Nuestra libertad
de elección está
conectada a la "Ley
de Causa y
Efecto", es
decir, todo lo
que pienso, que
deseo, que hago
determina
consecuencias
naturales. La
experiencia de
la vida humana
está
circunstanciada
por libres
decisiones
vinculadas a las
implicaciones de
las elecciones.
Las Leyes
Divinas permiten
tomar decisiones
libremente, sin
embargo las
elecciones
generan
resultados
adecuados o
desagradables,
dependiendo de
las opciones.
Dios nunca nos castiga y sus Leyes no son y nunca han
sido de naturaleza punitiva, pues las elecciones que
hacemos podrán traer una "cosecha" natural y siempre
proporcional a la "siembra", según el mayor o menor
discernimiento de los actos. Dios es amor, no hay nada
fuera de Dios; por tanto, deducimos que no hay nada
fuera del amor. Lo que es contrario a la Ley de Dios, en
realidad, no existe de forma absoluta.
Nuestras elecciones transportan en esencia las
implicaciones adecuadas o malentendidas. Nuestro estado,
feliz o flagelante, es intrínseco a nuestro estado de
pureza o impureza moral. Por eso, no debemos buscar en
Dios la inmunidad de nuestras dificultades, pero
exhortamos la fuerza necesaria para superarlas. En las
esferas espirituales no hay ningún código que castigue o
premie; en el más allá de la tumba se aplica la "Ley de
la elección de las pruebas" y no las leyes coercitivas
con atributos punitivos. El espíritu siempre elegirá lo
que él enfrentará en el futuro, como medio de su
desarrollo moral e intelectual.
Veamos que los irracionales, un perro, por ejemplo,
actúan por automatismo, por lo que no pueden hacer
elecciones, excepto aquellas que están dentro del
espectro de su instinto. El perro no tiene libre
albedrío, luego sus "actos equivocados" no pueden traer
consecuencias negativas. Sin embargo, el ser irracional
ensaya para la vida racional; por esta razón, cuando el
irracional ingresa en el mundo humano se desvela poco a
poco la conciencia y con ella la ley de libertad,
capacitándolo para las elecciones de las acciones,
determinando los resultados al nivel de la conciencia
alcanzada.
La "Ley de Causa y Efecto" sincronizada a las Leyes "de
Libertad" y "de Responsabilidad" determina el rumbo de
la existencia humana. Por lo tanto, somos libres para
pensar y actuar, pero somos responsables de lo que
hacemos, pensamos o dejamos de hacer.
La reencarnación jamás será un proceso punitivo
En el movimiento espírita se defiende el mito de que
TODO sufrimiento del presente es fruto de los actos
errados del pasado, sin embargo, en el capítulo V del
libro El Cielo y el Inferno, Kardec dice categóricamente
que el sufrimiento actual es sólo resultado de la
imperfección de que aún no nos libramos, y no
necesariamente de actos errados del pasado.
Hay espíritas que predican la ley del "Karma" (en
sánscrito, significa "acto deliberado"). En sus
orígenes, la palabra "Karma" significaba "fuerza" o
"Movimiento". A pesar de ello, la literatura post-védica
expresa la evolución del término para "ley" u "orden",
siendo definida muchas veces como "ley de la
conservación de la fuerza. "Esto significa que cada
persona recibirá el resultado de sus acciones, es un
mero hecho de causa y consecuencia. [1]
Indudablemente la ley del "Karma" es una ley
contradictoria, vengativa, fatalista. Su principio se
apoya en la invasiva conexión del "golpeó, tendrá que
coger", "traicionó, "tendrá que ser traicionado", "mató,
tendrá que morir", siempre en una ancestral evocación a
la antidiluviana ley del "ojo por ojo, diente por
diente".
Nadie sufre tan sólo para "pagar" por la acción
equivocada del pasado. Nuestro dolor no es una reacción
a nada, sino una acción, pues sufrimos necesariamente
por la causa de la libertad y no "por causa de ella.
