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Muchos mundos, muchas moradas en la Casa del
Padre |
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Mundos girando en un carrusel mágico de luces flamantes,
por caminos que se cruzan en el espacio insondable.
Mundos que deslizan delante de nuestra mirada curiosa y
deslumbrada, que desliza por el espacio nocturno, ese
espacio inmenso e inmensurable. Por más que la ciencia
humana procure sondear sus compartimentos, recorriendo
los instrumentos de alta definición, inventados por el
ansia de saber y conocer, nuestra mirada continua mal
adiestrada para el profundamiento por esos caminos
encubiertos por la inmensidad del infinito.
Delante de tal inmensidad que, si no vislumbramos, por
lo menos anteviendo por la inteligencia y el raciocinio,
estamos forzados a interrogarnos sobre el por qué y la
función de toda esa extensión de mundos que se extienden
y giran para más allá del espacio y del tiempo por
nosotros conocido.
La Tierra, nuestro habitat natural, comprendemos que es
un minúsculo granito perdido en esa inmensidad sideral.
Y, aun así, es vivero de experiencias sublimes y
enriquecedoras, sin las cuales millones de Espíritus
reencarnados no tendrían condiciones de evolucionar,
rescatando débitos, ensayando pruebas y aprendiendo
nuevas etapas que los conducen por el camino del
progreso.
La Tierra, planeta bendecido, más tan poco amado,
comprendido y protegido por sus habitantes, como alumnos
de mal comportamientos y poco estudiosos, olvidados de
las sublimes lecciones, nos ofrecen mil enseñanzas de
evolución espiritual, si supiesemos bien aprovechar las
oportunidades de crecimiento ofrerecidos por el Padre
Amado, señor de todo cuanto existe y Padre de Infinita
Bondad, que jamás nos falta, incluso cuando no sabemos
percibir Su ayuda y protección.
No obstante, no tiene la Tierra toda la trayectoria
evolutiva que nos cumple recorrer el camino de la
perfección anunciada por el Maestro Jesús. Fue Él mismo
quien nos informó acerca de eso, cuando dice que “Hay
muchas moradas en la casa de
Mi Padre”.
¿Por qué debería haber muchas moradas en casa del Padre,
podemos nosotros, muy legitimamente, preguntar, si la
Tierra y apenas ella es habitada y ofrece todo lo que
hay para viver y aprender?
A la par de la ciencia actual, que en muchas de sus
vertientes permanece ya en busca de respuestas, cada vez
más convencida de la posibilidad lógica de haber vida en
el espacio para más allá de lo que nuestros instrumentos
imperfectos alcanzan, desde el siglo 19, con el
advenimiento del Espiritismo, Consolador prometido por
Jesús, son los Espíritus que nos esclarecen y ayudan a
ver la cuestión con más claridad. A la pregunta de Allan
Kardec, en la cuestión 55, parte V – Pluralidad de los
Mundos – del capítulo III, Creación, de El Libro de
los Espíritus, “¿Todos los globos que circulan en
el espacio son habitados?”, la respuesta es
objetiva: “Sí, el homem está bien lejos de ser, como
cree, el primero en inteligencia, bondad y perfección.
Hay, entre tanto, hombres que se juzgan espíritus
fuertes e imaginan que sólo este pequeño globo tienen el
privilegio de ser habitado por seres racionales. !Orgullo
y vanidad! Creen que Dios creó el Universo solamente
para ellos.”
Y añade
el Codificador “Dios pobló los mundos de seres vivos,
y todos concurren para el objetivo final de la
Providencia. Creer que los seres vivos sean limitados
apenas al punto que habitamos en el Universo, sería
poner en duda la sabiduría de Dios, que nada hizo de
inútil y debe haber destinado esos mundos a un fin más
serio que alegrar nuestros ojos. Nada, además, ni en
posición, en el volumen o en la constitución física de
la Tierra, puede razonablemente llevarnos a la
suposición de que ella tenga el privilegio de ser
habitada, con exclusión de tantos millares de mundos
semejantes.”
Y podemos nosotros aun añadir: ¿qué decir entonces de
tantos y tantos otros mundos que no conseguimos siquiera
ver? ¿Si ni el fútil objetivo de servir de deleite a
nuestra mirada tiene, cual, al final, la finalidad de su
existencia, caso fuésemos nosotros los únicos y
solitarios habitantes del espacio?
Somos llevados a cuestionar la improbablemente
objetividad de la creencia enraizada en muchas mentes,
apenas justificable por la vanidad y orgullo humano, que
tiende a no creer de lo que pueda poner en causa a su
supremacia.
Más, como todo, nuestra inteligencia ha evolucionado a
lo largo de los siglos y milenios, y, con ello, nuestra
capacidad de deducir, razonar y concluir, bien como el
ansia de cuestionar y buscar más allá de lo que nuestros
sentidos físicos consiguen probar. Forma parte del
crecimiento espiritual. Sólo dudando encontramos la luz.
Por eso, el hombre de hoy ya no se contenta con
explicaciones pueriles y vanas que nos apartan del real
conocimiento y de nuestra verdadera esencia que es ser
Seres Espirituales.
