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¡Por el dolor que nos envías, gracias, Señor! |
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Aprendemos con el Espiritismo que somos Espíritus en
proceso de aprendizaje, de evolución, de
perfeccionamiento moral y espiritual a través de varias
encarnaciones en que nos vamos depurando, desenvolviendo
nuestros potenciales,
como la inteligencia, los sentimientos elevados, las
virtudes, la forma como convivimos con el prójimo y como
encaramos nuestra jornada.
Para eso, tenemos nuestro libre-albedrío, facultad que
nos fue concedida por el Creador, permitiéndonos
ejecutar elecciones conforme las necesidades que
enfrentamos en esta trayectoria.
La Doctrina Espírita nos enseña que todas las elecciones
traen consecuencias, de acuerdo con los actos que
practicamos. Si fuimos amorosos, caritativos, tendremos,
como resultado, igualmente el amor, la felicidad, la
plenitud, no obstante, si obramos de modo contrario,
estaremos creando situaciones futuras difíciles, que
precisamos enfrentar como forma de reequilibrarnos con
la propria conciencia.
Es la ley de causa y efecto, acción y reacción – Ley
Natural - funcionando conforme nuestras actitudes
delante de la vida. Comprenderemos, así, que estamos en
una larga jornada de aprendizaje, en la que vamos
aprendiendo y reaprendiendo con la propria experiencia
aquello que nos conviene o no. Y de esa aprendizaje
salimos más maduros, más fortalecidos para las próximas
lecciones, y así podremos alcanzar nuevos lugares
espirituales, ya que no fuimos creados prontos por Dios,
más simples e ignorantes, con potenciales a ser
desenvueltos, para florecer y ser colocados en práctica
diariamente.
Estamos siempre buscando respuestas para las preguntas
que hacemos para encontrar el consuelo y la esperanza
que tanto deseamos. Y siempre nos preguntamos: ¿Por qué
sufrimos tanto? ¿Por qué tantas dificultades para la
realización de nuestros deseos? ¿Qué hicimos para
recibir todo eso?
Estas preguntas, geralmente, están ligadas no sólo al
aspecto material, mas, también, a la salud, a la
afectividad, a los problemas de orden emocional, moral o
profesional de nuestra existencia.
Por eso, Dios nos envió a Jesús, modelo y guía, a fin de
que Él pudiese hacer que despertásemos, en nuestros
corazones, el entendimiento de la Ley Divina, la Ley de
Amor que rige todo el Universo. Sus enseñanzas nos
invitan a meditar sobre esos pesares y las dificultades
por las cuales pasamos. No obstante, todas las veces que
los problemas nos pesan, pensamos en como Dios ha sido
injusto con nosotros, porque consideramos nuestro
sufrimiento mayor que el del otro y acabamos
estableciendo una imagen de Deus a semejanza del hombre
imperfecto que aun somos; del hombre que compensa a unos
en detrimento de otros; que es parcial; que obra por
capricho. No somos capaces de percibir que Dios es
siempre bueno con nosotros, como el es también con el
otro. Él es infinitamente bueno, justo y misericordioso.
Lo que dificulta nuestro entendimiento es no reconocer
las razones de nuestras aflicciones. Todavía, en el
Evangelio podremos encontrar el consuelo y la esperanza,
y entender que las causas de las aflicciones pueden ser
de esta encarnación o de encarnaciones pasadas, o sea,
causas anteriores o actuales de las aflicciones.
Para procurar las causas actuales de las aflicciones,
precisamos comprender la esencia de los actos que
practicamos diariamente, usando del buen sentido, del
equilibrio, de la razón, de la ponderación siempre.
No basta obedecer a las Leyes humanas, es indispensable
examinarnos las cualidades de nuestras actitudes, pues
aquello que sembramos nos será devuelto en algún
momento. Eso es de la Ley de Dios.
¿Será que lo que estamos haciendo perjudica a otro?
Somos libres para plantar, sin embargo somos obligados a
coger los frutos dulces o amargos de nuestra plantación.
Así, cuando consultamos a nuestra conciencia en la
búsqueda de la fuente de tantas aflicciones, ciertamente
podremos oírla decir: Si usted no hubiese hecho tal
cosa, eso no habría ocurrido y no estaría en esta
situación. Más, en lugar de reconocernos como creadores
de nuestro propio sufrimiento, buscamos fuera de
nosotros esas causas, culpando primeramente a Dios,
después culpamos a la suerte y después culpamos a otro.
En verdad, esas dificultades son una alerta, una
advertencia para que podamos acertar en el camino. Eso
es tan verdadero que muchas veces decimos u oímos decir
que si supiesemos antes lo que sabemos hoy cuantas cosas
podríamos haber evitado. No obstante, las causas de esos
sufrimientos también pueden estar en siembras antiguas,
de otras existencias, hechos sin pensar, sin la criba de
la razón y que hoy nos llevan a cosechas amargas.
