La alfombra
Esa tarde, Jonás no quería hacer su tarea del colegio.
Si él se concentrara, terminaría pronto. Pero lo hacía
lento, todo lo distraía. Escribía con letra fea, se
equivocaba y protestaba por tener que borrar y rehacer.
Su mamá, notando su dificultad, intentó ayudar:
- ¡Vamos, hijo! Si te dedicas y prestas atención, tu
letra quedará mucho
mejor y lo podrás hacer más rápido y sin errores. Haciendo
bien la tarea, vas a aprender mejor.
Pero el hijo, nervioso y con malhumor, reclamaba:
- ¿Y para qué tanto trabajo? ¡No me gusta estudiar estas
cosas! ¡Sería mucho mejor si no existiera el colegio!
La mamá, entonces, para calmar la situación, propuso una
pausa y después llamó a Jonás para conversar.
- Hijo, sé que no tienes motivos para estudiar, pero
quiero contarte una historia:
“Érase una vez un joven llamado José, que vivía con sus
papás en una casa muy sencilla en el campo. Ellos tenían
una pequeña plantación y criaban algunos animales.
Vivían sin lujo, pero tenían lo que necesitaban.
Sin embargo, José tenía ganas de salir de ahí. Quería
conocer otros lugares, otras personas. Comenzaba a
pensar en formar su familia. Quería también ayudar a sus
padres cuando no pudieran trabajar más.
Así, decidió partir en busca de sus sueños. Su viaje
sería a pie, largo y agotador. Se alimentaría de las
frutas y hojas de encontrara por el camino. Sus
padres lo apoyaron a pesar de cierta preocupación.
Su mamá, en la hora de la despedida, enrolló una pequeña
alfombra y se lo dio para que lo llevara. Al joven no le
gustó la idea. Argumentó que no sería útil, además de
ser un peso extra que cargar. Pero
la mamá insistió, diciendo:
- Hijo mío, nosotros no podemos dejar que partas a una
aventura de esas sin ningún recurso. No sabemos lo que
pasará. Quiero que lleves esta alfombra.
El hijo, aún sin estar de acuerdo, aceptó. Se despidió y
partió, decidido a deshacerse de ese fardo cuando se
cansara de cargarlo.
De hecho, algún tiempo después de caminata, abandonó la
alfombra a un lado del camino y continuó su jornada. Sin
embargo, el camino por donde andaba se volvió estrecho,
cercado por plantas espinosas que comenzaron a
lastimarlo y hasta rasgar su ropa.
José se detuvo. Se acordó de la alfombra y volvió para
buscarla. No era grande, pero sirvió como capa
resistente y el joven pudo atravesar el espinal sin
lastimarse.
Al final de ese día, ya muy cansado, el joven escogió un
lugar para dormir. Extendió la alfombra y se recostó
sobre él. No era una cama blanda, pero protegió su
rostro del polvo y de la maleza. Pudo
dormir y descansar toda la noche.
José caminó durante muchos días. Ya
no pensaba en deshacerse de la alfombra. Al contrario,
se dio cuenta de que era muy útil.
Lo usó cuando tuvo que dormir sobre terrenos pedregosos.
Se protegió, con ella, de un enjambre de abejas. Se
abrigó con la alfombra en las noches frías. Se protegió
del fuerte sol y de la tempestad.
Un día, José llegó a una ciudad. Era allí donde sus
sueños se irían a realizar. Pasaba frente a la oficina
de su tío cuando se dio cuenta de que había fuego
adentro. Sin demora, enrolló la alfombra y golpeó el
fuego hasta apagarlo, logrando evitar el incendio.
Su tío quedó tan agradecido que le dio un lugar donde
vivir y trabajo en su oficina.
Tiempo más tarde le dio también la mano de su hija,
Joana, en matrimonio. José tuvo una familia y también
buscó a sus padres
para que vivieran cerca de él. ¡Y
fueron felices para siempre!”
La mamá terminó la historia y, cuando iba a comenzar a
explicarla, Jonás, que era muy despierto, se levantó
cogió su cuaderno y dijo resignado:
- ¡Está bien, ya entendí! El colegio es mi “alfombra”,
¿verdad?
Su mamá sonrió satisfecha, dio un beso a Jonás y lo dejó
terminar su tarea.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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