Tema: Honestidad, fe en Dios, Providencia divina
La verdadera riqueza
Adalberto había quedado desempleado, y la falta de
dinero comenzaba a sentirse en la familia.
Él y su esposa rezaban pidiendo a Dios ayuda para que
pronto consiguiera otro trabajo, con el fin de no dejar
de pagar las cuentas y que la familia volviera a tener
una vida sencilla, pero en paz.
Los hijos sabían de la situación. Un día Alexandre,
conversando con Adalberto sobre el asunto, dijo:
- Papá, estoy comenzando a preocuparme. ¿Cómo será si ya
no consigues trabajo?
El papá, entonces, con sinceridad, respondió al hijo:
- No te preocupes, Ale. Estoy seguro de que Dios está
cuidando nuestra situación. Soy honesto, tengo salud y
me gusta trabajar. Pronto este período de necesidades
va a
terminar.
- Pero, entonces, ¿por qué Dios no resuelve esto pronto?
¿Por qué está esperando que comencemos a preocuparnos y
ponernos tristes, sin dinero? – preguntó el niño,
angustiado.
- Yo no sé en verdad, hijo. Él puede querer enseñarnos
qué difícil es estar sin dinero, para que después
tengamos compasión de las personas que están pasando por
eso. O puede ser también para que yo le dé valor al
nuevo empleo, cuando lo consiga. Sabes, hay personas que
se quejan mucho del trabajo, incluso sin tener razón. No
se esfuerzan para ser un buen colaborador. No son
educados con los compañeros, ni respetuosos con el
patrón. Cuando la gente reconoce lo bueno que es tener
un empleo, con lo cual la gente puede ser útil e incluso
sustentar a la familia, valoramos más la oportunidad que
Dios nos da – explicó Adalberto.
Y terminando la conversación, le sonrió y dijo:
- ¡Ve a jugar tranquilo! ¡Dios está cuidando todo y
pronto todo va a estar mejor!
Alexandre se sintió confiado con las palabras del padre.
Cogió su skate y fue hacia la plaza, cerca de su
casa. Ahí, encontró a algunos amigos, con los cuales
conversó y se divirtió, intentando maniobras.
Cuando ya se estaba yendo, pasando cerca de una banca de
la plaza, se dio cuenta de que había una billetera caída
en el piso.
Alexandre se detuvo, cogió la billetera y miró a los
lados. No había nadie cerca. Abrió la billetera y vio
que en ella había mucho dinero, en billetes de gran
valor.
- ¡Oh! ¡Debe ser la billetera de algún rico! ¿Será que
es así como Dios nos está proveyendo dinero? ¡Pero yo no
puedo quédame con ella, Dios mío! ¡No sería correcto! ¿Y
si fuera de alguien que a acababa de recibir todo el
salario del mes? – consideró el niño.
Alexandre comenzó a pensar en qué hacer. No le pareció
correcto quedarse con la billetera, y tampoco dejarla
ahí, pues alguien que no fuera el dueño podría
encontrarla y robarla. Entonces, puso la cartera en el
bolsillo de su bermuda y se sentó en la banca.
- Voy a esperar un poco. Si el dueño vuelve y se lo
devuelvo, o si no puedo entregarla a algún guardia que
pase por aquí – pensó.
Y así lo hizo. Pero
no necesitó esperar mucho. Pronto vio a un hombre bien
vestido, apresurado y con aire afligido, que venía
mirando hacia el suelo, buscando algo. Al llegar cerca
de Alexandre el hombre dijo:
- ¡Hola, niño! Por favor, perdí mi billetera. Realmente
quiero encontrarla. ¿No la has visto?
- ¿Cómo es? – preguntó Alexandre, queriendo confirmar si
era el mismo dueño.
El hombre describió la billetera y Alexandre
inmediatamente la sacó del bolsillo y la entregó. El
hombre suspiró aliviado y se lo agradeció mucho. El
niño, entonces, se levantó y, con una sonrisa traviesa,
dijo:
- Qué bueno, ahora ya puedo ir a casa. ¡Usted no se
demoró nada! Además, incluso
a una persona rica no le gusta perder tanto dinero, ¿no?
El hombre, impresionado con la espontaneidad de
Alexandre y más aún con su honestidad, respondió:
- ¡Sí, tengo bastante dinero! Pero, el dinero es solo
dinero. Hasta un ladrón puede conseguirlo. ¡Yo me
esfuerzo para ser realmente rico! ¡Tan rico como tú!
Tienes buen carácter. Esa es la verdadera riqueza, que
la gente no pierde en el camino ni puede ser robada. ¿Cómo
te llamas?
Alexandre respondió y ellos comenzaron a conversar. El
niño, un poco avergonzado por el elogio, le contó que
quería ser como su padre, que era honesto y trabajador.
El hombre quiso saber lo que su padre hacía, y Alexandre
contó la situación actual de su familia. Mientras
conversaban, llegó la noche. El hombre se ofreció a
acompañar a Alexandre a su casa, para que el niño no
volviera solo en la oscuridad.
Adalberto les abrió la puerta. El hombre se presentó y
contó lo ocurrido, elogiando una vez más al niño y al
padre, que lo había educado tan bien.
Adalberto, emocionado, le dio un abrazo a su hijo,
enalteciendo su conducta.
El hombre, entonces, dijo que necesitaba irse. Pero
antes de salir, dijo:
- Señor Adalberto, Alexandre me contó que usted está
buscando trabajo. ¡Soy dueño de una gran empresa y
estaría muy contento si usted pudiera unirse a
nosotros! Aquí
está mi tarjeta.
Adalberto no podía creerlo. Cogió
la tarjeta, agradeció mucho y dijo que iría a buscarlo
al día siguiente. Se despidieron y el hombre se fue.
Adalberto cerró la puerta y en seguida abrazó a
Alexandre y a la esposa con euforia. Más tarde, con la
familia reunida, oró conmovido en agradecimiento a Dios
por las enseñanzas que habían tenido y por las
providencias del Padre, que nunca los desamparó.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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