Especial

por Jorge Hessen

Pensando la fatalidad material ante la libre elección moral

Thomas Magill, un estadounidense de 22 años, sufrió una caída del 39º piso de un edificio en Manhattan, Nueva York (EEUU). Él cayó sobre un coche estacionado en la calle, su cuerpo atravesó el cristal trasero del Dodge Charger y se estrelló en el asiento de cuero. Thomas cayó, más o menos, a una velocidad de 160 kilómetros por hora y sobrevivió.


¿Prodígio "sobrenatural"? "¿Acaso?” ¿Fatalidad? ¿El destino? -
 En la pregunta 621 de El Libro de los Espíritus estudiamos que la Ley de Dios está grabada en nuestra conciencia. [1]. Empecemos esta reflexión por evaluar el por qué de la libertad de conciencia, y de su progresividad a medida que la realizamos en nosotros. El término fatalidad y/o “destino”, según los Espíritus, sólo puede ser abarcada como un componente de la ley de libertad, esto es, cuando adoptamos una cierta actitud, determinamos una consecuencia, que será buena o mala, de acuerdo con el contenido del acto. A cada nueva existencia experimentamos nuevos desafios, inexorablemente, hasta alcanzar la perfección relativa.

Conforme enseñan diferentes religiones, la fatalidad (“destino”) es un plan creado por Dios que no puede ser alterado por los seres humanos. El Espiritismo, a su vez, no admite que exista una predestinación absoluta y defiende que Dios dotó al hombre del libre albedrío (el poder para tomar sus propias decisiones). Nuestra ponderación es en el sentido de remodelar el concepto “destino”, retirándole los contenidos determinantes, para una visión larga y transcendental, más conveniente con los aspectos educativos y rectificadores de los procesos reencarnatorios.

Consecuencias de nuestras opciones – Sobre la temática fatalidad, el Codificador explica en El Libro de los Espíritus que percibe la fatalidad como la predeterminación completa de los eventos. En la obra, Kardec expone los motivos por los cuales no puede existir la fatalidad en el sentido extremo, de una predeterminación de todo cuanto ocurre. El maestro lionés delinea las circunstancias especiales en que puede haber un cierto tipo de predeterminación de los acontecimientos. [2] El alcance oportuno de esos temas requieren un éxamen crítico de múltiples conceptos filosóficos, a saber, determinismo, libre albedrío, causalidad, “destino”...

Cada acontecimiento en nuestras vidas tiene un fundamento causal, en general bastante intrincado, abarcando diversos episodios, próximos o remotos en el espacio y en el tiempo. Tales factores han de estar presentes para que el “acaso” sea una ilusión. El Espiritismo señala algunos conceptos con diferentes matices al afirmar que si las causas de los acontecimientos más importantes de nuestras existencias físicas, dichosos o dolorosos, no pudieran ser localizados en la vida actual, seguramente existirán en experiencias anteriores a nuestro renacimiento.

Los efectos de nuestras elecciones (nuestros actos), en conformidad o contrarios a la ley de amor, justicia y caridad pueden ser inmediatos o derivan en póstuma circunstancia más o menos distante en el tiempo. De este modo, es eso, episodicamente, que permite aprender muchas de las diversidades en las condiciones físicas, y clases sociales etc., dos seres humanos dentro de los parámetros y confirmaciones de la providencia divina. Cada persona se encuentra en una coyuntura parcialmente asentada por el conjunto de sus libres deliberaciones de esta vivencia actual, de las vivencias antecedentes y de las temporadas en las zonas más allá de las tumbas, de contínuo, impelidas por sus necesidades de perfeccionamiento moral a través de las nombradas situaciones de pruebas y del entrenamiento de la razón y del sentimiento.

“Acaso”, una palabra vacia de sentido – Hay muchos fenómenos naturales que desafían la razón humana y permanecerán por un largo tiempo en la dimensión de lo inaccesible en el circulo de la ciencia tradicional. En el episodio Magill, ¿será que hubo una intercesión del Plano Espiritual, o sea, habrían los Espíritus neutralizado los efectos de la “Ley de la Gravedad” (al final él cayó del 39º. Piso) y por consecuencia diminuído la extensión del impacto sobre el coche?¿Por qué en varios otros hechos semejantes no hay ese tipo de supuesta intervención espiritual?

Convengamos que el término “acaso” es una palabra vacia de significado y ni siquiera existe en el diccionario espírita. ¿Milagro? Para los espíritas, el milagro sería postergación inconcevible de las leyes eternas fijadas por Dios – obra que son de su voluntad – y sería poco digno de la Suprema Potencia exorbitar de su propia naturaleza y variar en sus decretos. ¿Entonces, habrá fatalidad en los accidentes y/o otros acontecimientos diversos son predeterminados? ¿Y el libre albedrio, cómo quedaria?

