Tema: Caridad
El bien, de verdad
Una vez, al caer la tarde, un hombre que caminaba por la
calle comenzó a sentirse muy mal. Como estaba solo y ese
era un camino poco transitado, no pudo pedir ayuda a
nadie. Intento seguir, incluso con las piernas
temblorosas y la respiración jadeante. Pero el malestar
aumentó hasta que se desmayó y cayó al piso, golpeándose
la cabeza y lastimándose el rostro y el brazo.
Pasados unos minutos, se acercó por ese lugar otro
hombre. Iba en su auto y se dirigía a su templo
religioso. Iba a ofrecer un sermón, en el que comentaría
las enseñanzas del evangelio. Era considerado un buen
hombre, atento con las personas, además de conocer bien
los textos que hablaban sobre las leyes de Dios.
Mirando al hombre ahí caído, el religioso pensó en
detenerse para ayudarlo.
Pero no quería llegar tarde a su compromiso. Pensaba que
era muy importante cumplir protocolos, y por eso pensó:
- Otra persona debe pasar pronto por aquí. No puedo
detenerme ahora – y, olvidándose de que Dios también
actúa a través de las personas, dijo: - Sé que Dios va a
ayudarlo.
Pasaron unos minutos más. Otro carro, más grande y más
bonito, se acercó al hombre caído. Quien manejaba era un
rico empresario, bien vestido, que estaba yendo a una
fiesta. También
era considerado un hombre bueno. Era alegre y conversador.
Muchas veces había hecho donaciones a entidades
benéficas, además de comprar juguetes para los niños
pobres en la época de Navidad.
Al ver al hombre al borde del camino, el empresario se
dio cuenta de que necesitaba ayuda. Aun así, decidió no
detenerse. Al borde de ese camino había tierra y
arbustos. Para socorrer al hombre, tendría que bajar y
cargarlo dentro del carro. No pensó adecuado presentarse
en la fiesta con la ropa desaliñada y los zapatos
sucios. Por tanto, el empresario, así como el religioso,
perdió la oportunidad de ser instrumento de Dios para
ayudar a ese hermano necesitado.
Después de un corto tiempo, otra persona apareció,
pasando por ese camino. Esta vez, era un hombre que iba
a pie, volviendo a casa después de un día de trabajo.
Era un obrero, que caminaba lentamente, debido al
cansancio. Su nombre era Antonio.
Al ver al hombre sin fuerzas, lastimado y con la ropa
sucia, fue dominado por una gran compasión.
Antonio, inmediatamente, llamó por teléfono al servicio
de emergencia, dando la dirección e informando las
condiciones en que se encontraba el necesitado.
Llamó por teléfono también a su esposa, avisando que
probablemente se demoraría en llegar a casa. Pidió que
le avisara a su hijo, ya que el niño siempre lo esperaba
para jugar juntos.
Mientras esperaba la llegada de los socorristas, se
agachó en el suelo, cerca del hombre. Asegurando su
mano, comenzó a rezar en voz alta, pidiendo la
asistencia de Dios y los buenos espíritus. En
seguida, dijo, bondadoso:
- Aguante firme, hermano mío. Ya está siendo ayudado. Yo
estoy aquí con usted. ¡Va
a estar bien!
En poco tiempo, la ambulancia llegó para llevarse al
herido al hospital. Antonio, con buena voluntad, fue con
él, acompañándolo. Había encontrado documentos en el
bolsillo del hombre y descubrió que se llamaba José.
Llegando al hospital, Antonio llamó a la policía con el
fin de informar lo ocurrido, pidiendo que la familia de
José fuera localizada y avisada.
Venciendo al cansancio, Antonio permaneció al lado de
José, que fue examinado, recibió medicinas y fue
internado para quedarse en observación.
Recién en la madrugada, la esposa de José llegó,
afligida, al hospital.
Antonio, atento, se presentó y contó todo lo que había
escuchado de los médicos, incluso que José permanecería
aún algunos días internado, pero estaría bien.
Antonio, entonces, finalmente, pudo ir a su casa en paz.
Su cuerpo estaba cansado, pero su alma estaba ligera,
pues él había atendido el llamado de Dios y practicado
la caridad con el prójimo.
Cuando llegó a casa, tanto la esposa como su hijo ya
estaban dormidos. Sintió pena por no haber jugado con el
niño, como siempre hacía. Pero al otro día, quedó
aliviado cuando su hijito vino a abrazarlo, orgulloso,
diciendo:
- ¡Papá, papá! Mamá
me dijo que fuiste tú quien ayudó a un hombre enfermo
anoche. ¿Algún día puedo ir contigo a ayudar a alguien?
- Claro que sí, hijo – respondió Antonio sonriendo. –
Vamos juntos a visitarlo al hospital. ¡Vas
a ver qué bueno es hacer el bien!
Texto inspirado en la Parábola del Buen
Samaritano.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
Material de apoio para evangelizadores:
Clique para baixar:
Atividades
marcelapradacontato@gmail.com