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Allan Kardec, la modestia encarnada |
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Desde pronto aprendí a admirar la figura de Allan Kardec.
Luego que comencé a leer sus libros me llamó mucho la
atención su posición en cuanto a encontrar que la obra
espírita no era suya, sino de los Espíritus que la
concibieron.
Esa actitud de honestidad intelectual de Allan Kardec me
hizo entrever su desinterés moral y material sobre todo
en cuanto pudiese derivar para él de ese trabajo.
De la misma forma que alerto a los médiums para no
vanagloriarse del material que recibían de los Espíritus
– que a estos pertenecía - , tampoco no se sintió en el
derecho de tomar para sí exclusivamente los créditos del
contenido de los libros que publicaba.
Intervención de su genio
A pesar de esa postura sinceramente modesta de Kardec,
todos saben de la real importancia que él tuvo en la
construcción y desenvolvimiento de la extraordinária
filosofía que es el Espiritismo.
Hay innumerables intervenciones de su genio por toda la
obra de la codificación, en que analiza, reflexiona,
contesta, refuta, siempre en el interés de esclarecer
los principios doctrinarios, de modo a evitar, lo más
posible, falsas interpretaciones. Todo con lógica,
respeto y moderación.
Si por un lado él pedia instrucciones y consejo a los
Espíritus sobre el proseguimiento de ciertas cuestiones,
y también los recibía espontáneamente, por otro, la
concepción de la estructura doctrinaria y la
organización del trabajo corrieron por su cuenta. Es el
caso, para citar un ejemplo, de la Revista Espírita.
Consultó a los Espíritus y fue orientado a fundar un
periódico, sobre el cual dice más tarde: (...)”La
Revista es una obra personal cuya responsabilidad
asumo enteramente y por la cual no debo, ni quiero ser
obstaculizado por ninguna voluntad extraña; es concebida
según un plan determeninado para concurrir al objetivo
que debemos alcanzar”.
Kardec emprende un enorme esfuerzo y editó el primer
número con gran éxito. Conforme la previsión de los
Espíritus, las ediciones se sucedieron y durante largos
años bajo su dirección mantuvieron al “público a la par
de los progresos de esta nueva ciencia”, previniéndolo
contra las exageraciones, tanto de credulidad excesiva,
como de escepticismo.
Su experiencia, su método, los criterios científicos que
adoptó, asociados a su erudicción, a su poder de
argumentación filosófica, a su racionalidad y al
intrínseco amor por la humanidad, em fin, todo eso hizo
a su amigo astrónomo Camille Flammarion afirmar, a la
vera de su túmulo, que lo consideraba “el buen sentido
encarnado”. Esa opinión es endosada por todos aquellos
que estudian a fondo el Espiritismo.
La humildad de las grandes almas
La modestia llevaba a Allan Kardec a no creer que
pudiese ser investido del papel tan importante de
misionero que algunos Espíritus le habían atribuído.
Incluso porque, según él, había tantos otros que poseían
talento y cualidades que él no tenía. Después de la
confirmación del Espíritu de Verdad en cuanto a su
misión (junio de 1856), Kardec dice: “Sí, pues, estoy
destinado a servir de instrumento a la vista de la
Providencia, que ella disponga de mí. En este
caso, yo reclamo vuestra asistencia y la de los
buenos Espíritus” (negrita mio)
El Espíritu de Verdad, entonces, le da cuidadosas
instrucciones y lo previene sobre las luchas y
sacrificios terribles que enfrentará en el desempeño de
la arriesgada misión. Y Kardec, en una demostración de
fe y confianza, ora humilde: “¡Señor! ¡Si os dignais
lanzar los ojos sobre mí, para satisfacer vuestros
designios, sea hecha tu voluntad! Mi vida está en
vuestras manos; disponed de vuestro siervo. Para tan
alto empeño, yo reconozco mi flaqueza. Mi buena
voluntad no fallará, más pueden traerme las fuerzas. Suplid
mi insuficiencia, dadme las fuerzas físicas y
morales, que me sean necesarias. Sustentadme en los
momentos difíciles y con vuestro auxilio y el de
vuestros celestes mensajeros me esforzaré por
corresponder a vuestra vista. Os agradezco los sabios
consejos, Espíritu de Verdad. Acepto todo, sin
restrinción, ni pensamiento reservado” ( negrita
mio)
Las grandes almas son humildes. Kardec demostró eso
reconociendo humildemente la superioridad del Espíritu
que se identificó como La Verdad, y que lo ayudó
y lo protegió durante toda la implantación del
Espiritismo en la Tierra. Sobre él, Kardec, agradecido,
escribió: “La protección de ese Espíritu, cuya elevación
bien lejos estaba entonces de evaluar, nunca me faltó.