En verdad, como ya resaltamos, la fatalidad existe unicamente por la elección que el Espíritu hizo al encarnar, de esta o de aquella prueba para sufrir. Y más aun, “fatal”, en el verdadero sentido de la palabra, sólo el instante de la muerte (desencarnación), según el Espiritismo. Así, cualquiera que sea el peligro que nos amenace, si el instante de la muerte (desencarnación) aun no llegó, ¿será que moriremos? Según los Espíritus, no desencarnaremos y sobre eso tenemos muchos ejemplos.

Libertad dependiente – De hecho, en todas las épocas, muchas criaturas han salido ilesas de las más extremas situaciones de peligro. Por otro lado, sin embargo, habrá quien cuestione: - ¿Más con qué fin pasan ciertas personas por tales peligros que ninguna consecuencia grave les causan? En la pregunta 855 de El Libro de los Espíritus, el asunto es más bien explicado por los Benefactores espirituales: “Si escapas de ese peligro, cuando aun bajo la impresión del riesgo que corriste, piensas, más o menos seriamente, de mejorar [moralmente], conforme sea más o menos fuerte sobre ti la influencia de los Espíritus buenos”. [3]

El tema tiene múltiples facetas. Deben ser considerados bajo diversos ángulos. Reafirmando el tiempo todo lo que la fatalidad existe únicamente por la elección que hacemos, al encarnar, de esta o aquella forma para soportar. Escogiéndola, instituímos para nosotros una especie de “destino”, que es la consecuencia natural de la posición en que vengamos a encontrarnos colocados. Si estamos cumpliendo, en el uso de nuestro libre albedrío, la programación reencarnatoria, no hay como, pues, ser visitados por la “fatalidad”. En verdad, no hay libre albedrío ni determinismo absolutos en los procesos reencarnatorios, sino libertad condicionada.

Bajo el punto de vista moral la “fatalidad” no es “fatal” – La Doctrina de los Espíritus no respalda la idea de fatalidad, mereciendo por eso lectura y reflexión. Podemos elucubrar, ¿cuál es la finalidad de esos accidentes que causan tanto espanto? ¿Cómo la Providencia Divina puede ser percibida en esas situaciones extremas (caso Magill)? ¿Por qué algunas personas escapan, y otras no, de caídas, por ejemplo, como vimos arriba, recordando que fatalidad, destino, azar, suerte y acaso son palabras siempre citadas en situaciones como esas?

El mecanismo de causa y efecto tiene por objetivo el bien de la criatura. Ella no tiene, como generalmente se imagina, un carácter punitivo, pero sí una acción educadora, en el sentido de hacer al ser reconocer su error, e indicarle el camino más corto del acierto por el trabajo en el bien en el limite de las fuerzas de cada cual. Cuando el apóstol Pedro, dice en su epístola: “El amor cubre la múltitud de pecados”[4], quiere enseñarnos que no es preciso sufrir para reparar un error, sino a través de la experiencia del amor, podemos alcanzar el mismo blanco de una forma más amplia y sin agonias de la aflicción.

La existencia del “destino” supone que nada ocurre por acaso, pero que todo tiene una causa predeterminada, esto es, los acontecimientos no surgen de la nada, pero sí de esa fuerza desconocida. La corriente filosófica del determinismo defiende que todos los pensamientos y todas las acciones humanas se encuentran causalmente determinados por una cadena de causa y consecuencia. Para el determinismo radical, no existe ningún acontecimiento que sea por acaso o coincidencia, al paso que el determinismo flexible sustenta que existe una correlación entre el presente y el futuro, sometida a la influencia de eventos aleatórios.

La fatalidad física, el momento de la muerte (desencarnación), vendrá naturalmente, en el tiempo y manera pre-establecida, a no ser que lo precipitemos, por el siniestro uso de nuestro libre albedrío, a través del suicidio, por ejemplo.

Instante es un momento, una fracción de tiempo indefinido, más o menos flexible, diferente de hora, minuto y segundo de la desencarnación. Es evidente que Dios a todo previene y aprovisiona, pero los acontecimientos no están a eso condicionados; Dios “antevió” nuestras acciones, pero nosotros no obramos porque Dios “pronosticó”, sino porque utilizamos nuestra libertad de elección (libre-albedrío) de esta o de aquella manera, y el Creador omnipresente en la conciencia del Espíritu inmortal tenía y siempre tiene ciencia de nuestra manera de obrar.

