Tema: Historia del
Espiritismo
Nacimiento del Espiritismo
Cuando Jesús vivía
en la Tierra, dijo que después de morir y retornar al
mundo espiritual, enviaría un Consolador, que se
quedaría para siempre con los hombres.
Ese Consolador les
explicaría todo, recordaría lo que Jesús dijo y diría
hasta lo que él no pudo decir porque las personas
todavía no lo entenderían.
Fue necesario que pasaran
muchos años, e incluso siglos, para que la humanidad
evolucionara y tuviera condiciones de comprender otras
enseñanzas.
Jesús reunió, entonces,
un equipo de espíritus muy evolucionados y les dio la
misión de traer el Consolador prometido a la Tierra.
El Consolador no sería
una persona, sino un conjunto de ideas, pensamientos y
enseñanzas, es decir, una doctrina. Así, podría quedarse
para siempre con nosotros, consolándonos, enseñándonos y
guiándonos, como Jesús dijo que el Consolador haría.
Con esa finalidad, muchos
espíritus fueron conducidos para reencarnar en la
Tierra, para ejercer la mediumnidad, que era la
capacidad de percibir los espíritus y registrar sus
mensajes. Otros espíritus, de gran sabiduría,
permanecieron en el mundo espiritual, siendo
responsables de la transmisión de las enseñanzas.
El día 3 de octubre de
1804, en una ciudad de Francia llamada Lyon, nació uno
de los personajes más importantes de esta historia, que
recibió el nombre de Hippolyte Léon Denizard Rivail.
A él le fue dada la
importantísima tarea de ser el codificador de la nueva
doctrina. Él debería reunir, organizar y explicar las
enseñanzas dictadas a los médiums por los espíritus.
Siendo todavía niño,
Hippolyte ya demostraba ser muy inteligente. Muy pronto
fue enviado por sus padres a estudiar en un famoso
instituto dirigido por el gran educador Pestalozzi, en
Suiza, donde se quedó por muchos años hasta formarse en
pedagogía. Allí se volvió profesor de química, anatomía,
física y astronomía. Conocía bien las ciencias y la
filosofia. Hablaba muchas lenguas, como francés, inglés,
alemán, italiano, holandés y español, y escribió libros
sobre educación.
Un día, cuando Hippolyte
ya era adulto, casado y profesor, su amigo Fortier lo
invitó a participar en una reunión, en casa de otros
amigos, donde estaba sucediendo un fenómeno muy
interesante que ellos conocían como “mesas giratorias”.
En esas reuniones, las
personas se sentaban alrededor de una mesa y colocaban
sus manos extendidas sobre ella. Después de un tiempo,
la mesa comenzaba a moverse. A veces se balanceaba, se
quedaba sobre solo una pata, giraba o se levantaba del
suelo, sin percibirse la influencia de ninguna fuerza.
También se podían sentir y escuchar golpes en los
muebles.
Todos se divertían con
eso, pero Hippolyte se quedó muy intrigado. Como
investigador, acostumbrado al método de la ciencia,
pensaba:
- Todo efecto tiene una
causa. ¿Cuál será la causa de que las mesas se muevan?
Empezó, entonces, a
frecuentas esas reuniones, pues quería encontrar una
explicación para aquello.
Después de algún tiempo,
las personas comenzaron a hacer preguntas a las “mesas
giratorias” y éstas respondían a través de golpes.
Ellos, entonces, establecieron códigos para entender las
respuestas. Hablaban, por ejemplo:
- Mesa, si lo que yo digo
estuviera en lo correcto, da un golpe. Si
estuviera equivocado, da dos golpes.
Al comienzo, hacían
preguntas sencillas y les parecía gracioso que la mesa
acertara las respuestas.
El profesor Hippolyte
Rivail, mientras tanto, presenciaba todo con mucha
curiosidad y quedaba cada vez más estimulado a estudiar
lo que pasaba.
- ¿Cómo una mesa, que es
un simple objeto, sin vida y sin inteligencia, puede
entender lo que se le pregunta y aun responder
correctamente? ¡Un efecto inteligente tiene que tener
una causa inteligente! ¿De dónde viene la inteligencia
de esa mesa? – se preguntaba.
Investigó las condiciones
en las que ese extraño fenómeno sucedía y se dio cuenta
de que factores como el clima, el horario, la presencia
de hombres o mujeres, la cantidad de personas, los
lugares en que se sentaban y la posición de las manos no
interferían en nada para que los “efectos físicos”
ocurrieran. Pero descubrió también que era necesaria la
presencia de ciertas personas, que él identificó como
médiums. Si los médiums no asistían a la reunión, aunque
estuvieran presentes muchas otras personas, no pasaba
nada.
Con el tiempo, se
establecieron otras formas de comunicación con la mesa.
Colocaban sobre ella un disco, con las letras del
alfabeto escritas en el borde, además de las palabras
“Sí” y “No”. Una aguja se quedaba en el centro y giraba
sobre el disco, apuntando las letras, como la aguja de
un reloj que gira apuntando los números. De esa forma,
anotándose las letras señaladas, era posible formar
palabras y frases. Las
respuestas ahora podían ser más completas.
Un día, el profesor
Rivail preguntó quién estaba provocando esos efectos. Y
la respuesta fue sorprendente. Eran los espíritus de los
hombres, que ya habían muerto.
Estaba esclarecida la
gran duda. ¿Pero ustedes piensan que el profesor Rivail
se detuvo ahí? No, pues le surgieron otras preguntas. En
verdad, él estaba solo comenzando.
La comunicación con los
espíritus mejoró cada vez más, substituyendo las mesas
por cestas que escribían, que tenían una pluma acoplada
y escribían directamente los mensajes. Después surgieron
las comunicaciones de los médiums, que pasaron a
escribir o a hablar lo que los espíritus les decían sin
necesitar objetos.
El profesor Rivail
organizó las preguntas y respuestas dadas por los
espíritus e hizo un libro llamado “El Libro de los
Espíritus”. Él firmó el libro con el pseudónimo de Allan
Kardec, que era un nombre que él tuvo en otra
encarnación, y fue así como pasó a ser conocido en el
medio espírita.
Con “El Libro de los
Espíritus” surgió la Doctrina Espírita, el Consolador
prometido por Jesús.
Allan Kardec continuó sus
estudios y otros libros fueron escritos con el
conocimiento enseñado por los espíritus.
Esa es una historia real
y con un final feliz.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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