Su solicitud, y la de los buenos Espíritus a sus
órdenes, se estendió a todas las circunstancias de mi
vida, tanto en relación a las dificultades materiales,
como para facilitarme los trabajos y preservarme de la
malevolencia de mis antagonistas”.
Costumbres de economía
De hábitos muy simples, Allan Kardec llevaba una vida
controlada y modesta. En respuesta a un calumniador que
publicó mentiras sobre su vida personal, alegando que se
enriqueción con el Espiritismo, Kardec escribe un largo
texto donde, de entre muchos esclarecimientos, da
informaciones de su rutina particular: “Quien quiera que
haya visitado en el pasado mi casa y que hoy me visite
podrá comprobar que nada cambió en mi manera de vivir
(...) Siempre tuvimos con que vivir modestamente, aunque
lo que, para algunos, haya sido poco, para nosotros
bastaba, gracias a nuestros gustos y a nuestras
costumbres de economía”.
Amante de la vida calmada y retirada, Kardec se vio, con
el Espiritismo, envuelto en un torbellino de compromisos
y relaciones que le impedían de mantenerse anónimo como
era su intención en el inicio, al idealizar El Libro
de los Espíritus.
No le fue posible más mantener el ritmo anterior, ya que
los nuevos trabajos crearon exigencias nuevas en cuanto
al tiempo y recursos. Comprendemos la importancia y
extensión de sus obligaciones, se lanzó a tareas
intelectuales extras, en vigílias continuadas, con las
cuales atendió con recursos propios la gran parte de las
necesidades de la instalación de la Doctrina. Eso nos da
la medida de su desprendimiento y la amplitud de
consciencia que tuvo sobre el momento histórico que se
presentaba y para el cual fue convocado a asumir la
responsabilidad mayor.
“Esa fue la obra de mi vida – afirmaria más tarde Allan
Kardec -; le consagre todo mi tiempo, le sacrifiqué mi
reposo, mi salud, porque el futuro estaba escrito
delante de mí en caracteres irrecusables.”
El hombre Universal
A lo largo de los siglos, muchos Espíritus adelantados e
incluso superiores han reencarnado en la Tierra para
ayudar al progreso de los hombres. Trazan misiones junto
a su pueblo, a su raza, al país donde reencarnan, y su
contribución humanitaria acaba sirviendo de ejemplo para
el mundo entero. Se hacen referencia de valores de
inmenso significado como el amor, la justicia, la
fraternidad, la integridad moral.
Ya Kardec se dirigió a toda la humanidad, en la medida
que reveló, bajo orientación de los Espíritus
Superiores, el mundo de los Espíritus y sus relaciones
con el mundo de los hombres, y las importantes
consecuencias de ese conocimiento para el género humano.
En Que es el Espiritismo, el codificador dice:
“El descubrimiento del mundo invisible tiene mucho más
alcance que el de los infinitamente pequeños; el es más
que un descubrimiento, es una revolución en las ideas”.
Ampliando esa constatación de Kardec, el ilustre
pensador Deolindo Amorim afirma: “Sin duda el
descubrimiento del Mundo Invisible impone una revolución
integral en las ideas, lo que permite comprender la
resistencia que ciertos científicos demostraron en la
aceptación de los fenómenos espíritas, pues esta les
costaría el derrumbe del edificio materialista en que se
acomodan”1.
Con el Espiritismo, Allan Kardec se constituyó en el
“hombre universal”, como lo llamó André Moreil, uno de
sus biógrafos, entregando al mundo una Doctrina de
carácter universalista.
La causa por la cual dedicó su vida fue la misma
inspirada por el Espíritu de Verdad: “Amaos e
instruíros”. Su mayor deseo era el de “contribuir para
la propagación de la verdad”. Elevo bien alto la bandera
de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad, al
mismo tiempo en que estableció la caridad como un
principio de “salvación”.
