Tema: Envidia, orgullo, autoestima
La Margarita y la Rosa
Había un jardín con muchas flores, que era muy bien
cuidado por el jardinero. Él se preocupaba en plantar
cada especie en el mejor lugar, de acuerdo con su
necesidad de sol o de sombra. Regaba adecuadamente,
hacía las podas y abonaba de vez en cuando.
El jardinero le gustaba mucho su jardín y quedaba muy
contento cuando se daba cuenta de que sus plantas
estaban saludables y floridas.
Había en ese jardín un lindo rosal que se llamaba Rosa.
Ella aprovechaba todos los recursos que el jardinero le
daba y producía muchas rosas rojas, maravillosas. Además
del color y de la delicadeza, ellas tenían un perfume
delicioso, que el viento esparcía por toda la vecindad.
El rosal era muy feliz y hacía al jardinero feliz
también.
Pero no todas las plantas de ese jardín eran así. No muy
apartada de Rosa, había una Margarita, y esta, al
contrario que su vecina, no se desenvolvía bien. No
absorbía bien los nutrientes del abono, ni el agua que
el jardinero daba. No producía muchas flores y las que
producía eran pequeñas y frágiles.
Lo que la Margarita hacía era ver el rosal y decirse
siempre de mal humor:
“¡Qué exagerada! ¡Solo
quiere aparecer! Como no bastara tanta extravagancia,
incluso quiere esparcir su olor por todas partes. Ese
rosal es muy vanidoso y orgulloso, ¡eso sí!”
La Margarita tenía envidia de Rosa, pero también no se
esforzaba en mejorar.
Un día, el amigo Búho fue a pasear en el jardín. Él era
un pájaro muy simpático y querido por todos. Él visitaba
ese jardín de tiempo en tiempo, para volver a ver a los
amigos y escuchar las novedades.
El Búho saludó a Margarita, y comenzaron a conversar.
Notando que la planta no estaba tan bien como las otras,
se interesó en preguntar por su salud, pero ella,
contrariada, respondió:
- ¡Sí, estoy bien! ¡No sé por qué todo el mundo me halla
mal! – respondió Margarita. - Debe ser porque no soy
llamativa como unas y otras – dijo, apuntando con una
hija al rosal.
- Perdón, no quise ofender – dijo el Búho. Y continuando
la conversación, indagó: - ¿Pero estás hablando de Rosa?
- ¡Sí, de ella misma! ¡Nunca vi tanto orgullo y vanidad!
– respondió Margarita.
- ¡Wow! ¡Es extraño escucharte hablar así! Pues yo la
hallo hasta muy humilde. Ya conversé muchas veces con
Rosa y siempre habla bien de los otros, enaltece lo que
cada uno tiene de bueno. También es muy agradecida con
el jardinero, que cuida tan bien de todos por aquí.
Hasta de tus flores ya comentó, Margarita, diciendo que
le gusta mucho la combinación de blanco con amarillo que
tú haces, pues son colores muy alegres.
Margarita se sorprendió. En verdad, ella nunca había
conversado con Rosa. Apenas se imaginaba que debería ser
snob, ya que era tan bonita.
El pájaro continuó la conversación:
- Margarita, ¿será que tú no estás equivocada? No
es porque tiene autoestima que es orgullosa. Orgulloso
es quien se halla (o quien quiere ser) mejor que los
otros. Cada uno de nosotros es diferente, pues Dios nos
creó únicos, pero todos somos iguales ante Él. Dios nos
ama igualmente y nos dio las mismas oportunidades de
evolucionar y ser felices. Si el jardinero solo
apreciara las rosas, ¿piensas que te habría plantado y
las otras plantas? ¡Él las quiere a todas ustedes!
Piensa en eso, amiga mía.
El Búho se despidió y voló, pero dejó a Margarita muy
pensativa.
En los días que siguieron, comenzó a mirar a Rosa de una
manera diferente y hasta le saludó con un “buenos días”
en una mañana. Rosa se quedó muy feliz y le devolvió el
saludo con simpatía.
De ahí en adelante, Margarita comenzó a inspirarse en el
comportamiento de su vecino y a cuidarse más.
Aprovechaba los buenos tratos del jardinero, absorbiendo
el agua y los nutrientes del abono. Estiraba sus hojas
para tomar el sol y se encaprichaba mucho en hacer sus
flores, que fueron quedando cada vez más numerosas,
grandes y bellas.
El resultado fue que ella comenzó a sentirse cada vez
mejor, más alegre, más bien animada. Elogiaba lo que
veía de bueno en los otros y agradecía los elogios que
recibía también.
Un día el jardinero se acercó y dijo:
- Margarita mía, ¡qué lindas estás! Adoro tus flores,
son tan maravillosas que parecen estar alegres,
sonriendo para mí. ¡Estoy
muy feliz!
Margarita, entonces, sintió una felicidad que ella nunca
había experimentado y mucha gratitud por el jardinero,
que tanto le agradaba y que tanta paciencia tuvo hacia
ella.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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