Esta semana tuve un sueño extraño, del que no recuerdo
los detalles, pero algo quedó, y estoy segura de que fue
lo más importante. La vida acostumbra a enviarnos
lecciones o recados luminosos con esas aparentes 'coincidencias'
que no son coincidencias.
En el sueño, alguien me decía, exhibiendo una sonrisa en
la que se notaba un rasgo de bondad afable:
- A veces, sucede que el león se apasiona por el
ratón...
Me desperté con esas palabras resonando en la mente,
pero el día trascurrió sin que me acordara más del
episodio, hasta la parte de la tarde, en que quise
aprovechar el descanso del día de fiesta para colocar,
al azar, una película para ver, en particular una con
bastantes ‘palomitas’... en la intención de relajar la
mente del estrés cotidiano del paso de los días.
Y escogí entre las decenas de DVDs de mi colección la
última versión de aquel antiguo King Kong - La Isla de
la Calavera.
En medio de la película, sin embargo, para mi
estupefacción, uno de los personajes pregunta al otro,
en aquella sucesión abundante de escenas de acción
mezcladas con efectos especiales:
- ¿Te acuerdas de la fábula del León y del Ratón, no te
acuerdas? ¡El león se vuelve amigo del ratón cuando él
quita la espina de su pie!...
Casi paré de ver la película.
Al momento, me volvió a la memoria el recuerdo del sueño
a esa altura ya olvidado, soterrado como cosa sin
importancia bajo las actividades diarias con que me
envolvía, desde la parte de la mañana.
Y el significado de aquella aparente sincronocidad fue
emergiendo suavemente a mi entendimiento: la necesidad
de empatía, en la situación caótica de la humanidad
durante los días que corren.
¡Los arquétipos se confirmaban, claros, cristalinos!
El león, un símbolo de la fuerza bruta, del poder sobre
la fragilidad del ratón, se prendía de amores por el
animal pequeño justamente porque aquel, imbuido de
compasión, lo había aliviado de un trastorno que, a
pesar de su superioridad física, no sabía cómo
solucionar.
¡Librarlo del dolor! De una incomodidad que, vaya allá,
podría no ser fatal a un animal dotado de aquella
soberanía, pero que podría importunarlo hasta que lo
enfermara.
¿Y cómo el ratón actuaría así si, venciendo en sí el
temor inherente a quien se ve apocado por la
superioridad física del otro animal, no fuese tomado de
compasión, solidaridad?
Comprendí, de esa forma, el 'recado' sutil, oportuno,
que me fue enviado a través de la sincronicidad divina
de aquel sueño con la película que, al azar, escogí para
asistir durante la tarde, en la intención inicial de
apenas relajar el espíritu dominado con los compromisos
del paso de los días.
Me acordé de tiempos atrás, cuando ayudé a un personaje
que, eventualmente beneficiado de forma feliz con
algunas providencias que tomé con espontaneidad, se tomó
una importante amistad y gratitud respecto a mí, aunque,
en verdad, hasta hoy yo atribuía los resultados
beneficiosos más a la refulgente luz interna de esa
persona que a lo que yo pueda haber movilizado en su
favor, pequeña como me siento ante la importancia de
todo lo que el hace de bueno por la vida por el próximo.
Sólo después de mucho reflexionar, sin embargo, entendí
el significado personal de aquella sincronicidad mágica,
como una respuesta exacta a este mismo dilema en el que
había envuelto mi mente semanas antes.
En algún momento fui el tal ratón, condolido de la
impotencia de un león a los giros con una adversidad
que, sorprendentemente, no sabía cómo resolver. Y este
ser querido a quien ayudé, en verdad un león en sí
incluso, en su generosidad agradecida, estableció
conmigo un importante lazo fraterno por lo que nos
proporcionó ese contexto, tan necesario para la mejora
de las condiciones de vida actuales en el mundo.
¡El contexto de la empatia!
¿Quién está seguro de que un día no se verá con una
espina envenenada clavada en el pie? De algún modo...
¿En alguna situación imprevisible que, a pesar de toda
la desenvoltura de cada uno de nosotros para salir bien
en el día a día, nos coge desprevenidos?
¡La comprensión del dolor del otro! ¡De lo que molesta!
¡El ponerse en el lugar, el sentir junto, y, a partir de
esta identificación mutua, prestar solidaridad, auxilio!
En el silencio de la vecindad, un repentino tumulto
alardea la emergencia. Una mujer grita por socorro...
¡Señales indiscutibles de violencia doméstica, o de
urgencia semejante! ¿Cómo reaccionar? ¿Con un 'eso no va
conmigo'? ¿O con la llamada telefónica en busca de un
socorro que pueda representar, en casos más graves, el
resguardo de una vida?
O en alguna agrupación de personas presentes en un
shopping se verifica la escena degradante, de falta de
respeto o prejuicio contra quien sea, con señales
fuertes de amenaza a la integridad de quien es la
víctima de algún tipo grave de presión.
