Tema: Reparación de los errores
El chocolate
Beatriz había terminado de almorzar y fue a la cocina a
buscar su postre.
Ella adoraba el chocolate y ese era especial, pues se lo
había dado la profesora por haber sacado la mejor nota
de la clase en el desafío de matemáticas.
Pero cuando abrió la alacena, tuvo una desagradable
sorpresa. El
chocolate había desaparecido.
Beatriz lo buscó por todas partes, pero no lo encontró.
Nerviosa, fue donde su mamá, quien también se extrañó de
la desaparición del dulce.
Las dos fueron, entonces, a preguntarle a Raquel, la
hermana menor de Beatriz:
- Dime, ¿sabes dónde está el chocolate que Bea ganó en
el colegio?
Raquel, con el ceño fruncido, ya se esperaba por la
pregunta y respondió, bruscamente:
- ¡Sí! ¡Me lo comí!
- ¿Qué? ¡No puedo creer que hicieras eso! ¡Tú sabías que
era mío! ¡Vas a ver! – dijo Beatriz a gritos, lista para
agredir a la hermana, si no lo hubiese impedido su
madre.
- ¿Y qué si era tuyo? ¡Tú también te comiste los dulces
que traje de la fiesta de cumpleaños de mi amiga! ¡Lo
dejé en el refrigerador, y al día siguiente ya te los
habías comido todos! – respondió, también gritando,
Raquel.
- ¡Ya te había pedido disculpas, yo pensé que los habías
traído para mí! – respondió Beatriz.
Las dos continuaron argumentando. Estaban tan enojadas
que la mamá tuvo que separarlas, mandando a cada un a su
cuarto.
Ellas obedecieron contrariadas. Después de un buen
tiempo, la mamá fue a conversar con Raquel:
- Hija, ¿tú piensas que actuaste bien, comiendo el
chocolate que tú sabías que era el premio que tu hermana
ganó?
Raquel sentía que no había actuado correctamente, pero,
así mismo, respondió entre lágrimas:
- ¡Sí lo creo, mamá! ¿Te acuerda que nos explicaste en
nuestro Evangelio en el Hogar sobre la Ley de Causa y
Efecto, que es una Ley de Dios que hace regresar a las
personas lo que hicieron, bueno o malo? ¡Entonces! ¡Bea
se comió mi dulce, y ahora yo me comí el suyo! ¡Quien
actuó mal fue ella! ¡Yo solo cumplí la Ley de Dios!
¡Ahora ella va a aprender a no comer lo que no es de
ella! – y, diciendo eso, se derrumbó en llantos.
La mamá esperó un poquito a que su hija se calmara y
explicó:
- No, querida, estás equivocada. Actuaste muy mal, y es
por eso que estás sintiéndote así. Si hubieras actuado
bien, estarías sintiéndote en paz. Siempre que alguien
actúa conforme a las Leyes de Dios, se siente feliz y
con la conciencia tranquila.
La niña quiso explicarse nuevamente, pero la madre
continuó esclareciendo:
- La Ley de Causa y Efecto funciona sin que las mismas
personas ofendidas tenga que hacer nada. De hecho, Dios
no permite eso. Cuando alguien quiere hacer justicia por
sus propias manos, sufre las malas consecuencias de su
acto. Solo Dios, que es infinitamente justo y sabio,
conoce todos los hechos y la conciencia de cada persona.
Por ejemplo, Raquel, tú no puedes estar segura si
Beatriz creía que habías traído los dulces para ella o
si ella usó esa disculpa para comérselos. ¡Pero
Dios sabe! Ahora,
hija, tú hiciste algo que se llama venganza, y es un
error mayor que el de Bea, pues ella podía no estar
segura de que los dulces eran para ella o no. Tú ya
sabías perfectamente que el chocolate no era tuyo, y
sobre todo que era especial para tu hermana.
Raquel la escuchaba con atención y acabó aceptando su
error. Ellas conversaron un poco más y la niña, muy
triste, preguntó:
- ¿Y ahora, mamá? ¿Voy a ser castigada por Dios?
- ¡No, hija! Cuando la gente se equivoca, el primer paso
es tener humildad y reconocer el error, y después
retractarse con la Ley de Dios, haciendo la reparación
de su acto. Dios no castiga, pero mientras tú no hagas
un acto bueno para sustituir el acto equivocado, no te
sentirás bien. Pienso que puedes comenzar pidiendo
disculpas a Beatriz – sugirió la mamá.
- ¡Pero ella no va a aceptar, mamá! Ella estaba muy
enojada conmigo – dijo Raquel.
- Si le pides disculpas, con sinceridad, estarás
haciendo tu parte. Ella va a tener que
ejercitar el perdón. Jesús nos enseñó a perdonarnos
siempre – dijo la mamá.
Las dos fueron a conversar con Beatriz, que todavía
estaba enojada.
El pedido de disculpas de la hermana y el recordatorio
de que ella también se había equivocado, cuando comió
los dulces sin saber de quién eran, ayudaron a Beatriz a
calmarse un poco.
Con el pasar de los días, nadie hablaba más sobre el
chocolate. Pero a Raquel todavía no le gustaba acordarse
de lo que había hecho.
Después de algunas semanas, la Pascua estaba llegando.
Para divertir a los alumnos e incentivar el esfuerzo en
las actividades, la escuela de Raquel promovió una
gincana, que premiaría al alumno más dedicado de cada
clase con un gran huevo de Pascua.
Raquel deseó tanto el premio y se esforzó de tal forma
que consiguió ser la vencedora de su clase. Llegó
entonces a casa radiante de alegría.
En ese momento, Raquel se acordó de la ocasión en que su
hermana había ganado el chocolate en el desafío de
matemáticas. Se acordó también de las enseñanzas de su
madre sobre las Leyes de Dios.
Raquel entonces corrió al encuentro de su hermana y le
ofreció el huevo de Pascua. Beatriz agradeció el regalo
dando un cariñoso abrazo a Raquel. Ese abrazo
significaba que, finalmente, todo estaba bien entre
ellas. Raquel aprendió,
en ese momento, el valor de la reparación. Ahora sí se
sentía en paz.
Después de almuerzo, Beatriz abrió el huevo y ofreció a
Raquel un pedazo del delicioso chocolate.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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