Tema: Honrar padre y madre
Honrar al padre y a la madre
Dora era una buena niña. Pero su papá estaba preocupado
por ella. Desde hacía algún tiempo, iba notando que su
hija a veces no tenía buenos modales con su mamá.
La mamá de Dora era muy dedicada a la familia y
principalmente a su querida hija. Sin embargo, Dora no
comprendía eso y muchas veces reaccionaba mal a los
cuidados que recibía.
Todas las mañanas, la mamá levantaba a Dora con cariño,
le preparaba el desayuno, separaba un uniforme muy
limpio para vestirla, le hacía una lonchera deliciosa y
llevaba a su hija hasta la puerta del colegio. Después,
preparaba su almuerzo con las comidas que a ella le
gustaba comer, cuidaba los horarios, la higiene, ayudaba
en las tareas del colegio, cuidaba a las amigas que iban
a jugar y se ocupaba de una infinidad de detalles
relacionados con su rutina. Pero
Dora no veía nada de eso.
Para ella, su mamá vivía molestándola, mandándola a
cepillarse los dientes, lavarse las manos, tomar un baño
o ir a la cama a la hora de dormir. Pensaba que su mamá
no quería comprar las cosas que ella le pedía cada vez
que salían juntas y también que no dejaba a Dora
quedarse mucho tiempo en los juegos electrónicos, como a
ella le gustaría.
En esos momentos, Dora se irritada. Respondía mal a su
madre. A veces, hasta gritaba o repetía lo que ella
decía, burlándose y desoyendo sus orientaciones.
Por eso, el papá llamó a Dora para conversar y le dijo:
- Hija, has aprendido en la evangelización sobre las
enseñanzas de Jesús, ¿verdad?
- ¡Sí, papá! – respondió ella.
- ¡Qué bueno! ¡Son enseñanzas muy importantes, pues nos
enseñan las propias leyes de Dios! ¿Pero sabías, Dora,
que hace más de mil años antes de Jesús otro hombre,
llamado Moisés, también enseñó a su pueblo algunas leyes
de Dios?
- ¡No, papá! No sabía - dijo la hija.
El papá continuó:
- Antiguamente, no existían leyes como hoy. Las personas
hacían lo que querían.
Pero había muchas peleas, muertes e injusticias.
Entonces, Moisés, que
fue la primera persona en hablar al pueblo sobre las
leyes de Dios, escribió mandamientos, es decir, reglas
que las personas deberían cumplir para vivir mejor. Eran
apenas diez, y hablaban cosas básicas como “no matar”,
“no robar”, “no mentir”. Y uno de esos diez mandamientos
era este: “Honrar al padre y a la madre”. ¿Sabes
lo que eso significa, hija?
- ¿Qué es para respetar al padre y a la madre? –
preguntó Dora, indecisa.
- ¡Exacto! – incentivo el papá – e incluso más que
respetar. Reconocer la importancia de los padres, cuidar
de ellos cuando necesitan y siempre tratarlos bien. Por
eso, hija, mira esto: Moisés, muchos años atrás,
escribió ese mandamiento. Después, Jesús, que fue el
Espíritu más evolucionado que haya nacido en la Tierra,
lo confirmó. Y Allan Kardec, que codificó nuestra
religión espírita, también lo realzó, escribiendo un
capítulo entero en su libro El Evangelio según el
Espiritismo con ese título: “Honrar al padre y a la
madre”. Por tanto, hijita, esa es una enseñanza que
debemos respetar. Yo quiero que te acuerdes de eso y
siempre trates muy bien a mamá. Comprende que todo lo
que ella hace es deseando tu bien, incluso si te
desagrada en ese momento. ¿Está
bien?
Dora, entonces, entendió por qué su papá estaba teniendo
toda esa conversación con ella y tuvo que prometer que
mejoraría sus modales.
Los días pasaron. Dora intentaba cumplir la promesa,
pero muchas veces se olvidaba
y trataba mal a su madre nuevamente, teniendo que ser
reprendida.
Un día, el teléfono sonó y trajo la noticia de que su
abuela estaba muy enferma y fue internada en el
hospital. Su mamá era la única hija que la señora tenía
y la única persona que podía cuidar de ella. Siendo así,
la mamá de Dora tuvo que ir de prisa a la ciudad donde
su abuela vivía, que quedaba a muchas horas de viaje.
Fue entonces que la rutina cambió en la casa de Dora. Su
papá se levantaba en la mañana, pero el tiempo era poco
para todas las actividades y Dora tuvo que hacer muchas
cosas solas. En la tarde, después del colegio, ella
almorzaba en casa de su vecina (que se dispuso a
ayudarlos) y pasaba toda la tarde ahí, hasta que su
padre llegara al comienzo de la noche.
Al comienzo, a Dora hasta le gustó. Pensó que estaría
libre para hacer lo que ella quisiera. Pero no fue así
lo que sucedió. En casa de la vecina, ella tenía que
hacer la tarea de la escuela sola y tenía dificultades.
Después de algunos días, ya no tenía uniformes limpios y
hasta tuvo que vestir uno usado. La comida de la vecina
era muy diferente. A ella no le gustaba, pero tenía que
comer para no quedarse con hambre.
En poco tiempo, Dora ya sentía mucho la falta de su
madre. Hablaba con ella por teléfono, pero ella no podía
volver, pues la abuela todavía estaba muy mal.
Los días pasaban, y Dora sentía cada vez más nostalgia.
A la hora de dormir, hasta lloraba pensando en su mamá.
Ahora que estaba sin ella, Dora podía darse cuenta mejor
lo bueno que era tener cerca a una persona que nos ama,
nos protege, nos cuida y se preocupa por nuestra
seguridad, salud y bienestar.
Dora también se acordaba de la conversación con su papá
y ahora podía entender mejor la enseñanza “Honrar al
padre y a la madre”. Ella sabía que su mamá también
estaba cumpliendo ese mandamiento yendo a ayudar a la
abuela cuando ella estaba enferma.
Después de casi un mes, felizmente la abuela mejoró y su
madre podía volver a casa. El día de su llegada, Dora
fue con su padre a encontrarla en la carretera. Le dio
un abrazo tan fuerte que parecía que no la iba a soltar
más.
La mamá vio que Dora estaba bonita y que hasta había
crecido. Pero ella estaba diferente también. Desde ese
día en adelante, nunca más su papá necesitó preocuparse
por su comportamiento con su mamá.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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