Tema: Dios y alegría
El regalo
Érase una vez una
niña a la que le gustaba mucho comprar cosas. Era de una
familia muy rica y su pasatiempo predilecto era pasear
por las grandes tiendas, probándose lindos vestidos.
Después, desfilaba delante de las vitrinas de las
tiendas de juguetes y escogía siempre los más caros y
preciosos.
Sus padres, queriendo
complacerla, le compraban todo como regalo. Sin embargo,
los regalos terminaban guardados. Una vez comprados, la
niña perdía el interés en ellos.
Con el tiempo, pasó a
sentir que nada le agradaba. Y así, días tras día, la
niña fue quedando cada vez más infeliz. Sus padres
comenzaron a preocuparse. Ella no quería comer, no
quería jugar, no conversaba con nadie. Vivía solitaria,
malhumorada por las esquinas de la rica casa en la que
vivía.
Un día, la pequeña
suspiraba triste al lado de la ventana. De repente,
escuchó un sonido muy bajito, una melodía dulce, cantada
por alguien que la niña no lograba ver. Intrigada por
esa música, la niña salió por la puerta del frente. Miró
hacia los dos lados de la calle, buscando la fuente de
la melodía que todavía escuchaba. No muy lejos, vio una
silueta pequeña, inclinada mirando el suelo.
La niña rica caminó con
cuidado en dirección a la figura, para no asustar a
quien quiera que fuera. Al acercarse, se dio cuenta de
que era una niña, pequeña y delgada, que tenía en sus
manos un puñado de lindas flores blancas, que iba
recogiendo del suelo, entre las grietas de la calle.
“¡Oh! ¡Hola!” saludó la
niña de las flores, con los ojos brillantes y una linda
sonrisa en su pequeño rostro delgado.
“Hola... ¿Qué haces por
aquí?” preguntó la otra, reparando que su nueva
compañera vestía ropas muy sencillas y tal vez sintiera
frío, pues se acercaban grandes nubes de lluvia.
“Ya voy camino a casa. Solo
me detuve para coger estas lindas flores. ¡Mira qué
bellas son! ¡Son
un verdadero regalo!”
La niña rica miró
sorprendida. Se acordó de todas sus casacas, vestidos,
juguetes, zapatos, joyas, todo lo que se amontonaba en
su cuarto. “¿Cómo es posible que las flores sean un
regalo? ¿Sobre todo estas florcitas blancas, tan simples
y sin perfume?”, pensó.
Observando la
incredulidad de la recién llegada, la niña de las flores
rio. “¿Pues no sabes que las flores son un regalo de
Dios?” Y, gesticulando ampliamente con la manita por la
lluvia que comenzaba a caer continuó: “¡Así como esta
lluvia! ¡Mira qué belleza! ¡Mira cómo las gotas hacen un
camino de agua en el piso y el velo de las nubes deja el
aire cristalino!”
Acercándose a la niña
rica, con una pequeña sonrisa en los labios, la pequeña
dijo en voz baja: “Sabes, te voy a contar un secreto.
Dios esconde a nuestro alrededor los más bellos regalos,
para que recordemos que Él nos ama y que la vida es
bella. A veces, estamos muy distraídos para darnos
cuenta. Pero no hay problema, porque ellos siempre están
ahí. Así que, si prestas atención, verás cuántas
maravillas hay al alcance de las manos.”
De su pequeño ramo, la
niña escogió algunas flores, blancas como las nubes, y
las entregó a la otra. Con una gran sonrisa, se despidió
y salió cantando, rumbo a su humilde casa.
Pocos minutos después, la
niña rica regresó a su hogar, empapada de la cabeza a
los pies. Sus padres, preocupadísimos por la ausencia de
la niña, suspiraron de alivio y corrieron para
abrazarla.
“!Hija mía¡ ¿A dónde
fuiste? ¿Qué pasó? ¡Estás toda mojada! ¡Estábamos tan
preocupados!” dijo su mamá, calentándola con una toalla.
Ante los rostros amorosos
de los padres, una luz se encendió en el corazón de la
niña. Miró las flores salpicadas de agua, pequeñas
perlas y diamantes que había recibido, y las extendió
con sus dos manos.
“¡Fui a buscar un regalo
para ustedes!” En los brazos de sus padres, la niña se
dio cuenta de qué grande era el amor que tenía por
ellos, qué cómoda era su casa, qué maravillosa era la
vida que tenía.
Desde ese día, la niña
rica dejó de estar triste. Se levantaba y veía la
belleza del sol, la luz de las sonrisas a su alrededor,
la delicadeza de las flores. Donó toda su ropa de
exceso. Visitaba casas pobres y llevaba sus antiguos
juguetes a los niños. Y cuando caminaba por las calles,
con una gran sonrisa cantaba así:
Cuando cae la lluvia,
Quedo tan feliz
Las nubes me visitan,
La tierra se hace flor,
En el corazón trabajador
Nace la flor del amor.
Texto de Lívia Seneda.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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