Más entonces, otras cuestiones subyacentes nos pueden
acudir a la mente. ¿Si no somos los únicos, por qué no
encuentran los científicos que buscan vida
extraterrestre mayores señales de la vida existente para
más allá de nuestra atmosfera? ¿Si hay tantos y tantos
otros mundos sembrados por el Universo, por qué no los
conseguimos encontrar? ¿Si, como dicen los Espíritus, ni
siquiera somos nosotros los más adelantados, sea en
moral, sea intelectualmente, a habitar el espacio, por
qué no entran en contacto con nosotros esos seres
inteligentes (hasta con la finalidad de compartir
conocimientos y valores morales, ayudando en nuestro
crecimiento)?
Estas y muchas otras interrogaciones son legítimas. Más
es también legítimo que usemos el raciocínio y la
inteligencia para discernir lo que es bueno para
nosotros y lo que apenas podría constituir más un
obstáculo a nuestra evolución.
Consideremos lo siguiente:
1) Dios, que todo prevé y a todo provee, sabe mucho
mejor de lo que nuestra pequeñez permite lo que es bueno
y lo que no es bueno, sea para nuestro progreso
personal, sea para el progreso de la Humanidad. Hay un
tiempo para todo. Tal como previeron los espíritus, el
conocimiento nos es dado de acuerdo con la capacidad de
absorvernos. No podemos caer en el error de querer
vencer etapas;
2) La Humanidad progresa y avanza a la medida de su
trabajo, del estudio, del empeño. Si nos fuese dado todo
de “mano besada”, el conocimiento no transcurriría del
esfuerzo y, por eso, no resultaría en el avance de la
capacidad intelectual. Más allá de eso, hay que contar
con el libre-albedrío. En cuanto el hombre se empeñó en
rechazar toda y cualquier hipótesis de existencia fuera
del ámbito terreno, no emprendió cualquier esfuerzos en
el sentido de la búsqueda. Ahora que la ciencia comienza
su búsqueda en ese campo, ciertamente que avances serán
hechos, indudablemente bajo el amparo espiritual de que
el hombre precise y merezca;
3) ¿Qué haríamos nosotros, humanos aun tan imperfectos
y “amigos” del litígio, de la guerra, del racismo, de la
discriminación, inmersos en el ansia del poder, si
encontrasemos vida inteligente fuera de la Tierra? ¿Si
encontrasemos planetas, habitados o no, que nos
ofrecieran recursos más elevados de los que tenemos en
nuestro mundo terreno? ¿Nosotros que ni nuestro habitat
respetamos, que malbaratamos lo que el Creador colocó a
nuestra disposición con tanto amor y cuidado? Podemos
imaginar lo que sucedería: deprisa emprenderíamos todos
los esfuerzos posibles e imposibles para concretar
nuestras peores ambiciones de colonización, explotación
de los recursos encontrados hasta la última posibilidad,
esclavitud por la fuerza de quien por allá viniesemos a
encontrar… Por eso, una vez más, todo tendrá que venir a
su tiempo. Tenemos tal vez aun mucho que madurar, crecer
y moralizarnos, hasta tener condiciones y hacer ciertos
descubrimientos que ansiamos, pues, si por un lado, no
tenemos el derecho de incomodar y perjudicar en su
camino a otros seres que pueblen el Universo, los
descubrimientos que fuesemos a hacer, sin condiciones
para entender y bien usar, serían un mal mucho mayor que
un bien;
4) ¿Por último, y no menos importante, que buscamos
nosotros, al final? ¿Qué busca la ciencia en sus
exploraciones extraterrestres? ¿Vida semejante a la
nuestra? Planetas que ofrezcan condiciones idénticas a
las que en la Tierra fueran imprescindibles para el
surgimiento y la manutención de la vida en nuestro
mundo? Recurrimos, una vez más para que se haga luz en
este asunto, a las consideraciones que El Libro de
los Espíritus nos ofrece:
Pregunta 56 del capítulo anteriormente referido: “A
la constitución física de los diferentes globos es la
misma?” Respuesta: “No; ellos absolutamente no se
asemejan.”
Pregunta 57: “¿La constitución física de los mundos
no siendo la misma para todos los seres que lo habitan
tendrán organización diferente?” Respuesta: “Sin
duda, como entre vosotros los peces son hechos para
vivir en el agua y los pájaros en el aire.” ¿Delante
de eso, queda la pregunta: ¿Si encontrarmos vida
extraterrestre, tendremos facilidad en la identificación?
¿O quedaremos, en los posibles viajes por el espacio,
convencidos de que nada existe porque nuestros sentidos
físicos terrestres nada pueden percibir?
Importa concluir con la consideración de que, si es
verdad que son muchas las moradas en la casa del Padre,
y si no estamos solos en el Universo, para más allá de
la búsqueda incesante por el conocimiento que la
Humanidad actualmente emprende, es imprescindible que
aprendamos a conocer, respetar y cuidar de este granito
en el Universo, que es nuestra casa, por ahora. ¿Quién
no cuida de su casa, cómo podrá desear visitar otras
moradas?
Dios jamás nos abandona. Prueba de eso es la Doctrina
Consoladora que, enviada por Jesús nos viene a
esclarecer e incentivar al progreso constante. Días
vendrán en que tendremos condiciones de habitar otros
mundos donde la inteligencia y la moralidad están más
avanzadas. Y días, certamente, vendrán en que, incluso
habitando la Tierra, seremos bendecidos por la
posibilidad de alargar nuestros horizontes por ese
espacio inmensurable e infinito que es la Casa del
Padre.