Kardec abre su corazón
En un documento encontrado en sus papeles, después de su
muerte, Allan Kardec da un informe íntimo, en un texto
lleno de sentimiento, donde abre su corazón y muestra
como debe pensar y obrar el verdadero espírita. Con una
exposición suave y verdadera, Kardec revela sus
pensamientos humanitarios: “Hago el bien, cuanto me
permiten mis condiciones; presto los servicios que
puedo; los pobres nunca fueron echados de mi casa, ni
tratados con dureza, antes son siempre acogidos con
benevolencia. Nunca lastime los pasos que di en favor de
alguien. Muchos padres de familia fueron sacados de las
prisiones por mí esfuerzo.
Hablando de la ingratitud, de que fue blanco muchas
veces, dice en ese mismo texto: “La ingratitud es una de
las imperfecciones de la humanidad y como no hay quien
sea exento de ellas, es preciso revelar a los otros,
para que revelen a nosotros a fin de poder decir con
JesuCristo: “´El que esté limpio de culpa, tire la
primera piedra´. Continuaré, pues, a hacer el bien que
me fuera posible, incluso a mis enemigos, porque el odio
no me ciega”.
Los hombres serios respetan a Kardec
Un espíritu de ese porte moral precisa ser conocido y su
obra estudiada por todos. Los espíritas, principalmente,
que tienen el acceso facilitado a esa inconfundible
filosofía de amor y verdad, no pueden desperdiciar la
oportunidad improrrogable de profundizar en ese
conocimiento.
Allan Kardec es respetado por los hombres serios.
Notables nombres de la cultura y de la ciencia mundiales
aprovecharon los caminos abiertos por él para realzar
estudios y experimentos concluyentes a favor de las
tesis espíritas. No sólo Flammarion teje elocuentes
elogios al maestro, sino también el filosofo Leon Denis
y muchos estudiosos de otros tantos países le siguieron
el pensamiento.
Gabriel Delanne, investigador incansable de los
fenómenos espíritas, fiel y leal a los principios de la
Doctrina, escribió: “Sustituyendo la fe ciega en una
vida futura, por la inquebrantable certeza,resultante de
constataciones científicas, tal es el inestimable
servicio prestado por Allan Kardec a la humanidad”. Ese
servicio” prestado por Allan Kardec representa
simplemente el rompimiento definitivo del pensamiento
moderno con los dogmas hoy insustentables, que no pueden
más continuar atrasando el progreso de la humanidad. El
Espiritismo dio un golpe certero en el materialismo, en
la incredulidad y en el orgullo humano.
En la misma línea del pensamiento de Delanne, aquí en
Brasil, de entre tantos ejemplos de respeto a Kardec,
encontré un apunte del Espíritu Guaracy Paraná Vieira –
dirigente espírita en el Estado de Paraná -, por la
psicografia de Divaldo Franco, que así se expresó sobre
el codificador: “En una época de transición cultural y
de afirmación de la ciencia, él permaneció fiel al
compromiso con Jesús, contribuyendo para la liberación
de las criaturas, ofreciéndoles los recursos del
laboratório y del pensamiento fijados en las bases
morales del Evangelio”.
Con todas las cualidades de un hombre de bien, y
considerándose la grandeza de su trabajo en la Tierra,
Allan Kardec debe ser visto como un benefactor de la
humanidad. Nadie jamás se arrepentirá de estudiar sus
obras con buena voluntad, sin ningún preconcepto y con
disposición efectiva de crecer como persona.
¹ Deolindo Amorim (Espírito), Espiritismo
em movimento, psicografia de Elzio Ferreira de
Souza, “Fidelidade a Kardec”, editora Circulus,
Salvador, Bahia, 1999.
Obras consultadas:
Allan Kardec, Obras póstumas, trad. Bezerra de
Menezes, LAKE, 17ª edição.
Allan Kardec, Viagem espírita em 1862, trad.
Wallace Leal V. Rodrigues, O Clarim, 2ª edição.
Allan Kardec, Revista Espírita, novembro de 1864, trad.
Julio Abreu Filho, Edicel, 1ª edição.
André Moreil, Vida e obra de Allan Kardec, trad.
Miguel Maillet, Edicel, 1ª edição, 1986.
Guaracy Paraná Vieira (Espírito), Perfis da Vida,
psicografia de Divaldo P. Franco, capítulo 1, LEAL,
1992.
Allan Kardec, O que é o Espiritismo, Segundo
diálogo, “Oposição da Ciência”, FEB, 1973.