Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 
Tema: Orgullo, Autoestima


La Gacela y el Sapo
       


Bella era una linda gacela. En verdad, era la más bonita de los Campos Dorados, donde ella vivía.

Además de su belleza, Bella tenía también mucha agilidad. Con las piernas delgadas, corría muy rápido, dando saltos largos, como si estuviera volando.

Los otros animales incluso se detenían para admirarla. El problema es que Bella era también muy orgullosa. A ella no le gustaba mezclarse con quien pensaba que era inferior.

A Bella le gustaba ir al lago para refrescarse de sus carreras y para admirar su reflejo en el agua, que mostraba qué linda era. Sin embargo, ahí vivían los sapos, que ella consideraba repugnantes.

Un día, cuando se acercaba a la orilla, se apoyó sin querer en Jorge, un sapo muy grande y gordo. Como todo sapo, Jorge tenía la piel fría y húmeda. Cuando se dio cuenta de que se había apoyado en un sapo, Bella dio un salto muy alto y corrió lejos.

Jorge no tuvo tiempo de decir nada. Pensó que podría haberse disculpado por haberla asustado, pero, en verdad, él también se había llevado un gran susto. Casi había sido pisado por un animal mucho más grande que él.

Algún tiempo después, Bella volvió. Venía con cara de asco, mirando bien por dónde pisaba. Estaba acompañada de unas gacelas, todas con la misma actitud. En cuanto vio al sapo, Bella comenzó a gritar:

- ¡Esto es insoportable! ¡Nosotros, los animales superiores, necesitamos venir al lago y no queremos estar expuestos a sustos y tener que tolerarlos!

- ¡¿Qué?! – dijo Jorge, atónito. - Pero ¿qué dices? ¡Este es también nuestro hogar!

Bella, entonces, comenzó a hablar mal de los sapos. Inventó argumentos contra ellos e insistió que se fueran de los Campos Dorados.

Al comienzo, los sapos sintieron que eso era absurdo, pero Bella era muy astuta. Es necesario tener cuidado con personas así, pues ellas logran convencer a los demás hasta de lo que no es verdad.

Bella era astuta y linda, pero no tenía sabiduría. No conocía la Ley de Igualdad, que dice que todos los hijos de Dios son iguales. Todos nuestros atributos los tenemos por permiso de nuestro Creador para ayudarnos unos a otros, no para sentirnos mejores que nuestros hermanos.

Así, con el pasar de los días, los sapos se fueron convenciendo de lo que Bella decía, de que sí eran inferiores, feos, desagradables y que no tenían permiso para vivir ahí. Por culpa de eso, Jorge y los otros sapos se fueron de los Campos Dorados.

Ellos caminaron bastante, buscando otro lugar bueno para vivir. Necesitaban de bastante agua, con plantas alrededor y bichitos, porque era lo que ellos comían. Pero no pudieron encontrar nada de eso.

Pasaron muchas semanas. Jorge, que era gordo, ya estaba delgado. No se escuchaba más el croar que los sapos hacían toda la noche. Estaban muy cansados.

Fueron, entonces, esas condiciones lamentables que hicieron que Jorge se detuviera y pensara:

- Antes, nosotros éramos felices y vivíamos en armonía con todos. No hicimos ningún mal a las gacelas. Fueron ellas las intolerantes con nosotros. Si Dios nos hizo así, verdes, pequeños, con la piel fría, ¿qué tiene? Es mejor volver y no avergonzarnos de ser así.

Y de esa forma los sapos hicieron una larga caminata más de varios días, hasta que lograron llegar a su querido hogar, el lago de los Campos Dorados.

Sucede que, después de tanto tiempo, las cosas habían cambiado por allá. Nubes de moscas, saltamontes, langostas y varios tipos de mosquitos estaban por todas partes. Los animales grandes habían adelgazado y estaban cansados. Pasaban casi todo el tiempo moviéndose, intentando espantar a los insectos atrevidos que los picaban sin compasión y se posaban en sus ojos, en su nariz y en las orejas, con una insistencia irritante.

Cuando supieron del regreso de los sapos, dieron gracias a Dios. Ellos sabían que los sapos se comían a los insectos y mantenían su populación bajo control.

Prácticamente todas las gacelas, además de los animales de otras especies, corrieron al lago para recibir a Jorge y a su grupo con la mayor alegría.

Fue, entonces, que Jorge se dio cuenta de lo que había pasado y cuán importantes eran los sapos.

Allá detrás, avergonzada y abatida, vino Bella. Hasta parecía enferma. Además del desgaste físico, sentía también remordimiento por haber ofendido a los sapos y por haber sido la causante de todo. Felizmente Dios permite el sufrimiento, para que nos enseñe las lecciones que no quisimos aprender por otros medios. Y Bella había aprendido su lección.

Ella miró directamente a Jorge y le dijo:

- ¡Te pido que me perdones, Jorge! Ahora comprendo que nadie es superior a nadie. Solo somos diferentes y necesitamos mucho unos de otros.

-No necesitas pedirme perdón, Bella – respondió el sapo –. Yo tenía que aprender a tener autoestima y eso solo fue posible debido a todo lo que ocurrió.

Bella sonrió aliviada y agradecida por la bondad de Jorge en perdonarla. Él le devolvió la sonrisa. Habían hecho las paces.

Durante los días que siguieron, los sapos, de lo hambrientos que estaban, comieron tanto, pero tanto, que pronto quedaron gorditos de nuevo. Y sin los insectos, los animales grandes volvieron a tener sosiego.

Bella volvió a tener la buena apariencia que tenía antes, pero pasó a ser bonita de verdad, pues ahora su corazón era bonito también.



Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com
 

 


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