Desde que el ser humano adquirió la capacidad de razonar,
el inició una larga trayectoria para comprender el mundo
y a sí mismo, como medio de sobrevivir y progresar. Se
supone que, al principio, el individuo humano tenía
momentos de racionalidad, o sea, apenas ocasionalmente
era capaz de utilizar su capacidad de pensar, aun
embotada. Delante de los numerosos desafios para
sobrevivir en un ambiente bastante hostil, los primeros
grupos de hominídeos, fueron poco a poco, capacitándose
en el uso del lenguaje y del pensamiento continuo. El
pensamiento es condición necesaria, pero no suficiente
para dominar el ambiente, una vez que el cúmulo de
conocimiento se da gradualmente com avances o retrocesos.
La necesidad de entender y explicar los fenómenos de la
naturaleza llevó al hombre a formular sistemas de
creencias.
Algunos sistemas de creencias, incluso equivocados,
pueden predominar en el entendimiento común y demorar
mucho tiempo para ser alterados. En general, delante de
algún problema, el hombre tiende a buscar cualquier
explicación, en vez de esperar hasta encontrar una buena
explicación. Por ejemplo, delante de una cuestión
difícil en la antiguedad, la de entender la
precipitación pluviométrica (lluvia), durante mucho
tiempo ese fenómeno fue explicado como siendo efecto de
la acción de dioses. Y para entenderse por qué los
dioses ahora ocasionaban mucha lluvia ahora no, era
“aceptable” afirmar que estos, a veces, se enfadaban y
que sus humores dependían de las acciones humanas.
Estaba ahí siendo formado un sistema de creencias, que
podía ser fortalecido cuando eventualmente las ofrendas
a los dioses “hacían” llover, o “interrumpían” la
lluvia. Cuando alguien más astuto pedia explicaciones,
oía argumentos del tipo: “¿Pero usted no vio que poco
tiempo después de la ofrenda la tempestad amainó?” cualquier
variación temporal y hasta incluso la magnitud entre la
ofrenda y la “gracia” podían ser atribuídas al tipo de
práctica realizada. Pasado tanto tiempo, actualmente,
incluso un escolar es capaz de responder a preguntas
sobre ese fenómeno.
¿En un mundo extraordinariamente desarrollado en varias
áreas de conocimiento, el hombre, en general, aun
mantiene sistemas de creencias ilógicos? ¿Si sí por qué
eso ocurre?
Escepticismo y credulidad
A lo largo del proceso evolutivo, el hombre busca
entender cómo y porqué la naturaleza, incluyendo así
mismo, funcionan. El cambio de explicaciones unos con
los otros es un proceso cultural que propicia un
conocimiento sobre el mundo. Elaborar, divulgar, aceptar
y rechazar explicaciones son prácticas culturales
saludables. Rechazar y aceptar explicaciones son
denominados de escepticismo y credulidad.
El escepticismo es indicativo de duda, descreencia,
desconfianza, en oposición a la credulidad. El escéptico
ha sido considerado también como incrédulo y ateísta,
teniendo en su opuesto al crédulo y deísta. Incluso
adoptándose esta visión dicotómica, es posible suponer
una amplitud inherente a cada una de esas categorias, o
sea, entre los escepticos existirían, desde los
negadores contumaces hasta, por otro lado, aquellos que
no aceptan “verdades”, sin someterlas a la criba de la
razón. Una diferencia marcante entre esas posiciones es
el beneficio de la duda. En el primer caso, se observa
la preferencia por la certeza de la negación, casi
siempre peremptória y, en el segundo, se adopta la
posición de cautela, seleccionando informaciones y, si
es necesario, aguardando datos comprobatorios, o no, que
justifiquen negar o aceptar nuevas posiciones. El mismo
tipo de razonamiento se puede emplear con relación a la
creencia. De un lado tenemos la credulidad ingenua, en
que se acepta como hechos verdaderos ideas que no
resisten un análisis más criterioso y, de otro, los que
adoptan un sistema de creencia es importante para el
ajustamiento del individuo al mundo físico y social y,
claro, para su salud física y psicológica. Por tanto,
nadie está exento de formar un sistema de creencias, ni
incluso el escéptico contumaz. En el caso de la negación
de la existencia de Dios significa aceptar (creer) que
el Universo se generó así mismo. El cambio de un sistema
de creencias para otro opuesto y recibe el nombre de
conversión.
