Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 
Tema: Cooperación x Competición


El 
castillo de arena


Las hermanas Gaia y Serena vivían en una ciudad de la costa y, siempre que podían, iban a la playa con sus padres.

Ellas adoraban nadar y después sentarse en la arena para hacer castillos. Cada una de ellas hacía el suyo, a su manera.

Gaia hacía las ventanas y puertas con esmero. Colocaba palitos de helado en los bordes, como si fueran los estandartes.

Serena se dedicaba bastante a la parte superior del castillo. Moldeaba la arena con las manos o con pequeños moldes, para que cada torre quedara de una forma diferente.

Los castillos que ellas hacían eran lindos. Pero, lamentablemente, no siempre regresaban de la playa satisfechas. Eso porque, cuando una terminaba y veía el castillo de la hermana, pensaba que el de la otra estaba más bonito. Se quedaban comparando los castillos y pidiendo a los padres que escogieran el mejor.

Los padres siempre decían que los dos estaban muy lindos, y que cada una tenía un estilo diferente. Explicaban también que esa comparación es muy común entre hermanos, pero que debe ser evitada porque no ayuda en nada.

Un día, en la playa, viendo que la situación se repetía con frecuencia, el padre las llamó a las dos y dijo:

- Hijas, ¿ustedes se acuerdan del juego de tenis que papá estaba viendo ayer por la TV? Entonces, el tenis es un juego genial, con jugadas sorprendentes y mucha emoción, principalmente cuando el juego está bien equilibrado. Pero es un juego de competición. Es decir, uno juega contra el otro. Cuando un jugador gana y queda feliz, al otro lado de la red está el otro jugador, que perdió.

El padre continuó:

- Pero existe un juego, que también se juega con raquetas y una bolita, que no se basa en la competición y sí en la cooperación. Lo traje hoy para que jueguen aquí en la playa.

El padre entonces sacó de la mochila el equipo de tenis de playa y enseñó a las niñas a jugar:

- Aléjense un poco una de la otra. Ahora Serena tiene que golpear la pelota, con la raqueta, y mandársela a Gaira. Gaia tiene que golpearla de vuelta y ustedes tienen que continuar pasándola una a la otra, sin dejar que la pelotita caiga al suelo.

Al comienzo ellas lo encontraron difícil, pero pronto comenzaron a divertirse. Pasaron a contar cuantos rebotes lograban dar sin dejar que la pelotita caiga. Necesitaban controlar la fuerza de los pases y la dirección de la pelota para que la hermana también pudiera rebotar de vuelta, con facilidad.

Cuando no iban bien y la pelota caía en el piso, las dos se esforzaban más. Cuando lograban dar varios pases seguidos, ellas se alegraban.

Después de jugar bastante, decidieron descansar. Se sentaron en la arena para hacer sus castillos, como de costumbre. El padre, entonces, propuso que las niñas contruyeran el castillo juntas esa vez, y así lo hicieron.

Construyeron un castillo enorme, con muchas ventanas y torres bien hechas.

Trabajaron juntas, por mucho tiempo. Cuanto más bonito el castillo quedaba, más se emocionaban y se esmeraban en los detalles. Cavaban un poco alrededor de este y hacían un puente. Al final, incluso recogieron conchitas para decorar los muros.

El resultado fue tan bonito que llamaron la atención de quienes pasaban. Algunos niños venían solo para ver el “gran castillo”.

Las niñas agradecían, satisfechas, los elogios.

Antes de irse, las niñas pidieron:

- Papá, ¿nos tomarías una foto?

El papá tomó varias fotos del castillo y de sus sonrientes constructoras.

Después de todo, necesitaron registrar ese día especial y la alegría de Gaia y Serena, cuando consiguieron cambiar la competición por la cooperación.

  

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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