Especial

por Jorge Hessen

“Libertad”, “Karma”, “Causa y Efecto” delante de las leyes de Dios

Nuestra libertad de elección está conectada a la "Ley de Causa y Efecto", es decir, todo lo que pienso, que deseo, que hago determina consecuencias naturales. La experiencia de la vida humana está circunstanciada por libres decisiones vinculadas a las implicaciones de las elecciones. Las Leyes Divinas permiten tomar decisiones libremente, sin embargo las elecciones generan resultados adecuados o desagradables, dependiendo de las opciones.

Dios nunca nos castiga y sus Leyes no son y nunca han sido de naturaleza punitiva, pues las elecciones que hacemos podrán traer una "cosecha" natural y siempre proporcional a la "siembra", según el mayor o menor discernimiento de los actos. Dios es amor, no hay nada fuera de Dios; por tanto, deducimos que no hay nada fuera del amor. Lo que es contrario a la Ley de Dios, en realidad, no existe de forma absoluta.

Nuestras elecciones transportan en esencia las implicaciones adecuadas o malentendidas. Nuestro estado, feliz o flagelante, es intrínseco a nuestro estado de pureza o impureza moral. Por eso, no debemos buscar en Dios la inmunidad de nuestras dificultades, pero exhortamos la fuerza necesaria para superarlas. En las esferas espirituales no hay ningún código que castigue o premie; en el más allá de la tumba se aplica la "Ley de la elección de las pruebas" y no las leyes coercitivas con atributos punitivos. El espíritu siempre elegirá lo que él enfrentará en el futuro, como medio de su desarrollo moral e intelectual.

Veamos que los irracionales, un perro, por ejemplo, actúan por automatismo, por lo que no pueden hacer elecciones, excepto aquellas que están dentro del espectro de su instinto. El perro no tiene libre albedrío, luego sus "actos equivocados" no pueden traer consecuencias negativas. Sin embargo, el ser irracional ensaya para la vida racional; por esta razón, cuando el irracional ingresa en el mundo humano se desvela poco a poco la conciencia y con ella la ley de libertad, capacitándolo para las elecciones de las acciones, determinando los resultados al nivel de la conciencia alcanzada.

La "Ley de Causa y Efecto" sincronizada a las Leyes "de Libertad" y "de Responsabilidad" determina el rumbo de la existencia humana. Por lo tanto, somos libres para pensar y actuar, pero somos responsables de lo que hacemos, pensamos o dejamos de hacer.

La reencarnación jamás será un proceso punitivo

En el movimiento espírita se defiende el mito de que TODO sufrimiento del presente es fruto de los actos errados del pasado, sin embargo, en el capítulo V del libro El Cielo y el Inferno, Kardec dice categóricamente que el sufrimiento actual es sólo resultado de la imperfección de que aún no nos libramos, y no necesariamente de actos errados del pasado.

Hay espíritas que predican la ley del "Karma" (en sánscrito, significa "acto deliberado"). En sus orígenes, la palabra "Karma" significaba "fuerza" o "Movimiento". A pesar de ello, la literatura post-védica expresa la evolución del término para "ley" u "orden", siendo definida muchas veces como "ley de la conservación de la fuerza. "Esto significa que cada persona recibirá el resultado de sus acciones, es un mero hecho de causa y consecuencia. [1]

Indudablemente la ley del "Karma" es una ley contradictoria, vengativa, fatalista. Su principio se apoya en la invasiva conexión del "golpeó, tendrá que coger", "traicionó, "tendrá que ser traicionado", "mató, tendrá que morir", siempre en una ancestral evocación a la antidiluviana ley del "ojo por ojo, diente por diente".

Nadie sufre tan sólo para "pagar" por la acción equivocada del pasado. Nuestro dolor no es una reacción a nada, sino una acción, pues sufrimos necesariamente por la causa de la libertad y no "por causa de ella. Allan Kardec hace una ligera alusión al término causa y efecto y jamás citó el término "Karma" para investigar y aclarar las razones del dolor y de las aflicciones. Por lo tanto, el "Karma" no fue mencionado en ningún momento por Kardec o por los benefactores espiritual. Además, la reencarnación jamás será un proceso punitivo. Renacimos para perfeccionarnos moralmente. Si sufrimos, de vez en cuando, es por la causa que abrazamos libremente y no inapelablemente a causa de alguna "desobediencia" a las leyes divinas.

Por eso, el buen sentido kardecista susurra que no hay un destino señalado con acontecimientos detallados castigados durante la reencarnación, conforme y en el caso de que se trate de un "karma". En rigor, el "Karma" es una ley insensata e incongruente, a su vez la Ley de Causa y Efecto (contenida en la Codificación) es una ley moral coherente que nos hace crecer y avanzar conscientemente.

El sufrimiento es inherente a nuestra imperfección

En la pregunta nº 132 de El Libro de los Espíritus, Kardec pregunta sobre cuál sería el objetivo de la encarnación. La respuesta es clara: "La ley de Dios impone la encarnación con el objetivo de llegar a la perfección... ". En ningún momento aparece la palabra amargura, fardo, dolor o cualquier otro término que signifique "karma". Por las sucesivas existencias, mediante nuestros esfuerzos y deseos de mejora en el camino del progreso, avanzamos siempre y alcanzamos la perfección, que es nuestro destino final. [2]

El sufrimiento es inherente a nuestra imperfección, es decir, el orgulloso sufre las consecuencias del orgullo y el egoísta sufre los efectos del egoísmo, pero que quede bien claro una verdad: nadie reencarna para pasar por la Ley del Talión, sino para superar la imperfección y evolucionar por medio del trabajo en el bien, en el límite de la fuerza de cada uno.

Además, no todo sufrimiento es expiación. En el punto 9, cap. V, de El Evangelio según el Espiritismo, Allan Kardec señala: "No se debe creer, sin embargo, que todo sufrimiento por el que pasa en este mundo sea necesariamente el indicio de una determinada falta: se trata, a menudo, de simples pruebas escogidas por el Espíritu para su purificación, para acelerar su adelanto. [3]

Como se observa, a la luz de la Doctrina de los Espíritus sólo existe un destino proyectado para todas las criaturas; es el destino de la evolución, del perfeccionamiento intelectual y moral mirando el conocimiento de la VERDAD para la adquisición de la pura y la inexorable felicidad. No hay fatalismos catastróficos en nuestro destino. Jamás podremos pronunciar que "lo que está escrito está escrito" y nada modificará nuestro destino. ¡Ahora! Si creemos en ello, renegaremos el libre albedrío y la Ley de Misericordia, que nos induce al amor que cubre la multitud de los actos equivocados.

No somos una máquina (robotizada), porque sabemos decidir. Adquirimos consciencias graduales sobre el llamado bien o el mal, y eso establece los escenarios de las experiencias agradables o no en nuestro camino. Dios instituyó leyes que están inscritas en nuestras conciencias. Con la Ley de Causa y Efecto conseguimos evaluar mejor las elecciones y con ellas desarrollamos el discernimiento frente a las consecuencias naturales a través de las reencarnaciones.

Todos estamos en un conjunto de fuerzas providenciales que determinan una cierta cantidad de "intervenciones" (providencia divina) para que el libre albedrío pueda ser operado. Pero todas las opciones son nuestras. Por eso, antes de la reencarnación, el flujo de la nueva experiencia física jamás será obligatorio, sino sugerido amorosamente por los especialistas del Más Allá; por eso elegimos el grupo familiar, la sociedad, la cultura, las condiciones socioeconómicas, la etnia, el sexo. Todo esto forma parte de nuestra elección, sugerida o no por los Espíritus más esclarecidos antes de la reencarnación, y tal decisión nos acercará a esta o aquella influencia de un grupo social que podrá tener un cierto peso relativo en nuestras elecciones.

No necesitamos ser rehenes de las circunstancias

Lo importante a los que quedan por aquí, en la Tierra, para que tengan el avance espiritual debido, es no fallar por la lamentación, por la rebeldía, pues "las grandes las pruebas son casi siempre un indicio de un fin de sufrimiento y de perfeccionamiento del Espíritu, siempre que sean aceptadas por amor a Dios”. [4]

La libertad es proporcional a nuestra etapa de evolución moral, por eso somos relativamente libres para ciertas decisiones, pero no necesitamos ser rehenes de las circunstancias y de los factores sociales, estructuras familiares, étnicas, espirituales, "Astrológicas", numerológicas, etc. Todo esto puede incluso influenciarnos, pero no determina nuestras resoluciones a partir de nuestras elecciones. Ciertamente tales influencias pueden impulsarnos a las mejores o las peores elecciones, pero tendremos inevitablemente oportunidades para aprender con la vida.

Es verdad que hay en la clásica literatura espírita obras que demuestran las referentes influencias del escenario social, político, económico y cultural en que estamos colocados y que, en algún nivel, pueden estar de manera relativa relacionados con un escenario de vida anterior, pero sin implacables determinismos "Kármica". Enfatizamos que en las leyes divinas no existe castigo o recompensa. El Creador estableció leyes sabias y justas que determinan efectos naturales ante nuestras elecciones.

Enfatizamos que están ciertos aquellos que generalizan y afirman que todo sufrimiento es resultado de errores cometidos en el pasado. Desarrollo de las potencialidades, la subida evolutiva, requiere trabajo, esfuerzo, superar desafíos. En este caso es la prueba, y no, la expiación, o sea, son las tareas a que el Espíritu se somete, a su propia petición, con vistas a su progreso, a la conquista de un futuro mejor.

Nos apropiamos de nuestra vida y determinamos nuestras existencias con libertad dentro de la evolución. Por eso, nos responsabilizamos por nuestras existencias, caminando en la vida de conformidad con lo que hacemos de nosotros misma. Esta autoapropiación de la existencia a través de la autorresponsabilización de todo lo que sucede con nosotros nos da un cierto sentido de dominio en la relatividad de nuestra existencia sobre la aflicción, la ternura, la alegría, la desventura. Naturalmente, todo lo que nos sucede nos afecta, por lo que no podemos imputar a nadie la victoria o el infortunio en lo que nos se produce, incluso porque lo que nos ocurre es, en la relatividad, un espejo del pasado reciente o más remoto y lo que podemos cosechar mañana resultará relativamente de nuestra siembra en el presente.

La finalidad de la Ley de Dios es la perfección del Espíritu

La función del dolor es expandir horizontes, para verdaderamente divisar los reales logros armónicos del equilibrio. Por eso, ante los compromisos "Kármicos", en expiaciones colectivas o individuales, recordemos siempre de que la finalidad de la Ley de Dios es la perfección del Espíritu y que estamos, cada día, caminando en ese destino, en que nuestro esfuerzo personal y la búsqueda de la paz estarán actuando a nuestro favor, minimizando al máximo el peso de las consecuencias de los equívocos del pasado.

Somos los señores y los responsables de la vida, por lo tanto, cuando erramos, podemos rehacer el camino mediante nuevas elecciones, considerando que muchas veces cometemos elecciones equivocadas y sorbemos los naturales efectos de ellas; sin embargo, a medida que ampliamos la conciencia sobre los actos equivocados, vamos disminuyendo incluso los efectos de las elecciones, porque financiaríamos elecciones más apropiadas.

¡Hemos sido creados para la FELICIDAD! Por tanto, aun ante todos los dolores y sufrimientos, debemos encararlos con AMOR.

 

Referências bibliográficas

[1]  
Disponível em significado de karma  -acesso 2 de dezembro de 2018

[2]  KARDEC, Allan. O Livro dos Espíritos. 50a ed., Rio de Janeiro: Ed. FEB, 1980, questão 132.

[3]  KARDEC, Allan. O Evangelho segundo o Espiritismo. Rio de Janeiro: Ed FEB, 2001, item 9, cap. V.

[4]  Idem, cap.14.

                 
Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com

 
 

     
     

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 Revista Semanal de Divulgação Espírita