Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 
Tema: Caridad y desapego


Caridad


La mamá de Lucía estaba preparándose para una visita más a las familias necesitadas de un barrio muy pobre de la ciudad. Ella acostumbraba a hacer eso todos los fines de semana. Llevaba alimentos y atención. Recolectaba alimentos con amigos y, durante las visitas conversaba, hablaba de las enseñanzas del Evangelio y muchas veces también oraba con las familias, incentivando la fe en los corazones sufrientes.

La mamá de Lucía la llamó diciendo:

- Hija, hoy voy a visitar a una familia que tiene una niña un poco más joven que tú. Separé algunas ropas tuyas que ya no te sirven para dársela. Me gustaría que escogieras algunos juguetes con los que ya no juegas más para dárselos también.

La mamá de Lucía habló con naturalidad, pensando que no habría ningún problema para que su hija cumpliera su pedido. Pero eso no fue lo que pasó. Lucía se había apegado demasiado a sus pertenencias. Sus armarios de ropa y juguetes estaban llenos. Casi no había lugar para guardar las nuevas cosas que le regalaban, pero aun así no quería deshacerse de nada. Por eso, al escuchar las palabras de su mamá, respondió en voz alta, con aspereza:

- ¿Qué? ¡No quiero dar nada! Yo juego con todos mis juguetes. ¡Solo porque no juego con algunos hace tiempo, no quiere decir que ya no voy a jugar más!

Nerviosa, sacó su ropa del saco, que la mamá había separado, y decidió que tampoco daría ninguna.

- Pero esa ropa ya no te queda, Lucía. Y hay una niña que lo necesita mucho.

- Lo sé, mamá, pero son bonitas, me gustan mucho y quiero guardarlas como recuerdo. Mira: esta es mi blusa preferida y me recuerda mis clases de ballet.

La blusa era blanca, estampada con un par de lindas zapatillas de color rosa, adornadas con un lazo satinado.

La mamá de Lucía se quedó muy decepcionada con la reacción de la niña, pero, en vez de intentar convencerla, apenas dijo:

- Está bien, hija, eres tú quien decide. ¿Pero sabes una cosa? Pienso que ya estás grande y puedes acompañarme. Hoy voy a llevarte conmigo, vamos a salir juntas y después de la visita podremos dar un paseo.

A Lucía le gustó la idea. Quería pasear con su mamá.

- ¡Sí! ¡Entonces, voy a cambiarme y ponerme mi vestido nuevo!

- No, hija, es mejor que te pongas ropa muy sencilla. Las personas que vamos a visitar pueden fastidiarse si mostramos que tenemos ropa nueva y bonita y ellos no. Ponte una ropa más vieja, muy cómoda y sin lujo que va a ser mejor – enseñó la mamá.

Lucía se quedó un poco preocupada por cómo sería esa visita, pero acató la recomendación de su mamá.

Cuando llegaron al lugar, Lucía se sorprendió, pues no imaginaba que la casa fuera tan sencilla, con tantas necesidades. La dueña de la casa las recibió con alegría. Lucía ayudó a cargar una caja con paquetes de comida y la dio a la señora, que agradeció mucho.

Después, ellas se sentaron y comenzaron a conversar. Los ojos de Lucía observaban todo y comenzaba a darse cuenta de que allí faltaban muchas cosas: espacio, comida, muebles, confort y mucho más.

La dueña de la casa llamó entonces a su hija, que estaba afuera. Ella tenía cabellos largos y enmarañados, llevaba la ropa desabotonada y calzaba unas chancletas más pequeñas que sus pies.

La niña miró a Lucía, le dio una sonrisa y habló:

- ¿Quieres jugar?

Lucía agradeció, pero dijo que no quería. Le dijo como disculpa que estaba ayudando a su mamá. En verdad, ella tenía pocas ganas. Era una novedad para ella conocer una casa mucho más pobre que la suya.

La niña continuó ahí, sentada en el piso jugando con unos palitos que había traído allá afuera.

Después de un tiempo, Lucía preguntó:

- ¿Cómo te llamas?

- Luiza – respondió la niña.

- Mi nombre también comienza con Lu. Yo me llamo Lucía.

Al poco tiempo, Lucía comenzó a conversar con Luiza y, cuando se fue con su mamá, se despidió de su nueva amiguita con una sonrisa.

Esa visita hizo que Lucía cambiara. Conociendo las dificultades materiales que la familia Luiza pasaba, se dio cuenta de cuánto podría ayudar a su nueva amiga, sin ningún perjuicio para sí misma, dando solo lo que ella ya no usaba más.

La siguiente semana, era el turno de visitar otro hogar. Pero Lucía pidió a su mamá que fueran nuevamente a la casa de Luiza. Esta vez, ella llevó mucha ropa y juguetes. Luiza quedó tan feliz que dio un grito de alegría al ver que todo eso era para ella.

Lucía le mostro su blusa preferida y preguntó:

- ¿Será que te queda?

Luiza, viendo esa linda ropa, se vistió en ese momento y comenzó a saltar, imitando, animada, los pasos de ballet que Lucia le enseñaba.

Las dos niñas se quedaron por buen tiempo danzando juntas. Luiza, feliz con la blusa nueva, y Lucia, más feliz todavía, alegre con lo que ella proporcionaba a su amiga.

La mamá de Lucía, viendo la escena con lágrimas en los ojos, agradecía a Dios porque su hija había descubierto lo que ella también ya había aprendido: ¡que hacer caridad nos hace mucho bien al corazón!
 

  

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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