Una vez más, ¿'eso no es conmigo'? ¿O no sería la hora
de solicitar rápida ayuda de la administración local, en
la contingencia de no sentirnos capaces de auxiliar con
la eficiencia necesaria?
Alguien sufre humillación en el ambiente profesional.
Infraganti el llanto escondido en un baño. En el
estallido de la válvula de escape. O testimoniamos a
alguien de ser blanco de ataques verbales o de
acusaciones notoriamente injustas, padeciendo de
ausencia de condiciones verbales o circunstanciales para
defenderse...
Hemos encontrado un animal de la calle maltratado. Un
anciano, humillado en un transporte público en su
derecho de viajar acomodado en asientos donde una
cantidad vergonzosa de personas finge que duerme, o
simplemente ignoran la falta de respeto a los derechos
legales...
¡Cuantos espinos esparcidos por ahí, en tantos pie!
¡Y todo lo que la humanidad, en gran número, persiste en
hacer, es descuidar, solemne, la cura para la
infelicidad que resulta justa por la enfermedad
diseminada por esta misma humanidad, en la triste
práctica de la falta de empatía! ¡De esta capacidad del
ratón de sentir el dolor de la pata del león! ¡De vencer
el temor, el miedo a los riesgos de la iniciativa de
aventurarse a arrancar la espina, a fin de proporcionar
a otro ser el alivio de un sufrimiento que, no se sabe
cuándo, o en qué situaciones, podrá ser suyo!
¡Por ejemplo, en los últimos tiempos, y en lugares más
cercanos a nuestras rutinas, lecciones nos sobran en
abundancia!
La situación del triste atentado al excelentísimo señor
presidente de la República, incomprensiblemente
conmemorada por muchos. Las lamentables máscaras de
carnaval, burlándose, con crueldad, de la enfermedad de
un actor, y por consecuencia natural, del estado de
sufrimiento de sus familiares. Y aún ahora, se agredece
gratuitamente, y se afronta el acontecimiento triste del
fallecimiento de un niño inocente, blanco de dura
impiedad por la supuesta situación, injustificable, de
ser pariente de un ex presidente del país.
¡Falta de empatia!
Es ese, posiblemente, el peor de los males de nuestro
siglo!
Quien padece de falta de empatía yerra, sobre todo, por
la ceguera de la vanidad del ego. Porque el no empatizar
se ostenta, implacable, en censor de otros que, apenas
ellos, externos a sí mismo, admite equivocarse.
Incapaz de admitir al menos la diversidad infinita de
seres humanos, en la misma proporción de los caminos
escogidos y de las opiniones, cree, el no empatizar, ser
su entendimiento de los acontecimientos, de las
personas, la única percepción válida, que le permite la
oscura posición de inquisidor del semejante; con eso, se
olvida de percibir, con mucha frecuencia, que puede ser
cogido infraganti practicando el mismo error, o peor que
el de que, momentáneamente, acusa a alguien bajo sus
críticas y condenaciones más implacables.
El no empático es incapaz de reconocer el rico y
complejo universo representado por cada persona, y por
cada trayectoria elegida por el libre albedrío. Es
incapaz de admitir no conocer todo, todos los matices,
sentimientos involucrados, contextos.
¡Inmovilizado en la autopromoción de censor, establece,
de esta forma, sus leyes de juicio, normalmente
despiadadas, que, sin embargo, ningún beneficio traen, y
nada promueven más allá de discordia y dolor!
Entierra más profunda, por lo tanto, la espina venenosa
en la pata del león amenazador, pero fragilizado,
humanizado en su condición de sufriente alineado con
todos los demás seres vivos.
En lugar de la compasión que busca comprender, auxiliar
y curar, cuando no se conserve simplemente en silencio
en la eventual imposibilidad de ayuda, el no empático
usa de la dureza de corazón: y así acusa, condena, y
abandona cada cual a su sufrimiento -consumiendo mucho
de sí mismo, se engaña al creer preservado, en esta
actitud, de otras espinas, que ciertamente vendrán a
maltratar las condiciones transitoriamente favorables de
cuerpo y de espíritu. Se confina, de ese modo, en la
misma situación vulnerable en la que se encuentran todos
los que se quedan por tiempo mayor o menor en este
mundo, necesitados de que la red viva de seres vivos se
extienda mutuamente las manos, para el fortalecimiento
común de la caminata.
Para que se acuerde que la salud, la felicidad, el
bienestar atienden sólo a la conciencia puesta en
práctica, por cada uno de nosotros, de que el dolor de
uno es el mismo dolor de todos. La felicidad de uno,
idéntica a la de los demás. ¡Las sonrisas de unos, igual
a la de todos alrededor del planeta!
¡Lágrimas, sonrisas, alegrías y dolores son sólo
expresión de los mismos sentimientos, presentes en toda
la humanidad!
Que un día venga el entendimiento definitivo de que cada
cual a su turno será colocado en situación de actuar
como el ratón o como el león, y de que es sólo de eso,
simple así, que depende la solución feliz de nuestros
menores, como mayores problemas.