Tema: Humildad/ Acción y Reacción/ Gratitud/ Auxilio
El León y el Ratoncito
El León, Rey de los Animales, paseaba tranquilamente por
su reino, el reino de la selva. Todos los animales lo
conocían y lo respetaban. Por donde él pasaba era
observado. Algunos dejaban lo que estaban haciendo para
saludarlo o para admirarlo. El León era imponente,
fuerte, grande, ágil y por encima de todo hermoso.
De vez en cuando, soltaba un rugido impresionante, que
parecía hacer recordar a todos cuán poderoso era.
Esa tarde calurosa, el León andaba despacio. El calor
aumentaba la modorra y el sueño que solía sentir después
del almuerzo. Caminaba y buscaba el lugar ideal para
acostarse, donde la sombra y el silencio pudieran
preparar la buena siesta que pretendía tener. Los
árboles del bosque le parecieron perfectos y fue en
dirección a ellos.
Pero, en el camino hacia allá, el León comenzó a
escuchar algo diferente. Era una voz finita y débil, que
apenas se oía.
Al poco rato, con los grandes pasos del León, la voz se
fue acercando y él pudo oírla mejor:
- ¡Socorro, que alguien me ayude! ¡Por el amor de Dios! ¡Alguien
que me ayude!
El León, entonces, sin dificultad, descubrió lo que
pasaba.
Era sólo un ratón en un agujero. Se debió haber caído y
no podía salir.
El León miró la situación por unos segundos. Sin ninguna
disposición de retrasar su deseado descanso,
principalmente debido a un minúsculo y prácticamente
despreciable ratón, giró el cuerpo hacia los árboles y
volvió a caminar.
El ratoncito, sin embargo, viendo que el León se
alejaba, gritó afligido:
- Sálveme, Rey León, ¡por amor a Dios, sálveme!
El León casi se conmovió con las súplicas del ratón,
pero para calmar su conciencia se decía a sí mismo:
- El agujero no es tan profundo. Que se esfuerce más.
Además de ser un ratón, debe ser perezoso.
Quería convencerse de que no tenía que hacer nada. Pero
parecía oír una voz que decía:
- ¡Qué crueldad! A usted no le cuesta nada. Su ayuda
puede ser la única oportunidad que él tiene.
Y esa voz seguía argumentando, a cada paso que él daba,
alejándose.
El León, con sueño, quería mucho ir a dormir pronto,
pero sentía que debía salvar al ratoncito. Contrariado,
argumentaba consigo mismo:
- Suerte del ratón, ¿quién lo mandó a no mirar por dónde
anda? ¡No tengo nada que ver con eso!
Pero no logró convencer a su conciencia y finalmente
decidió:
- ¡Mejor sacaré a este ratón de allí, de una vez! Si no,
va a entorpecer mi sueño, pensar en él allí, muriendo de
hambre y de sed, mientras yo descanso tranquilo.
Y así, queriendo resolver pronto el asunto, retrocedió
algunos pasos, gruñó medio contrariado y metió su enorme
pata en el agujero. Sacó al ratón de allí en un segundo.
El animalito, aliviado, agradecía al León. Repetía mil
veces palabras de gratitud y de fidelidad. Pedía a Dios
que lo bendijera y hablaba tanto que el León no quiso
quedarse más tiempo oyéndolo.
Recomendó al ratoncito que tuviera cuidado de allí hacia
adelante y retomó su camino, hacia las frescas sombras
de los árboles.
- ¡Qué bueno, - pensaba el León - ahora sí! Me voy a
acostar en un pasto bien suave. ¡Quiero
la sombra más grande, la del árbol más grande!
Y, buscando el lugar ideal, caminaba debajo de los
árboles, sobre algunas hojas secas. De repente ... sin
que él se diera cuenta de lo que ocurría, sintió un
movimiento muy rápido, un ruido diferente y una fuerza
que lo envolvió todo. En un segundo, estaba echado del
suelo, atrapado en una red, atada por una cuerda a ese
gran árbol.
Sintió un gran susto y luego rabia. Se quedó furioso con
el atrevimiento de los hombres. Esa trampa no podía
vencerlo. Luchó, forzó, intentó soltarse. Hizo tanta
fuerza como pudo, pero no consiguió nada. Las horas
pasaron. El León, ya exhausto, seguía tratando de
salvarse.
El hombre es un animal experto. Sus trampas son muy
peligrosas. La rabia del león comenzó a dar lugar al
miedo. ¿Qué pasaría cuando los hombres llegaran? ¿Lo
matarían? ¿O lo sacarían de su reino para vivir
enjaulado?
Desesperado, soltó un gran rugido. Probablemente todo el
reino pudo escucharlo. Pronto dio otro rugido y después
uno más.
Eso llamó la atención. Algunos animales pequeños
llegaron pronto. Vieron al León preso y fueron corriendo
a esparcir la noticia. En poco tiempo, empezaron a
llegar a los animales más grandes, y los amigos
intentaban encontrar una manera de ayudarle.
Pero la situación era difícil. Nadie sabía cómo desarmar
la red. La angustia empezó a apoderarse de todos. Nunca
podrían imaginar ver justamente al Rey León en aquella
triste condición.
Otros animales iban llegando y aglomerándose en el
lugar. El ratoncito vino también. Se tardó un poco en
llegar, por ser pequeño, pero vino lo más rápido que
pudo, apenas supo la noticia.
El ratoncito pasó entre los animales grandes, logrando
acercarse y ver toda la escena. Evaluó rápidamente la
situación e inmediatamente se puso a actuar. Subió por
el tronco del árbol, descendió por la cuerda y llegó
hasta la red. Sólo entonces fue tomado en cuenta por los
otros animales, que se preguntaban qué estaría haciendo
él allí.
El ratoncito era pequeño, pero tenía diente afilados,
hechos para roer. Era muy rápido, y sorprendió a todos
cuando royó la primera cuerda de la red y ésta se
rompió. Y continuó royendo hasta abrir un agujero bien
grande por el cual el León logró salir, cayendo de pie,
victorioso, en medio de los animales.
Hubo una explosión de alegría. Se escucharon chillidos,
aullidos, graznidos, gruñidos, balidos y rugidos, todos
en la misma celebración.
El León, aliviado, miró al ratoncito, que le sonría
feliz. Era su turno de agradecer. En sus corazones había
emociones que los otros animales ni imaginaban. Solo los
dos sabían de las grandes lecciones que la vida les
había traído, en ese día inolvidable. (*)
(*) Libre
adaptación de una fábula de La Fontaine.
Traducción:
Carmen
Morante - carmen.morante9512@gmail.com
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