
que esta hoja llegara a mí”, dijo agradecido. La
felicidad del Escarabajo dejó a la Araña feliz también,
y ella volvió a su casa agradecida por la oportunidad de
ayudar.
Texto de autoria de Lívia Seneda.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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Desenhos
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