Tema: Cuidados del cuerpo físico
El “carro-cuerpo”
Daniel era un niño bueno e inteligente. Pero su papá
venía preocupándose por sus hábitos, no siempre
saludables.
El niño pasaba muchas horas sentado, con mala postura,
distrayéndose en Internet. No le gustaban los deportes e
incluso jugar con sus compañeros, al aire libre, era mal
visto por el niño. Su única diversión saludable era
jugar con su colección de carritos, que él adoraba. Cada
carrito tenía nombre y hasta personalidad, en la
imaginación de Daniel.
En los refrigerios, él casi no comía. Solo
le gustaban las frituras y las pastas. Rechazaba las
ensaladas y las frutas. Cuando tenía hambre, buscaba en
la despensa los paquetes de galletas rellenas y dulces.
Casi no bebía agua. Prefería las gaseosas y jugos
artificiales.
A la hora de ir a la ducha, Daniel se escondía. Para
cepillarse los dientes, tenía mucha pereza.
Su papá siempre conversaba con él, y le explicaba la
necesidad de ayudar a su cuerpo a funcionar bien y
mantener la salud.
- Necesitamos tratar bien a nuestro cuerpo para que él
nos trate bien – le decía.
Pero Daniel no lo escuchaba. Tenía la impresión de que
su padre solo le proponía cosas aburridas, que no le
gustaba hacer o comer. Parecía que no comprendía cuán
valiosos eran los consejos de su papá.
Una noche, mientras Daniel jugaba en la sala con sus
carritos, el papá se acercó y una vez más conversó con
él sobre el asunto.
- Hijo, no comiste casi nada en la cena. ¿Sabes que
nuestro cuerpo es como un carro?
El niño, al escuchar hablar de carro, tuvo curiosidad:
- ¿Cómo así, papá?
- El cuerpo es el “carro” de nuestro espíritu. Cuando
la gente nace aquí en la Tierra es como si ganara un
“carro” de Dios. Vamos a todos los lugares y hacemos
todo utilizando nuestro cuerpo físico – respondió él. –
Solo que nosotros nunca podremos cambiar de “carro”,
tenemos que usar siempre el mismo, hasta el fin de la
vida. Si tuvieras un carro de verdad, que tuviera que
durar toda la vida, ¿cómo lo tratarías? ¿No le pondrías
el mejor combustible? ¿No andarías con la velocidad
correcta, para mover correctamente el motor y las
ruedas? ¿Dejarías
tu único carro parado un tiempo, oxidándose?
Daniel nunca había pensado sobre eso y, admirado,
escuchaba a su papá, que continuaba diciéndole:
- Y, además, ¿no llevarías tu carro al mecánico, que es
el médico de los carros? El mecánico muchas veces receta
lubricantes y aditivos. El médico de nuestro cuerpo
receta vitaminas o remedios, cuando es necesario. ¿No
vale la pena tomarlos para que nuestro “carro-cuerpo” no
tenga problemas?
Viendo que Daniel prestaba atención, el papá argumentó,
además:
- Ahora, imagina qué malo sería si, en vez de ponerle un
buen combustible en tu único y tan importante carro,
dejaras el tanque vacío, casi sin gasolina. O peor, si
colocaras en el tanque cualquier líquido que pudiera
perjudicar el motor. Eso es lo que pasa con nuestro
cuerpo cuando ingerimos alimentos o bebidas que
perjudican el funcionamiento de nuestros órganos.
Y, finalizando, el papá explicó:
- Es por eso, incluso sabiendo que no te gusta tanto, te
pido que hagas ciertas cosas. A ti te gustan tus
carritos y sé que los cuidas bien. Y yo también te
quiero, por eso también quiero lo mejor para ti,
¿entendiste?
Daniel dijo sí con la cabeza. El
papá, entonces, fue a la cocina y el niño volvió a
jugar. Pero,
ahora, el juego fue un poco diferente.
Daniel hizo que todos los carritos hicieran fila para
entrar en el taller de mecánica, que estaba debajo de la
silla. Y después, hizo otra fila en el centro de la
alfombra para abastecerlos en el puesto que tenía la
mejor gasolina de la “ciudad”, que improvisó en la
mesita de la sala.
- No quiero – decía Daniel, hablando por uno de sus
carritos – esa gasolina no es deliciosa. Prefiero esa
que viene en el galón de plástico, que es azul y tiene
sabor a tutti-frutti.
- Pero esa va a ser mejor para ti, Veloz. Vas a tener
mucha fuerza para correr y vencer en la carrera del
domingo – decía el niño, inmerso en su imaginación.
Y, después de abastecer el tanque, los carritos incluso
fueron todos al “lavado de carros”, construido con
almohadas, para pasar por una limpieza completa.
El papá, desde lejos, podía escuchar los diálogos y el
desarrollo del juego. Sonrió satisfecho, con la
seguridad de que Daniel había entendido cuán importante
era cuidar bien, no solo de los carritos, sino también
de su propio “carro-cuerpo”.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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