Tema: Amistad
Amistad de verdad
Había una hacienda donde vivía una linda cría de
murciélago. Tenía el pelo brillante de tan negro que
era. Tenía alas largas, con las que cuales volaba muy
rápido y hacía maniobras impresionantes.
El murcielaguito era también muy amigable. Siempre
estaba alegre y le gustaba la compañía de sus amigos.
Casi todas las crías de la hacienda eran muy simpáticas
también. Pero entre ellos había una cría de buitre que,
después de un tiempo de convivencia, comenzó a burlarse
del murciélago. Decía que, además de feo, el
murcielaguito era extraño, pues se posaba de cabeza en
las ramas, solo le gustaba salir de noche y unas cosas
más que no eran problema, pero que el buitre hacía
parecer que lo eran.
Los amigos, influenciados por el buitre, poco a poco
comenzaron a despreciar al murciélago, sin valorar el
gran amigo que era.
El murcielaguito se quedó tan fastidiado con eso que ya
no quería salir de su nido. Pasaba las noches ahí
dentro, con la mirada triste. Cuando alguien de su
familia lo llamaba para volar, decía que estaba cansado
y que prefería no ir.
A veces, él intentaba acercarse al buitre y su grupo,
creyendo que podrían tratarlo mejor, pero siempre se
decepcionaba y volvía a su casa lastimado.
Un día, su mamá quiso conversar sobre lo que estaba
pasando y él le contó todo a ella. Toda la familia de
murciélagos vivía junta en el tronco hueco de un gran
árbol, y uno de sus primos, mayor que él, habiendo
escuchado la conversación de los dos, quiso darle su
opinión:
- Primo, ya sé lo que puedes hacer. ¡Comienza a hablar
de los defectos del buitre! Muéstrale a todo el mundo
que, si tú eres feo, ¡él es horroroso! Tiene un pico
torcido, es jorobado y encima de eso ¡come comida
podrida! ¡Es un asqueroso! Pronto todo el mundo va a ver
que tú eres mejor que él y van a ponerse de tu lado en
vez de él.
El murcielaguito escuchaba aquello con tristeza. Él
tenía un buen corazón. No
se sentía bien haciendo eso.
Felizmente, la mamá murciélago tenía más experiencia y
era más sabia que el joven primo, y habló confiada:
- No, hijo, no necesitas hacer eso. Debemos hacer a los
otros lo que nos gustaría que ellos nos hicieran. Si tú
estás enojado con el comportamiento del buitre, no
puedes igualarte a él.
- Si esas crías están escuchando al buitre – continuó
ella – es porque tienen sintonía con él. Ve a buscar
amigos de verdad, que te traten bien y que tengan
sintonía con los valores que tú también tienes, como
respeto, amistad, alegría, diversión sana… Y mientras
esos buenos amigos no aparecen, vas a hacer lo que Dios
nos propone a todos nosotros, todos los días: el bien.
Haremos nuestro mejor esfuerzo por ser mejores, seremos
buenos, cultivaremos alegría y la gratitud en nuestros
corazones. Nuestra felicidad no está en las manos de
otros. Ella depende solo de nosotros. Es una gran
alegría encontrar buenos amigos y ellos van a aparecer
si tú consigues estar bien, siempre sirviendo a Dios.
Y para terminar, ella dijo:
- ¡Vamos a salir! Llama a tus hermanos y a tus primos.
¡Vamos a volar! ¡Un paseo te va a hacer bien!
El murcielaguito, entonces, salió a pasear con sus
familiares. Comió frutas deliciosas. Voló rápido como le
gustaba. Ayudó
a su familiar a polinizar un campo enorme de flores
perfumadas. Y
se divirtió mucho esa noche.
Se dio cuenta, entonces, que podía ser muy feliz siendo
como era.
Siguiendo los consejos de su mamá, todos los días
buscaba hacer cosas que le gustaban, que le hacían bien
a él y a los otros. Con el paso del tiempo, se sintió
con más confianza. Volvió
a salir a pasear.
No interactuaba más con esas crías que todavía no
estaban preparadas para ser sus amigos, pero los
saludaba con educación cuando los encontraba.
Un día, observando lo bien que volaba y con tanta
alegría, la cría de búho quiso volar con él. Los dos
eran animales con hábitos nocturnos y pasaron a
encontrarse siempre y a sentirse muy bien.
Una vez, pasó una tempestad por la hacienda, con enormes
rayos y fuertes truenos.
El potrillo se asustó mucho por eso. Salió disparado y
corrió tanto que se perdió.
Cuando la noche cayó, todavía no había regresado. La
lluvia continuaba y el cielo estaba cubierto por muchas
nubes. No se veía la luz de la luna o de las estrellas;
la oscuridad era total. Los animales, preocupados y sin
poder hacer nada, escucharon a la mamá yegua relinchar
afligida, llamando a su cría.
Cuando supo lo ocurrido, el murcielaguito no lo pensó
dos veces. Salió
volando para buscar al potrillo. Él era especialista en
volar de noche y en
ubicarse en la oscuridad. En pocos minutos, logró
encontrar la cría y guiarlo de regreso junto a su mamá.
Fue un alivio y una alegría enorme para todos escuchar
al potrillo llegando.
Mamá yegua quedó tan agradecida al murciélago que no
paraba de elogiarlo.
- ¡Qué bueno fuiste bueno con nosotros! ¡Qué buen
corazón! ¡Saliste en plena lluvia para ayudarnos! ¡Qué
fantástica manera de localización tienes! Conseguiste lo
que ninguno de nosotros conseguiría. ¡Qué
capacidad tan maravillosa! ¡Eres increíble,
murcielaguito! ¡Muchas gracias!
Después de eso, todos los animales pasaron a ver al
murciélago y su familia con más respeto.
La yegua y los animales grandes siempre entablaban
conversación cuando él pasaba. El
murcielaguito se sentía elogiado y feliz.
El potrillo se volvió su amigo. Aun siendo muy
diferentes, se divertían, conversando o jugando. El
potrillo no volaba, pero era muy rápido al correr. Ellos
paseaban e iban lejos, pero mamá yegua no se preocupaba,
pues sabía que con el murciélago su hijo estaría bien.
Fue así, sirviendo a Dios en todas las ocasiones y
cultivando los buenos valores que tenía, que el
murciélago encontró, además de la felicidad, amigos de
verdad.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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