Allan Kardec hace una ligera alusión al término causa y
efecto y jamás citó el término "Karma" para investigar y
aclarar las razones del dolor y de las aflicciones. Por
lo tanto, el "Karma" no fue mencionado en ningún momento
por Kardec o por los benefactores espiritual. Además, la
reencarnación jamás será un proceso punitivo. Renacimos
para perfeccionarnos moralmente. Si sufrimos, de vez en
cuando, es por la causa que abrazamos libremente y no
inapelablemente a causa de alguna "desobediencia" a las
leyes divinas.
Por eso, el buen sentido kardecista susurra que no hay
un destino señalado con acontecimientos detallados
castigados durante la reencarnación, conforme y en el
caso de que se trate de un "karma". En rigor, el "Karma"
es una ley insensata e incongruente, a su vez la Ley de
Causa y Efecto (contenida en la Codificación) es una ley
moral coherente que nos hace crecer y avanzar
conscientemente.
El sufrimiento es inherente a nuestra imperfección
En la pregunta nº 132 de El Libro de los Espíritus,
Kardec pregunta sobre cuál sería el objetivo de la
encarnación. La respuesta es clara: "La ley de Dios
impone la encarnación con el objetivo de llegar a la
perfección... ". En ningún momento aparece la palabra
amargura, fardo, dolor o cualquier otro término que
signifique "karma". Por las sucesivas existencias,
mediante nuestros esfuerzos y deseos de mejora en el
camino del progreso, avanzamos siempre y alcanzamos la
perfección, que es nuestro destino final. [2]
El sufrimiento es inherente a nuestra imperfección, es
decir, el orgulloso sufre las consecuencias del orgullo
y el egoísta sufre los efectos del egoísmo, pero que
quede bien claro una verdad: nadie reencarna para pasar
por la Ley del Talión, sino para superar la imperfección
y evolucionar por medio del trabajo en el bien, en el
límite de la fuerza de cada uno.
Además, no todo sufrimiento es expiación. En el punto 9,
cap. V, de El Evangelio según el Espiritismo, Allan
Kardec señala: "No se debe creer, sin embargo, que todo
sufrimiento por el que pasa en este mundo sea
necesariamente el indicio de una determinada falta: se
trata, a menudo, de simples pruebas escogidas por el
Espíritu para su purificación, para acelerar su adelanto.
[3]
Como se observa, a la luz de la Doctrina de los
Espíritus sólo existe un destino proyectado para todas
las criaturas; es el destino de la evolución, del
perfeccionamiento intelectual y moral mirando el
conocimiento de la VERDAD para la adquisición de la pura
y la inexorable felicidad. No hay fatalismos
catastróficos en nuestro destino. Jamás podremos
pronunciar que "lo que está escrito está escrito" y nada
modificará nuestro destino. ¡Ahora! Si creemos en ello,
renegaremos el libre albedrío y la Ley de Misericordia,
que nos induce al amor que cubre la multitud de los
actos equivocados.
No somos una máquina (robotizada), porque sabemos
decidir. Adquirimos consciencias graduales sobre el
llamado bien o el mal, y eso establece los escenarios de
las experiencias agradables o no en nuestro camino. Dios
instituyó leyes que están inscritas en nuestras
conciencias. Con la Ley de Causa y Efecto conseguimos
evaluar mejor las elecciones y con ellas desarrollamos
el discernimiento frente a las consecuencias naturales a
través de las reencarnaciones.
Todos estamos en un conjunto de fuerzas providenciales
que determinan una cierta cantidad de "intervenciones"
(providencia divina) para que el libre albedrío pueda
ser operado. Pero todas las opciones son nuestras. Por
eso, antes de la reencarnación, el flujo de la nueva
experiencia física jamás será obligatorio, sino sugerido
amorosamente por los especialistas del Más Allá; por eso
elegimos el grupo familiar, la sociedad, la cultura, las
condiciones socioeconómicas, la etnia, el sexo. Todo
esto forma parte de nuestra elección, sugerida o no por
los Espíritus más esclarecidos antes de la
reencarnación, y tal decisión nos acercará a esta o
aquella influencia de un grupo social que podrá tener un
cierto peso relativo en nuestras elecciones.
