Tema: Orgullo
El Fariseo y el
Publicano
Cuando Jesús
encarnó aquí en la Tierra, nació en el pueblo hebreo.
Entre los hebreos,
estaban los fariseos, que eran personas dedicadas a la
religión, pero se preocupaban más por las ceremonias y
los rituales que por ser buenos de verdad. Porque
cumplían las reglas con exactitud, los fariseos eran
orgullosos. Se
creían mejores que los demás.
En aquel tiempo ocurrían
muchas guerras entre los pueblos de la región. Uno
quería dominar al otro para hacerlo su esclavo y robar
sus riquezas.
El pueblo hebreo había
sido dominado por el pueblo romano, pero no fue
esclavizado. Los romanos dejaron que vivieran como
antes, trabajando y teniendo su religión. Solo que de
tiempo en tiempo los hebreos eran obligados a dar mucho
dinero a los romanos.
Ese dinero era llamado
impuesto, y las personas que cobraban los impuestos eran
los publicanos.
A nadie le gustaba pagar
esos impuestos, por eso a nadie le gustaba tampoco los
publicanos.
Muchos publicanos eran
ricos y eso aumentaba la rabia que los hebreos le
tenían, pues decían que los publicanos se enriquecían
recogiendo el dinero injustamente.
Jesús, que convivía con
ese pueblo y enseñaba las leyes de Dios, un día contó
una historia a sus seguidores llamada la Parábola del
Fariseo y el Publicano.
La Parábola dice así:
“Dos hombres fueron al
templo a orar. Uno era un fariseo y el otro un
publicano. El fariseo fue hacia el frente, cerca de
altar y se quedó rezando en voz alta, para que las otras
personas escucharan:
- Te doy gracias, Dios
mío, porque no soy como los otros hombres que son
ladrones, mentirosos o pecadores. ¡Soy
muy bueno! Hago las cosas de la religión, como orar,
ayunar y pagar el diezmo de todo lo que gano. Y tampoco
soy como ese publicano de allá, que es un pecador. ¡Soy
mucho mejor que él!
El publicano hizo lo
contrario. Rezando allí, conversando con Dios, se
arrodilló y golpeándose su pecho, apenas dijo:
- ¡Dios mío, ten piedad
de mí, que hice algo equivocado y estoy muy
arrepentido!”
Después de contar esa
pequeña historia, Jesús enseñó que la oración del
fariseo no contenía buenos sentimientos. Aun haciendo
algunas cosas correctas, el orgullo que sentía de sí
mismo lo hacía alejarse del bien. Si Dios creó a todo el
mundo y ama a todos igualmente, nadie es mejor que
ninguno. El fariseo no se había dado cuenta de que
estaba cometiendo ese error.
Jesús también enseñó que
la oración del publicano fue escuchada por Dios. Él ya
sabía que había cometido un error y se sentía mal por
eso. El publicano hablaba con Dios con humildad,
pidiendo ayuda. Con seguridad, Dios, que es bueno, iba a
atenderlo y darle otras oportunidades para reparar su
error y no repetirlo más.
Por eso, solo en
apariencia, el fariseo estaba mejor. En verdad, solo fue
el publicano el que volvió a casa con un buen
sentimiento en el corazón.
Con esa parábola del
Fariseo y el Publicano, Jesús nos enseñó que no es el
orgullo, sino la humildad, la que nos acerca a Dios.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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