Recordemos entonces, que si hoy estamos cogiendo
aflicciones y sufrimientos, probablemente plantamos en
alguna ocasión angustias y penalidades; y si cogemos
dificultades materiales, puede ser que hayamos sembrado
desperdicio, pensando unicamente en nosotros, en nuestra
satisfacción egoísta de desejos inmediatistas y
caprichos.
Entendemos de esta forma, que no podemos coger paz si
sembramos discordia, o coger alegría si sembramos
tristeza. Es de la Ley. Más podemos a través de nuestros
cambios de actitudes revertir ese cuadro con la madurez
y la conciencia a cobrarnos.
Jesús es el gran sembrador y si Él encuentra en nosotros
el suelo propício, abonado, la tierra fértil con la
buena voluntad, la esperanza, el amor y la resignación
frente a los desígnios del Padre, las simientes que Él
deposite en cada corazón brotarán.
Sabiendo aprovechar esas oportunidades que Dios nos
concede diariamente, encontraremos el reino de Dios, o
sea, encontraremos la felicidad, la armonía, la paz
interior, siempre trabajando y trabajando en el bien en
favor de todos. Es del mundo de luz que cada uno de
nosotros cree, dentro de sí, las fuerzas de luchar
contra las malas tendencias y las tentaciones, para así
aproximarnos cada vez más a Dios, nuestro eterno Padre.
Incluso en este mundo de necesidades fantasiosas,
transitorias, podremos encontrar la felicidad interior,
cuando caminemos cultivando el amor al prójimo,
aceptandolo y respetandolo como es; por la alegría de
ser útil, sin esperar nada a cambio. Entonces, podremos
hacer nuevas plantaciones, volviéndonos una pequeña luz
y exparciendo el ejemplo del amor por donde pasaramos.
Muchas veces, las consecuencias de nuestras acciones
infelices se vuelven desafíos bastante difíciles y, en
la mayoría de las veces, nosotros mismos pedimos o, por
lo menos, aceptamos, para liberarnos de la conciencia
que nos acusa del acto cometido, donde quiera que
estemos. Esas consecuencias podrán volverse expiaciones
dolorosas que servirán para perfeccionar nuestros
sentimientos y hacer despertar, en nosotros, al hombre
nuevo, el hombre de bien, que hace su renovación moral.
No se trata de adorar las aflicciones, el sufrimiento, y
ni desearlo, más, con conocimiento espírita,
entenderemos mejor el porqué de nuestros dolores y
aflicciones, ya que son causadas por nosotros mismos.
Examinemos las dificultades como oportunidades benditas
de ejercitar los valores morales del coraje, de la fe,
de la esperanza, de la caridad, de la solidariedad, de
la paciencia, en fin, de las virtudes enseñadas por
Jesús.
En el actual momento de la humanidad, en estos
tumultuosos días en que nos deparamos con las terribles
situaciones de conflictos, observemos como estamos
cogiendo lo que sembramos; rescatando nuestras actitudes
equivocadas, aunque, marchando para la felicidad, para
un mundo mejor, para un porvenir de luces, construyendo
un mundo de regeneración interior. Por más duro que sea
nuestro camino, aprendamos a sonreír y a bendecir
siempre.
El Universo es una corriente de amor en movimiento
incesante. Recordemos que nadie es tan sacrificado que
no pueda, de cuando en cuando, levantar los ojos en
señal de agradecimiento, con una oración, un saludo
afectuoso, una flor, una nota amistosa... Con ese
pequeño gesto, conseguiremos disipar dolores,
discordias, sombras.
Recordémonos de Francisco de Asís, que, con su humildad,
vivía el amor mayor afirmando que precisamos ser
agradecidos a todo y a todos. Agradecer al Sol que nos
calienta; al viento que nos acaricia en días de calor;
la Luna por iluminar las noches; al sufrimiento que nos
permite introspecciones y aprendizajes para nuestro
crecimiento.
Hay la necesidad de pararnos por un instante y agradecer
todas las oportunidades que nos son ofrecidas, buenas o
no, por los dolores, por las piedras y obstáculos.
Ampliemos, así, nuestro entendimiento, comprensión
frente a las vicisitudes de esta jornada, superando
desavenencias, amarguras, resentimientos, sembrando una
existencia más feliz junto con aquellos que comparten
con nosotros esta trayectoria.
Agradezcamos al Padre el amor con que nos envuelve. La
vida, el pan, la luz, el hogar y los amigos que nos
extienden las manos.
Agradezcamos, aun, la luz del sufrimiento que nos hace
caminar. ¡Por el dolor que nos envía, seamos
agradecidos, Senhor!