Notemos, si usamos bebidas alcohólicas y conducimos un vehículo a 200km/h, o atravesamos una avenida de intenso flujo de automóviles, con los ojos cerrados, por ejemplo, estamos exponiéndonos y sujetándonos a la “fatalidad”, pero, antes de nuestro procedimiento equivocado, utilizamos nuestra libertad de hacer o no hacer algo o alguna cosa ante la ley del libre albedrío.

¿Qué tienen esas reflexiones con el caso del americano que cayó del 39º piso de un edificio en Manhattan, New York? Bien, pero sí, pero no, creemos que la espiritualidad superior no tiene ningún compromiso con la fatalidad, pudiendo alterar programaciones reencarnatorias de acuerdo con la necesidad y el merecimiento del reencarnado. Para tal, bajo el prisma espiritual, la “fatalidad” no es “fatal”, pudiendo ser modificada, ya que es posible renovar nuestro destino todos los días, y no dudemos de eso.

La mayoría de los tópicos que forma la subdivisión del tema fatalidad contenida en El Libro de los Espíritushace alusión directa o indirectamente a la tesis de la programación preexistencial física. Esa programación puede encajar el principio general que estamos analizando aquí.

Optando por lo cierto y/o errado – En la medida en que nos perfeccionamos moralmente, nos volvemos más conscientes, podremos medir por nosotros mismos las principales acciones efectivas y, en el estado de desencarnado, podemos delinear algunos eventos para nuestra ulterior encarnación, comúnmente ayudados por Espíritus más esclarecidos. Así es que, por ejemplo, elegimos libremente nuestro futuro cuerpo, nuestra composición racial, nuestro medio social y cultural, nuestro grupo familiar, con vistas a los imperativos reparatorios con vista a nuestro perfeccionamiento espiritual.

Teniendo, sin embargo, en cuenta que entre la época de la programación y de la ocurrencia programada para nosotros, continuaremos eligiendo lo cierto y lo errado, lo que podrá alterar parcialmente el resultado de una elección pre-programada. Los detalles de los acontecimientos dependen de circunstancias que creamos por nuestras elecciones.

Fatalidad sólo puede existir ante las pruebas físicas – Los Benefactores distinguen la “fatalidad” entre los acontecimientos materiales y los de orden moral, dicen ellos: “Si hay, a veces, fatalidad, es en los acontecimientos materiales cuya causa reside fuera de vosotros y que no dependen de vuestra voluntad. En cuando a los actos de la vida moral, esos emanan siempre del proprio hombre que, por consiguiente, tiene siempre la libertad de escoger. En lo tocante, pues, a esos actos, nunca hay fatalidad.”[5]

Consideremos el hecho, antes señalado, de que apenas la materia, por ser inanimada e insensible, puede con exactitud estar contenida a un previo reordenamiento inevitable. Ya nuestras acciones, estas se emparejan en cada momento a nuestra libre elección. Igualmente, un cuerpo deforme o perfeccionado, una molestia grave o la recuperación de la salud, un accidente fatal o apenas un incidente podrán ser siniestros, en el sentido más estricto del término. Pero un homicidio, una maledicencia, una reconciliación, unos donativos benevolentes jamás serán fruto de la fatalidad.

Tal afirmación vale para todos los seres entrelazados, incluso los que estén en la condición de víctimas. Ninguna persona reencarna para ser objeto de difamación o asesinato, porque eso determinaría que alguien naciese con la “incumbencia” de difamar o asesinar, lo que es obviamente una aberración. Es por esa razón que la respuesta de la pregunta 851 indica que la fatalidad sólo puede existir com relación a las pruebas físicas (como algunas enfermedades y desastres que  no se alcanzan impedir), jamás, con todo con relación a las pruebas morales, a saber, las infidelidades, las contrariedades con la conducta de personas queridas, los envilecimientos y humillaciones.

La vida es sabia, sepamos vivirla en plenitud.


Referências bibliográficas
:

[1]     KARDEC, Allan. O Livro dos Espíritos, questão 621, RJ: Ed. FEB, 2001

[2]     KARDEC, Allan. O Livro dos Espíritos, questão 851, RJ: Ed. FEB, 2001

[3]     KARDEC, Allan. O Livro dos Espíritos, questão 855, RJ: Ed. FEB, 2001

[4]     1 Pedro 4:8

[5]     KARDEC, Allan. O Livro dos Espíritos, questão 861, RJ: Ed. FEB, 2001.

 
Traducción:

Isabel Porras - isabelporras1@gmail.com

                  
Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com

 
 

     
     

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 Revista Semanal de Divulgação Espírita