Se puede decir que los dos extremos, escepticismo y
credulidad absolutos, serían perjudiciales tanto al
progreso personal como al colectivo. El creer ha sido
enaltecido como una virtud y el escepticismo como un
fallo de carácter y sinónimo de arrogancia. Recordando
que la historia preservó las dudas de Tomás, el Dídimo,
como un trazo negativo de su personalidad, una especie
de escepticismo a ser combatido. Es bien evidente, que
el énfasi de la narración histórica sobre algunos
hechos, más que los otros, puede tener diferentes
motivaciones. Recurriéndose al texto sobre Tomás1,
todo parece indicar que él mismo pretendia certificarse
de que la aparición era realmente Jesús que
volvia.Considerando que el proprio Jesús había pedido
cautela, porque muchos se presentarían como siendo el
Mesías parece, pues, justificable su duda. Jesús
pacientemente se sometió a la inspección del discípulo
escéptico. Finalmente el Maestro habría dicho “Bendito
los que no vieron y creyeron”. ¿Estaría Jesús
enalteciendo la aceptación sin examen? Aparentemente sí,
pero también podemos pensar que la frase muestra que no
siempre los sentidos son suficientes para la
comprobación de hechos y obtención del conocimiento. Ver
a Jesús y palpar sus heridas no eran condiciones
suficientes para aceptar su aparición como real, pero sí
sus acciones e ideas de allí en adelante. La pregunta
constructiva sería: ¿se trataba de la misma personalidad
o un mero simulacro?
Escepticismo creativo
El término se refiere a una negación de aceptar una
explicación sobre algún fenómeno, cuando este es
incompleto o falla en algunos puntos principales. Tal
negativa puede ocurrir incluso que no se disponga
momentaneamente de otra explicación. Por tanto, ese
concepto está basado en dos remates. El primero es el de
que la negación sea acompañada de alguna razón y el
segundo es que una posible explicación, mejor para una
determinada afirmación, puede ser intentada o esperada.
En ese sentido, el escepticismo sería creativo, pudiendo
volverse un impulso para el progreso, vía adquisición de
conocimiento. Tomemos como ilustración dos paradigmas
que durante mucho tiempo influenciaron las
organizaciones sociales y los comportamientos. El
primero, llamado de geocéntrico, postulaba que la Tierra
era el centro del universo. Siendo el centro del
Universo, todo lo demás giraba en torno de ella y, por
extensión, la vida solamente podría ocurrir aquí. Muchas
teorías fueron elaboradas con base en ese paradigma. No
aceptar esa posición parecía herir el buen sentido, una
vez que cualquier persona podía observar el Sol
“haciendo una vuelta en torno de nuestro planeta”. Los
avances de la cartografia ilustraban de forma notable
las varias posiciones que el Sol adoptaba “en su orbita”
alrededor de nuestro mundo. Los teólogos aprovecharon
ese “conocimiento científico” para localizar los varios
cielos y la morada de Dios.
Entre tanto había los que negaban... Surgieron
objecciones y, poco a poco, el paradigma como un todo
comenzó a ser cuestionado. Experimentos simples fueron
ensayados, el espacio pasó a ser escrutado por medio de
nuevos recursos. Tales instrumentos, aunque precarios,
fueron los embriones de los colosales observatorios
modernos y permitieron explorar los cielos, identificar
movimientos de astros y describir trayectorias... El
paradigma geocéntrico, y con el todo un sistema de
creencias, comenzó a presentar fisuras no factibles de
ser completadas. Un nuevo paradigma fue siendo
gestado... Parece claro que no fueron los creyentes
fervorosos, ni los negadores contumaces que avanzaron en
el conocimiento, sino aquellos que dudaron y, en la
perspectiva de un escepticismo creativo, pacientemente
formularon explicaciones alternativas, sometiéndolas,
tanto como posible, a verificaciones.
