Tema: Orgullo, Autoestima
La Gacela y el Sapo
Bella era una linda gacela. En verdad, era la más bonita
de los Campos Dorados, donde ella vivía.
Además de su belleza, Bella tenía también mucha
agilidad. Con las piernas delgadas, corría muy rápido,
dando saltos largos, como si estuviera volando.
Los otros animales incluso se detenían para admirarla.
El problema es que Bella era también muy orgullosa. A
ella no le gustaba mezclarse con quien pensaba que era
inferior.
A Bella le gustaba ir al lago para refrescarse de sus
carreras y para admirar su reflejo en el agua, que
mostraba qué linda era. Sin embargo, ahí vivían los
sapos, que ella consideraba repugnantes.
Un día, cuando se acercaba a la orilla, se apoyó sin
querer en Jorge, un sapo muy grande y gordo. Como todo
sapo, Jorge tenía la piel fría y húmeda. Cuando se dio
cuenta de que se había apoyado en un sapo, Bella dio un
salto muy alto y corrió lejos.
Jorge no tuvo tiempo de decir nada. Pensó que podría
haberse disculpado por haberla asustado, pero, en
verdad, él también se había llevado un gran susto. Casi
había sido pisado por un animal mucho más grande que él.
Algún tiempo después, Bella volvió. Venía con cara de
asco, mirando bien por dónde pisaba. Estaba acompañada
de unas gacelas, todas con la misma actitud. En
cuanto vio al sapo, Bella comenzó a gritar:
- ¡Esto es insoportable! ¡Nosotros, los animales
superiores, necesitamos venir al lago y no queremos
estar expuestos a sustos y tener que tolerarlos!
- ¡¿Qué?! – dijo Jorge, atónito. - Pero ¿qué dices?
¡Este es también nuestro hogar!
Bella, entonces, comenzó a hablar mal de los sapos.
Inventó argumentos contra ellos e insistió que se fueran
de los Campos Dorados.
Al comienzo, los sapos sintieron que eso era absurdo,
pero Bella era muy astuta. Es necesario tener cuidado
con personas así, pues ellas logran convencer a los
demás hasta de lo que no es verdad.
Bella era astuta y linda, pero no tenía sabiduría. No
conocía la Ley de Igualdad, que dice que todos los hijos
de Dios son iguales. Todos nuestros atributos los
tenemos por permiso de nuestro Creador para ayudarnos
unos a otros, no para sentirnos mejores que nuestros
hermanos.
Así, con el pasar de los días, los sapos se fueron
convenciendo de lo que Bella decía, de que sí eran
inferiores, feos, desagradables y que no tenían permiso
para vivir ahí. Por culpa de eso, Jorge y los otros
sapos se fueron de los Campos Dorados.
Ellos caminaron bastante, buscando otro lugar bueno para
vivir. Necesitaban de bastante agua, con plantas
alrededor y bichitos, porque era lo que ellos comían.
Pero no pudieron encontrar nada de eso.
Pasaron muchas semanas. Jorge,
que era gordo, ya estaba delgado. No se escuchaba más el
croar que los sapos hacían toda la noche. Estaban muy
cansados.
Fueron, entonces, esas condiciones lamentables que
hicieron que Jorge se detuviera y pensara:
- Antes, nosotros éramos felices y vivíamos en armonía
con todos. No hicimos ningún mal a las gacelas. Fueron
ellas las intolerantes con nosotros. Si Dios nos hizo
así, verdes, pequeños, con la piel fría, ¿qué tiene? Es
mejor volver y no avergonzarnos de ser así.
Y de esa forma los sapos hicieron una larga caminata más
de varios días, hasta que lograron llegar a su querido
hogar, el lago de los Campos Dorados.
Sucede que, después de tanto tiempo, las cosas habían
cambiado por allá. Nubes de moscas, saltamontes,
langostas y varios tipos de mosquitos estaban por todas
partes. Los animales grandes habían adelgazado y estaban
cansados. Pasaban casi todo el tiempo moviéndose,
intentando espantar a los insectos atrevidos que los
picaban sin compasión y se posaban en sus ojos, en su
nariz y en las orejas, con una insistencia irritante.
Cuando supieron del regreso de los sapos, dieron gracias
a Dios. Ellos sabían que los sapos se comían a los
insectos y mantenían su populación bajo control.
Prácticamente todas las gacelas, además de los animales
de otras especies, corrieron al lago para recibir a
Jorge y a su grupo con la mayor alegría.
Fue, entonces, que Jorge se dio cuenta de lo que había
pasado y cuán importantes eran los sapos.
Allá detrás, avergonzada y abatida, vino Bella. Hasta
parecía enferma. Además del desgaste físico, sentía
también remordimiento por haber ofendido a los sapos y
por haber sido la causante de todo. Felizmente Dios
permite el sufrimiento, para que nos enseñe las
lecciones que no quisimos aprender por otros medios. Y
Bella había aprendido su lección.
Ella miró directamente a Jorge y le dijo:
- ¡Te pido que me perdones, Jorge! Ahora comprendo que
nadie es superior a nadie. Solo somos diferentes y
necesitamos mucho unos de otros.
-No necesitas pedirme perdón, Bella – respondió el sapo
–. Yo tenía que aprender a tener autoestima y eso solo
fue posible debido a todo lo que ocurrió.
Bella sonrió aliviada y agradecida por la bondad de
Jorge en perdonarla. Él le devolvió la sonrisa. Habían
hecho las paces.
Durante los días que siguieron, los sapos, de lo
hambrientos que estaban, comieron tanto, pero tanto, que
pronto quedaron gorditos de nuevo. Y sin los insectos,
los animales grandes volvieron a tener sosiego.
Bella volvió a tener la buena apariencia que tenía
antes, pero pasó a ser bonita de verdad, pues ahora su
corazón era bonito también.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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