Especial

por Christina Nunes

Empatia

 

Esta semana tuve un sueño extraño, del que no recuerdo los detalles, pero algo quedó, y estoy segura de que fue lo más importante. La vida acostumbra a  enviarnos lecciones o recados luminosos con esas aparentes 'coincidencias' que no son coincidencias.

En el sueño, alguien me decía, exhibiendo una sonrisa en la que se notaba un rasgo de bondad afable:

- A veces, sucede que el león se apasiona por el ratón...

Me desperté con esas palabras resonando en la mente, pero el día trascurrió sin que me acordara más del episodio, hasta la parte de la tarde, en que quise aprovechar el descanso del día de fiesta para colocar, al azar, una película para ver, en particular una con bastantes ‘palomitas’... en la intención de relajar la mente del estrés cotidiano del paso de los días.

Y escogí entre las decenas de DVDs de mi colección la última versión de aquel antiguo King Kong - La Isla de la Calavera.

En medio de la película, sin embargo, para mi estupefacción, uno de los personajes pregunta al otro, en aquella sucesión abundante de escenas de acción mezcladas con efectos especiales:

- ¿Te acuerdas de la fábula del León y del Ratón, no te acuerdas? ¡El león se vuelve amigo del ratón cuando él quita la espina de su pie!...

Casi paré de ver la película.

Al momento, me volvió a la memoria el recuerdo del sueño a esa altura ya olvidado, soterrado como cosa sin importancia bajo las actividades diarias con que me envolvía, desde la parte de la mañana.

Y el significado de aquella aparente sincronocidad fue emergiendo suavemente a mi entendimiento: la necesidad de empatía, en la situación caótica de la humanidad durante los días que corren.

¡Los arquétipos se confirmaban, claros, cristalinos!

El león, un símbolo de la fuerza bruta, del poder sobre la fragilidad del ratón, se prendía de amores por el animal pequeño justamente porque aquel, imbuido de compasión, lo había aliviado de un trastorno que, a pesar de su superioridad física, no sabía cómo solucionar.

¡Librarlo del dolor! De una incomodidad que, vaya allá, podría no ser fatal a un animal dotado de aquella soberanía, pero que podría importunarlo hasta que lo enfermara.

¿Y cómo el ratón actuaría así si, venciendo en sí el temor inherente a quien se ve apocado por la superioridad física del otro animal, no fuese tomado de compasión, solidaridad?

Comprendí, de esa forma, el 'recado' sutil, oportuno, que me fue enviado a través de la sincronicidad divina de aquel sueño con la película que, al azar, escogí para asistir durante la tarde, en la intención inicial de apenas relajar el espíritu dominado con los compromisos del paso de los días.

Me acordé de tiempos atrás, cuando ayudé a un personaje que, eventualmente beneficiado de forma feliz con algunas providencias que tomé con espontaneidad, se tomó una importante amistad y gratitud respecto a mí, aunque, en verdad, hasta hoy yo atribuía los resultados beneficiosos más a la refulgente luz interna de esa persona que a lo que yo pueda haber movilizado en su favor, pequeña como me siento ante la importancia de todo lo que el hace de bueno por la vida por el próximo.

Sólo después de mucho reflexionar, sin embargo, entendí el significado personal de aquella sincronicidad mágica, como una respuesta exacta a este mismo dilema en el que había envuelto mi mente semanas antes.

En algún momento fui el tal ratón, condolido de la impotencia de un león a los giros con una adversidad que, sorprendentemente, no sabía cómo resolver. Y este ser querido a quien ayudé, en verdad un león en sí incluso, en su generosidad agradecida, estableció conmigo un importante lazo fraterno por lo que nos proporcionó ese contexto, tan necesario para la mejora de las condiciones de vida actuales en el mundo.

¡El contexto de la empatia!

¿Quién está seguro de que un día no se verá con una espina envenenada clavada en el pie? De algún modo... ¿En alguna situación imprevisible que, a  pesar de toda la desenvoltura de cada uno de nosotros para salir bien en el día a día, nos coge desprevenidos?

¡La comprensión del dolor del otro! ¡De lo que molesta!

¡El ponerse en el lugar, el sentir junto, y, a partir de esta identificación mutua, prestar solidaridad, auxilio!

En el silencio de la vecindad, un repentino tumulto alardea la emergencia. Una mujer grita por socorro... ¡Señales indiscutibles de violencia doméstica, o de urgencia semejante! ¿Cómo reaccionar? ¿Con un 'eso no va conmigo'? ¿O con la llamada telefónica en busca de un socorro que pueda representar, en casos más graves, el resguardo de una vida?

O en alguna agrupación de personas presentes en un shopping se verifica la escena degradante, de falta de respeto o prejuicio contra quien sea, con señales fuertes de amenaza a la integridad de quien es la víctima de algún tipo grave de presión.