No necesitamos ser rehenes de las circunstancias
Lo importante a los que quedan por aquí, en la Tierra,
para que tengan el avance espiritual debido, es no
fallar por la lamentación, por la rebeldía, pues "las
grandes las pruebas son casi siempre un indicio de un
fin de sufrimiento y de perfeccionamiento del Espíritu,
siempre que sean aceptadas por amor a Dios”. [4]
La libertad es proporcional a nuestra etapa de evolución
moral, por eso somos relativamente libres para ciertas
decisiones, pero no necesitamos ser rehenes de las
circunstancias y de los factores sociales, estructuras
familiares, étnicas, espirituales, "Astrológicas",
numerológicas, etc. Todo esto puede incluso
influenciarnos, pero no determina nuestras resoluciones
a partir de nuestras elecciones. Ciertamente tales
influencias pueden impulsarnos a las mejores o las
peores elecciones, pero tendremos inevitablemente
oportunidades para aprender con la vida.
Es verdad que hay en la clásica literatura espírita
obras que demuestran las referentes influencias del
escenario social, político, económico y cultural en que
estamos colocados y que, en algún nivel, pueden estar de
manera relativa relacionados con un escenario de vida
anterior, pero sin implacables determinismos "Kármica".
Enfatizamos que en las leyes divinas no existe castigo o
recompensa. El Creador estableció leyes sabias y justas
que determinan efectos naturales ante nuestras
elecciones.
Enfatizamos que están ciertos aquellos que generalizan y
afirman que todo sufrimiento es resultado de errores
cometidos en el pasado. Desarrollo de las
potencialidades, la subida evolutiva, requiere trabajo,
esfuerzo, superar desafíos. En este caso es la prueba, y
no, la expiación, o sea, son las tareas a que el
Espíritu se somete, a su propia petición, con vistas a
su progreso, a la conquista de un futuro mejor.
Nos apropiamos de nuestra vida y determinamos nuestras
existencias con libertad dentro de la evolución. Por
eso, nos responsabilizamos por nuestras existencias,
caminando en la vida de conformidad con lo que hacemos
de nosotros misma. Esta autoapropiación de la existencia
a través de la autorresponsabilización de todo lo que
sucede con nosotros nos da un cierto sentido de dominio
en la relatividad de nuestra existencia sobre la
aflicción, la ternura, la alegría, la desventura.
Naturalmente, todo lo que nos sucede nos afecta, por lo
que no podemos imputar a nadie la victoria o el
infortunio en lo que nos se produce, incluso porque lo
que nos ocurre es, en la relatividad, un espejo del
pasado reciente o más remoto y lo que podemos cosechar
mañana resultará relativamente de nuestra siembra en el
presente.
La finalidad de la Ley de Dios es la perfección del
Espíritu
La función del dolor es expandir horizontes, para
verdaderamente divisar los reales logros armónicos del
equilibrio. Por eso, ante los compromisos "Kármicos", en
expiaciones colectivas o individuales, recordemos
siempre de que la finalidad de la Ley de Dios es la
perfección del Espíritu y que estamos, cada día,
caminando en ese destino, en que nuestro esfuerzo
personal y la búsqueda de la paz estarán actuando a
nuestro favor, minimizando al máximo el peso de las
consecuencias de los equívocos del pasado.
Somos los señores y los responsables de la vida, por lo
tanto, cuando erramos, podemos rehacer el camino
mediante nuevas elecciones, considerando que muchas
veces cometemos elecciones equivocadas y sorbemos los
naturales efectos de ellas; sin embargo, a medida que
ampliamos la conciencia sobre los actos equivocados,
vamos disminuyendo incluso los efectos de las elecciones,
porque financiaríamos elecciones más apropiadas.
¡Hemos sido creados para la FELICIDAD! Por tanto, aun
ante todos los dolores y sufrimientos, debemos
encararlos con AMOR.
Referências bibliográficas:
[1] Disponível
em significado
de karma
-acesso 2 de dezembro de 2018
[2] KARDEC, Allan. O Livro dos
Espíritos. 50a ed., Rio de Janeiro: Ed. FEB, 1980,
questão 132.
[3] KARDEC, Allan. O Evangelho
segundo o Espiritismo. Rio de Janeiro: Ed FEB, 2001,
item 9, cap. V.
[4] Idem, cap.14.