Kardec: un escéptico
Muchos siglos pasaron después de la adopción del
paradigma heliocéntrico, que posibilitó avances en
diferentes campos del conocimiento. Con todo, ya en el
siglo XIX, en medio de imnumerables problemas sociales,
Europa, y en particular Francia, vivía un periodo de
turbulencia, inclusive con nuevas y no siempre bien
exitosas experiencias de alternativas de poder político
y administrativo. En ese escenario, muy bien descrito
por Figueiredo2, vivía el profesor Hippolyte
Léon Denizard Rivail, discípulo de Pestalozzi. Rivail,
ya con relevantes servicios prestados a la Educación en
Francia, era un hombre conocido, con monografias y
libros publicados.
En una ocasión, el profesor se encontró casualmente con
un amigo, señor Fortier, especialista en hipnosis que le
relato el conocido fenómeno de las mesas giratorias
proponiendo, aun, que las mesas producían respuestas
inteligentes. A lo que el profesor habría respondido: “Sólo
creeré si me probaran que una mesa tiene cerebro para
pensar y nervios para sentir”3. En esa
conversación, aparentemente banal, quedo evidente la
característica marcada de aquel intelectual: el
escepticismo creativo. No se trata de la negación por la
negación, sino de la obtención de evidencia, de
comprobación, de argumentación lógica y objetiva. Se
puede decir que su formación inicial, junto a
Pestalozzi, se perfeccionó de tal forma en su trabajo de
educador, que el profesor estaba preparado para la árdua
tarea que tendría al frente, la de ofrecer al mundo la
doctrina de los espíritus. Numerosos son los ejemplos
marcados de esa característica de su escepticismo
creativo.
Su bandera “La fe verdadera es aquella que puede
enfrentar la razón en cualquier época de la humanidad”
y la posición de que es preferible rechazar muchas
verdades a aceptar una única mentira fueron seguidas a
riesgo en su incansable trabajo como líder de un gran
movimiento de cambio paradigmático del conocimiento
sobre la vida, más allá del cuerpo físico. Entre
numerosos ejemplos, el lector debe recordarse de la
teoría de la incrustación de la Tierra. Tal teoría,
aunque presentada por muchos espíritus en diferentes
lugares no pasó por la criba del análisis de Kardec que
prefirió mantenerla indefinida aguardando conocimientos
científicos. Esperar una buena explicación es una
característica del escéptico creativo.
Otro acontecimiento, aparentemente trivial, fue la
consulta que Kardec hace a seis médiums independientes
sobre la supuesta posición de Jobard (espíritu) para una
médium aceptar “pago por su trabajo de atendimiento”4,
justificado por la distribución a los más necesitados.
Kardec ya tenía una posición contraria en cuanto a
recibir beneficios materiales directos o indirectos por
el ejercicio de la mediumnidad, entre tanto aprovechó el
episodio para una vez más probar su método de
verificación de las comunidades. Jobard (espíritu) se
comunicó por los seis médiums, manteniendo el mismo
contenido contrario al recibimiento del beneficio,
variando el mensaje en la extensión y en la forma.
Cerrando esas consideraciones con énfasis en la
característica del escepticismo creativo de Kardec, lo
que no es ninguna novedad para los estudiosos de la vida
y de la obra del codificador, queda, sin embargo, la
constatación que aun tenemos mucho que estudiar de las
obras básicas y sobre ese extraordinario discípulo de
Jesús.
_________________________
[1] Juan: 20:24/29
[2] Ver Figueiredo, Paulo Henrique de. Revolución
espírita: la teoría olvidad de Allan Kardec. São
Paulo: MAAT, 2016.
[3] Ver Souto Mayor, Marcel, Kardec:
La biografía. Rio
de Janeiro: RECORD, 2014.