Una vez más, ¿'eso no es conmigo'? ¿O no sería la hora de solicitar rápida ayuda de la administración local, en la contingencia de no sentirnos capaces de auxiliar con la eficiencia necesaria?

Alguien sufre humillación en el ambiente profesional. Infraganti el llanto escondido en un baño. En el estallido de la válvula de escape. O testimoniamos a alguien de ser blanco de ataques verbales o de acusaciones notoriamente injustas, padeciendo de ausencia de condiciones verbales o circunstanciales para defenderse...

Hemos encontrado un animal de la calle maltratado. Un anciano, humillado en un transporte público en su derecho de viajar acomodado en asientos donde una cantidad vergonzosa de personas finge que duerme, o simplemente ignoran la falta de respeto a los derechos legales...

¡Cuantos espinos esparcidos por ahí, en tantos pie!

¡Y todo lo que la humanidad, en gran número, persiste en hacer, es descuidar, solemne, la cura para la infelicidad que resulta justa por la enfermedad diseminada por esta misma humanidad, en la triste práctica de la falta de empatía! ¡De esta capacidad del ratón de sentir el dolor de la pata del león! ¡De vencer el temor, el miedo a los riesgos de la iniciativa de aventurarse a arrancar la espina, a fin de proporcionar a otro ser el alivio de un sufrimiento que, no se sabe cuándo, o en qué situaciones, podrá ser suyo!

¡Por ejemplo, en los últimos tiempos, y en lugares más cercanos a nuestras rutinas, lecciones nos sobran en abundancia!

La situación del triste atentado al excelentísimo señor presidente de la República, incomprensiblemente conmemorada por muchos. Las lamentables máscaras de carnaval, burlándose, con crueldad, de la enfermedad de un actor, y por consecuencia natural, del estado de sufrimiento de sus familiares. Y aún ahora, se agredece gratuitamente, y se afronta el acontecimiento triste del fallecimiento de un niño inocente, blanco de dura impiedad por la supuesta situación, injustificable, de ser pariente de un ex presidente del país.

¡Falta de empatia!

Es ese, posiblemente, el peor de los males de nuestro siglo!

Quien padece de falta de empatía yerra, sobre todo, por la ceguera de la vanidad del ego. Porque el no empatizar se ostenta, implacable, en censor de otros que, apenas ellos, externos a sí mismo, admite equivocarse.

Incapaz de admitir al menos la diversidad infinita de seres humanos, en la misma proporción de los caminos escogidos y de las opiniones, cree, el no empatizar, ser su entendimiento de los acontecimientos, de las personas, la única percepción válida, que le permite la oscura posición de inquisidor del semejante; con eso, se olvida de percibir, con mucha frecuencia, que puede ser cogido infraganti practicando el mismo error, o peor que el de que, momentáneamente, acusa a alguien bajo sus críticas y condenaciones más implacables.

El no empático es incapaz de reconocer el rico y complejo universo representado por cada persona, y por cada trayectoria elegida por el libre albedrío. Es incapaz de admitir no conocer todo, todos los matices, sentimientos involucrados, contextos.

¡Inmovilizado en la autopromoción de censor, establece, de esta forma, sus leyes de juicio, normalmente despiadadas, que, sin embargo, ningún beneficio traen, y nada promueven más allá de discordia y dolor!

Entierra más profunda, por lo tanto, la espina venenosa en la pata del león amenazador, pero fragilizado, humanizado en su condición de sufriente alineado con todos los demás seres vivos.

En lugar de la compasión que busca comprender, auxiliar y curar, cuando no se conserve simplemente en silencio en la eventual imposibilidad de ayuda, el no empático usa de la dureza de corazón: y así acusa, condena, y abandona cada cual a su sufrimiento -consumiendo mucho de sí mismo, se engaña al creer preservado, en esta actitud, de otras espinas, que ciertamente vendrán a maltratar las condiciones transitoriamente favorables de cuerpo y de espíritu. Se confina, de ese modo, en la misma situación vulnerable en la que se encuentran todos los que se quedan por tiempo mayor o menor en este mundo, necesitados de que la red viva de seres vivos se extienda mutuamente las manos, para el fortalecimiento común de la caminata.

Para que se acuerde que la salud, la felicidad, el bienestar atienden sólo a la conciencia puesta en práctica, por cada uno de nosotros, de que el dolor de uno es el mismo dolor de todos. La felicidad de uno, idéntica a la de los demás. ¡Las sonrisas de unos, igual a la de todos alrededor del planeta!

¡Lágrimas, sonrisas, alegrías y dolores son sólo expresión de los mismos sentimientos, presentes en toda la humanidad!

Que un día venga el entendimiento definitivo de que cada cual a su turno será colocado en situación de actuar como el ratón o como el león, y de que es sólo de eso, simple así, que depende la solución feliz de nuestros menores, como mayores problemas.

                 
Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com

 
 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita