Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 
Tema: Los animales


Marcelo y Jefe


La camioneta llegó a la hacienda, trayendo a Marcelo y su padre, que volvían de la ciudad a donde habían ido a hacer compras.

Marcelo llegó con hambre y fue directo a la cocina, donde su madre ya había puesto la mesa con un delicioso refrigerio. Comió pastel, tomó un jugo e hizo un enorme sándwich, de la forma que a él le gustaba, con mucho relleno.

Llevó su lonche a comer al balcón, donde la brisa fresca calmaba el calor.

Jefe, su perro, al verlo de lejos, fue corriendo, moviendo la cola, feliz porque había vuelto.

Ellos eran amigos inseparables. Jugaban, paseaban y hasta dormían juntos. Jefe era grande, bonito y fuerte, e iban por toda la hacienda con Marcelo. Gruñía para protegerlo de personas extrañas, aceptaba todos los juegos y paseos que el niño inventaba y desde cachorro tenía una camita para dormir en el cuarto con Marcelo.

- ¡Ya llegué, Jefe! – dijo el niño acariciando al perro, que saltaba encima de él de alegría.

Su padre, que todavía estaba descargando las compras, al ver a Marcelo le pidió que llevara algunas cajas a la cocina. El niño ayudó y rápidamente descargaron todo.

Marcelo había dejado el plato con el sándwich encima de la mesita del balcón, pero cuando volvió para cogerlo, tuvo una sorpresa: el plato estaba vacío y Jefe, a su lado, lamía las últimas migajas en el piso, moviendo la cola satisfecho.

- ¡Jefe! – gritó Marcelo enfadado. - ¡Te comiste mi sándwich! Traidor. Sabías que era mío. ¡Ya no soy más tu amigo!

Empujó al perro que venía a pedirle un mimo y salió corriendo, intentando dejar a Jefe atrás.

Marcelo estaba enojado, tanto por no haber comido su lonche como por la actitud del perro, pues se sentía decepcionado de él.

Fue al garaje, cogió su caballo y salió galopando, que era una de las cosas que más le gustaba hacer.

Jefe también fue. Corría atrás de Marcelo, que se distanciaba haciendo al caballo correr bastante.

El perro había quedado muy atrás cuando el caballo se asustó de repente con una codorniz. El ave asustada voló bien abajo del caballo, que se encabritó, derribando a Marcelo al suelo.

El niño rodó por el suelo y se quedó un tiempo echado, intentando volver en sí del golpe y del susto. El caballo se alejó también agitado. Jefe, que no había desistido de seguir a su amigo, llegó pronto.

Marcelo ya no veía al caballo. Intentó apoyarse en Jefe para levantarse, pero no pudo. Se dio cuenta de que se había lastimado el tobillo, pues apenas podía apoyar el pie en el suelo. Se quedó ahí quieto, pensando que sus padres se demorarían en darse cuenta de su falta e irían a buscarlo. Se recostó en el suelo, sin poder hacer nada, y comenzó a llorar. Jefe parecía darse cuenta de que algo andaba mal. Lamió a su amigo, intentó animarlo a jugar, moviendo la cola, pero Marcelo permanecía en la misma situación.  

Jefe, entonces, se recostó a su lado, apoyado en Marcelo y se quedó ahí por un tiempo. De repente se levantó, dio unas lamidas a su amigo, y salió corriendo, muy rápido, de vuelta a la casa en la hacienda.

Jefe llegó ladrando fuerte. Fue hasta la puerta de la casa, raspó con la pata y saltó en la ventana. Llamó tanto la atención que la madre de Marcelo fue a ver lo que estaba pasando. Cuando salió, Jefe continuó ladrando, agitado.

La madre, sin encontrar a Marcelo, fue a hablar con el padre, que pronto se dio cuenta de que necesitaba ir a buscar a su hijo. Su caballo también apareció solo en el pasto y eso era una señal más de que algo había sucedido.

El padre subió al caballo y siguió a Jefe, que ya corría al frente, disparado.

En pocos minutos, el perro guio al padre hacia el niño. Marcelo fue entonces llevado a casa, donde recibió todos los cuidados y la orientación del médico de la familia.

En la noche, todos se reunieron para hacer una oración, agradeciendo que todo había terminado bien. Marcelo, entonces, contó lo que había pasado y dijo:

- Yo me enojé con Jefe porque se había comido mi sándwich. Pero después él me demostró que sí es mi amigo.

- Claro, hijo – explicó el padre – él comió tu merienda porque los animales usan más el instinto que la razón. Y el instinto de alimentarse es uno de los más fuertes para ellos. A pesar de que él tiene el libre albedrío de comer o no comer, él no puede ser responsable por eso, como sucede con el hombre, pues él no tiene todavía su conciencia despierta. Lo mismo sería si él fuera un niño muy pequeño, por ejemplo, o alguien con deficiencia mental.

Y el padre continuó:

- Corresponde a quien tiene más entendimiento y conciencia cuidar y prevenir las situaciones. Tú podrías, por ejemplo, haber colocado el sándwich fuera de su alcance. Tenemos el papel de educar a los animales y ayudarlos a evolucionar, dando ejemplo de buenos sentimientos y buenas actitudes, así como hacen los buenos espíritus con nosotros. Porque la ley de Dios es así: el superior en evolución ampara al inferior. Tenemos que tener esa comprensión.

Y para terminar, añadió:

- Mira que él fue capaz de percibir la situación y ayudarte. Él hizo un ensayo de razonamiento, probablemente impulsado por la amistad que siente por ti.

Marcelo, contento con la explicación de su padre, sentía más cariño aún por su amigo perro y le dio un gran abrazo, diciendo:

- ¡Gracias, Jefe! Yo también voy a cuidarte siempre.

  

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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