Tema: Tolerancia, paciencia
El conductor apresurado
Saulo estaba volviendo del trabajo. En su carro, buscaba
concentrarse en las canciones que tocaban en la radio,
para distraerse del embotellamiento del tránsito.
Había muchos carros a su alrededor. Todos detenidos.
Cuando andaban, lo hacían muy lentamente. El semáforo
cambiaba sin que muchos lograran pasar.
La paciencia era una virtud que se exigía mucho a los
conductores en esa situación.
De nuevo el semáforo cambió y, esta vez, Saulo estaba
cerca del cruce.
- ¡Vamos, vamos, gente! ¡Creo que esta vez sí podré
pasar! – dijo esperanzado.
Pero, apenas los carros comenzaron a andar, se escuchó
la bocina insistente de un carro que intentaba forzar su
paso por entre las filas que se formaban. Los
conductores de los otros carros quedaron muy
contrariados. Algunos reclamaron, otros hasta
insultaron. Después terminaron abriendo paso moviéndose
hacia los lados para que ese “apresurado” pasara sin
golpear sus carros.
Saulo veía la escena por el espejo retrovisor y pensaba:
- ¡Eso no! No
voy a darle pase a ese impertinente. Yo también estoy
cansado y quiero llegar a casa. Que espere atrás, en la
fila, como todo el mundo.
Pero el carro que pedía pase se fue acercando cada vez
más, hasta que quedó detrás de Saulo, que mantuvo su
carro en la misma posición. El carro de atrás empezó a
tocar la bocina. Saulo pensó que eso era absurdo.
- Qué atrevimiento – murmuró.
Miró una vez más por el retrovisor y vio al conductor
afligido, gesticulando y hablando algo. Saulo,
entonces, imaginó que tal vez ese hombre tenía algún
problema grave. Pensó que no hacía mal si movía su carro
un poco a un lado y lo dejaba pasar. Pero,
en seguida, otro pensamiento lo atormentó:
- ¿Y si él solo estuviera fingiendo, solo para engañar a
los otros y pasar al frente? Hay tanta pillería por allí...
¡No lo sé!
Pero el conductor tocaba tanto la bocina y hacía gestos
agitados que Saulo acabó cediendo y lo dejó pasar. Saulo
movió su carro a un lado y el otro conductor logró pasar
por el cruce, con el semáforo ya en amarillo. Saulo se
quedó y tuvo que esperar un poco más.
- ¡Mejor así! Si hubiera algún problema, como parece,
debo ayudarlo. Si él nos estuviera engañando, por lo
menos el equivocado será él, y no yo.
Cuando finalmente llegó a casa, Saulo notó que su
esposa, Telma, no estaba ahí, como de costumbre. Él se
extrañó, pues ella, que estaba embarazada y con la
barriga ya bien grande, siempre prefería esperar su
compañía para las salidas que necesitara hacer.
Saulo recién se estaba dando cuenta de la ausencia de su
esposa cuando alguien tocó el timbre. Era
su vecina Sandra, un tanto agitada, hablando
apresuradamente:
- ¡Hola, Saulo! ¡Qué bueno que llegaste! ¡Tienes que ir
al hospital! Mi marido se llevó allá a Telma. Ella
comenzó a sentir mucho dolor y pensó que el bebé podría
nacer. Nosotros no pudimos avisarte, pues ya habías
salido del trabajo.
- ¡Dios mío! – dijo Saulo, preocupado - ¡Pero no debía
nacer todavía! Gracias, Sandra, ya me voy... .
Saulo se dirigió al hospital lo más rápido que pudo. Al
llegar, una enfermera le informó que, en ese momento, su
hijo ya estaba naciendo.
- Va a nacer un poco antes del tiempo previsto… Pero no
se preocupe, el médico de su esposa llamó a un pediatra
especialista en bebés prematuros para acompañar el parto
– explicó la enfermera, tranquilizando a Saulo. - Los
dos ya están cuidándola, solo necesita esperar.
Saulo, entonces, fue llevado a una sala de espera, donde
esperó durante un tiempo que le pareció infinito.
Después de muchas oraciones y de mucha preocupación, la
enfermera le avisó que el parto había terminado y que ya
podía ver a su esposa.
Telma estaba bien, acomodada en una cama. Cuando la vio,
Saulo corrió a abrazarla. Los dos sonrieron y pronto el
pediatra entró en el cuarto, con el bebé en brazos,
diciendo alegremente:
- ¡Felicidades! Tuvieron un hijo lindo y fuerte. ¡Nos
dio un susto a todos, pero ahora está todo bien!
Telma y Saulo le agradecieron mucho y escucharon con
atención las recomendaciones sobre el cuidado del bebé.
El pediatra, entonces, se despidió y cogió sus cosas
para ir a casa a descansar. Estaba muy satisfecho por
haber llegado a tiempo y que todo saliera bien. Unas
horas antes, él había sido llamado para que regrese al
hospital, con urgencia, para salvar la vida de un bebé
que estaba naciendo antes de tiempo.
Saulo, inmerso en la emoción del momento, no reconoció
al médico que había ayudado a que su hijito naciera. Él
era el conductor apresurado, a quien le había dado pase.
Saulo nunca pudo imaginar que, ayudando a ese conductor,
él estaba ayudándose a sí mismo y a su familia.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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