Manos que ayudan
Anastasia, aunque vivía en un barrio humilde en medio de
la pobreza, poseía una gran riqueza; un corazón generoso
y bondadoso, donde siempre había espacio para acoger y
ayudar a alguien.
A pesar de todos sus quehaceres tenía tiempo para oír,
aconsejar y consolar a quien la buscara. Era conocida
como Doña Anastasia por su figura amable que irradiaba
fluidos de paz y de luz, y por donde pasaba dejaba un
aura de magia y delicadeza.
Cuando se lastimaban, los niños corrían hasta su casa,
pues allá encontraban un aliento cariñoso o un pequeño
remedio para curar los dolores. Cuando hacían travesuras
de las grandes, los pequeños corrían donde Doña
Anastasia y le imploraban que hablara con sus madres
para calmarlas y así escapar de un gran castigo.
Las mujeres se aconsejaban sobre algún problema familiar
y ella siempre tenía una palabra amiga, un consejo o al
menos un oído paciente y discreto para escucharlas.
Hasta los hombres en momentos de mucha aflicción y
preocupación la buscaban y, a pesar de su poca
instrucción, la benefactora usaba su sabiduría y la
bondad de su corazón para ayudarlos.
Cuando Doña Anastasia desencarnó, todo el barrio se
sintió huérfano. Las personas perdieron la orientación,
se sentían desamparadas y solas. Los vecinos se unían
para hablar de su dolor y orar por Doña Anastasia.
Cuando necesitaban ayuda, buscaban al vecino con quien
tenían más afinidad y en cada rincón fue apareciendo una
Doña Anastasia.
Sara se había mudado a otra ciudad y al volver a vivir
en el barrio lamentó mucho la muerte de la benefactora y
preguntó: ¿Cómo quedaron ustedes?
- Al comienzo fue muy difícil, pero ahora estamos bien.
Mi Doña Anastasia es Silva y yo soy la Doña Anastasia de
Josefa y…
- Espera un momento, no estoy entendiendo nada – dijo
Sara.
- Descubrimos que cualquiera de nosotros puede ser una
Doña Anastasia, basta con tener amor, paciencia,
discreción y buena voluntad – respondió Mariza.
- ¿Y eso funciona? – quiso saber Sara.
- Nosotras todavía no somos tan buenas como la maestra,
pero conseguimos ayudarnos, y eso es bueno – completó
Mariza.
- ¡Caramba! Estoy sorprendida. Es un privilegio volver a
vivir en un barrio con ustedes, con tantas manos que
ayudan. Ven aquí y dame un abrazo, Doña Anastasia –
exclamó Sara, emocionada.
Texto de Lúcia Noll, de Santo Ângelo
(RS).
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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