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Una nota de simplicidad y esperanza
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Si yo tuviese que reflexionar una palabra – apenas una –
para ser vocablo esencial al respecto de cada día, esa
palabra sería un sustantivo femenino de cindo sílabas:
sim-pli-ci-dad.
Por razones distintas, creo que está en la hora de
aprender a vivir sin complicación: desear menos,
consumir menos, exigir menos, cobrar menos, pues
simplificar tal vez sea la estrategia más adecuada para
alcanzar paz y satisfacción.
Claro que una vida simple (y que no significa simplona)
reivindica otros términos que mantenemos, en general, a
distancia de nuestra rutina: silencio y gratitud.
En este mundo, mirando las horas tan breves, quien ama
la vida puede entrenar el hábito de desligarse de las
distracciones (el móvil, por ejemplo) para escuchar
atento el silencio. Porque esos momentos silenciosos son
capaces de ayudarnos a sondear sobre nuestras propias
ideas y sentimientos, revelándonos con nitidez, las
pequeñas cosas que nos renuevan alegría y abrigan, en el
corazón, ondas de gratitud – combustión indispensable
para una vida con más belleza y salud.
En cuanto a la palabra empatia, prestemos atención:
personas empáticas acostumbran a ser excelentes
compañías. Son cooperativas, solidarias, respetan
convicciones ajenas; son conscientes de que existen
sufrimientos para toda la gente y, por eso, hay perdidas
que hacen el mundo de cualquiera quedar turbulento y
lleno de tristeza. Más allá de eso, precisamos dejar de
maldecir, de nutrir ganancia y la (inconfesable)
envidia. Y, en nuestros días difíciles, en los cuales
nos ponemos taciturnos o incrédulos, abrir espacio para
disfrutar con paciencia de un paseo, pues el ejercicio
solitario nos enseña sobre nosotros mismos, nuestras
dificultades y temores, promoviendo equilibrio también
alcanzado por nuestros ángeles peregrinos.
¿Una sugestión? Es posible guiar nuestros actos diarios
con un sustantivo esencial a quien desea considerarse
civilizado y un digno cristiano: gentileza. Ser gentil,
que es proprio de las almas sensibles y delicadas,
implica saber tanto comportarse en público como hacer
buen uso de la regla de otro: tratemos al otro como nos
gustaría de ser tratados...Al final, ¿quién no rogaria
ser apoyado, comprendido, perdonado?
Todo el mundo, con seguridad, de repente tiene el ardor
de la simplicidad. Porque todos nosotros precisamos de
vivir y crecer – simples como las aves y los árboles...
Pero para instaurar una vida más simple, menos
conturbada, sería creativo pensar en la vida de otro
modo, apartada de esa costumbre absurda de poseer al ser
humano, joven o viejo, cosas innecesarias...Sería
preciso hacer algo discreto y sencillo; ansiar por menos
apariencia, cultivar más amigos, flores y huertas,
participar de algo fecundo y justo, que mantenga el alma
creativa y limpia, elevando el grado de amor en la
Tierra.
Y, como una actitud inteligente, para saber lo que es la
felicidad, cultivemos la esperanza, propia de quien sabe
de la eternidad y reconoce el valor de las pequeñas
cosas – le basta una rosa a la bera del camino o un
puñado de alegría sin motivos.
¡La posibilidad de la
esperanza nos hace recordar sin miedo que el reino del
Cristo no es de este mundo y aun así simplemente
seguimos confiantes!
¡Feliz Navidad! ¡Feliz Año Nuevo!