Tema: Ley del Trabajo
Un día sin hacer nada
Juan se despertó, pero continuó echado. Era una bella
mañana de sábado - el primer día de vacaciones – y él
había decidido que no quería hacer nada. No porque
estuviera cansado, enfermo o necesitando de reposo. Al
contrario, era un niño saludable, lleno de energía, que
tenía una rutina muy equilibrada con sus tareas
del colegio, el deporte y sus actividades de ocio.
Pero para Juan no había nada mejor que no tener nada que
hacer, no tener compromisos, horarios o tareas. Cuando
estuvo cerca de la hora del almuerzo, Juan decidió
levantarse. El sol ya estaba fuerte ahí afuera, y su
cuarto estaba muy caliente.
Llegó en pijama a la cocina. Sentía
el cuerpo un poco torpe, por haber estado tantas horas
echado, y la luz fuerte del día lo cegaba. Su madre ya
estaba preparando el almuerzo.
- ¡Buenos días, querido! ¿Recién te levantas? ¿Estás
bien? Hasta pensé que ya habías salido. Tu hermano ya
fue a jugar con los vecinos hace rato.
- ¡Estoy bien! Solo decidí disfrutar de mis vacaciones.
¡Quiero quedarme todo el tiempo que pueda sin hacer
nada!
La madre, sorprendida, miró a su hijo:
- Pero ¿quién dice que no hacer nada es bueno, Juan? ¿De
dónde sacaste esa idea?
- Ay mamá, todo el mundo sabe eso. Por eso a las
personas les gusta los feriados y fines de semana.
- Pienso que les gusta tener tiempo para hacer cosas
diferentes. O descansar cuando lo necesitan. Es una
bendición de Dios poder hacer cosas, hijo.
- ¡Pues yo no lo creo! ¡Me gusta estar sin hacer nada! –
respondió el joven, cogiendo un vaso de leche y un
paquete de galletas.
- Entonces, cuidado, hijo mío, pues cuando no hacemos
nada nuestra mente también y la tendencia es pensar en
tonterías o hasta en cosas negativas. Es muy difícil
estar con el cuerpo quieto y con la mente feliz. Las
ocupaciones saludables y útiles nos ayudan más de lo que
pensamos.
Juan no entendió mucho lo que su mamá dijo, pero tampoco
se preocupó en entenderlo. Terminó de comer, puso su
vaso sucio en el lavadero y fue a la sala, donde se echó
en el sofá.
Poco después, la mamá llamó a la familia a almorzar,
pero Juan no tenía hambre, pues había acabado de comer.
Su hermano, al contrario, entró a la casa con mucha
hambre, sudoroso y con la pelota de fútbol debajo del
brazo. Sonriendo, habló entusiasmado del gol que hizo y
de cómo su equipo había ganado remontando el marcador.
Quedó sorprendido al ver a Juan en el sofá:
- Juan, ¿sigues en pijama? Pensé que ibas a jugar con
nosotros. Todo el mundo estaba allá, hasta el primo de
Dudu. ¡Él
juega mucho! Nos enseñó unas jugadas.
A Juan le gustaba mucho jugar pelota, incluso más con un
equipo grande. Pero, manteniendo su propuesta, dijo a su
hermano:
- ¡No, hoy no! Quiero descansar un poco.
Después del almuerzo, su hermano quiso preparar un
pastel. Había quedado en tomar la merienda con sus
amigos y cada uno debía llevar algo delicioso. Con la
ayuda de mamá, hizo un pastel con cobertura de
chocolate.
El olor delicioso del pastel se esparció por toda la
casa, y Juan quiso comer un pedazo.
- De ninguna manera. Pudiste haber ayudado a hacerlo, o
al menos ir conmigo. Pero preferiste quedarte ahí
descansando – dijo el hermano, saliendo contento con el
pastel.
A la mitad de la tarde, Juan tuvo hambre. Calentó la
comida de la refrigeradora y
comió solo en la cocina. Se dio cuenta de que todavía no
se había cambiado de ropa ni se había cepillado los
dientes. Entonces, decidió hacerlo. Sin prisa, fue hacia
su cuarto.
Pero, al llegar, se acostó nuevamente en la cama. Se
quedó pensando que su hermano había sido egoísta por no
haberle dado un pedazo de pastel. Comenzó a recordar
también otras ocasiones que lo molestaban y sintió rabia
de su hermano.
Después de un buen tiempo, Juan finalmente se cambió de
ropa y regresó a la sala. Se olvidó de cepillarse los
dientes. Pasó el resto de la tarde echado o sentado. Vio
un poco de TV, se quedó un largo tiempo en internet, no
hizo nada
útil en todo el día. Cuando se dio cuenta, ya estaba
anocheciendo.
Cuando su hermano volvió de la casa de sus amigos, contó
las bromas y juegos que
los chicos habían hecho. Juan se divirtió de solo
escucharlo.
Su hermano tomó un baño, cenó y fue a dormir temprano,
cansado, pero feliz.
Juan, por su parte, después de cenar, quiso conversar
con su madre, pues estaba molesto.
- Fue un asco mi primer día de vacaciones. Yo esperaba
que fuera muy diferente – dijo Juan, decepcionado. –
Pensé que estaría feliz sin hacer nada, ¡pero fue muy
aburrido!
- No estés triste, hijo. Por lo menos sirvió para que
aprendieras que no se puede ser feliz sin actividades
útiles. Eso es una lección de Dios. Pero
no te preocupes. Dios
es tan bueno que siempre nos da nuevas oportunidades.
Mañana tendrás un día entero, de nuevo, y puedes
aprovecharlo bien.
Juan se animó con esa idea. Lleno de planes, mostro una
sonrisa y dijo:
- ¡Entonces, buenas noches, mamá! Quiero dormir pronto y
despertar temprano. ¡Mañana, espera por mí! ¡Va a ser un
gran día en que voy a hacer muchas cosas!
La mamá sonrió también, le dio un beso a Juan y se
fueron a dormir.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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