Tema: Buena voluntad; optimismo
La Gruta de las Piedras de Colores
La madre de Julio estaba muy preocupada por su hijo.
Conversando con el niño, se había dado cuenta de que le
faltaba motivación. No quería ir al colegio, ni al
entrenamiento de fútbol que tanto le gustaba. Además, la
compañía de sus amigos que venían a buscarlo tampoco le
agradaba más.
Conversó con su esposo, que tuvo una idea. Buscó a su
hijo y le dijo:
- Julio, el próximo fin de semana quiero llevarte a un
lugar muy bonito, donde nunca
has estado. Es un poco lejos de aquí, pero vale la pena.
¡Creo que te va a gustar!
El papá de Julio acostumbraba a explorar la naturaleza.
Conocía lugares especiales y varios caminos. En otras
ocasiones en que Julio lo había acompañado, siempre le
había gustado mucho.
Llegó el sábado. Julio y su padre cargaron sus mochilas
con refrigerio, agua y sus equipos y fueron al lugar del
paseo.
- ¿A dónde estamos yendo, papá? – preguntó el niño,
curioso.
- Vamos a la Gruta de las Piedras de Colores. Es un
lugar encantador, diferente a todo lo que hayas visto.
Estacionaron el carro en un lugar seguro y caminaron por
un buen tiempo. El padre, entonces, le explicó a Julio
que entrarían por una abertura, recorrerían el interior
de la gruta y saldrían por otro lado.
Entonces, cuando entraron en la gruta, Julio reparó en
la textura de las paredes, que daban al ambiente un
aspecto muy bonito. El niño comenzó a caminar,
acompañado por su padre, que le indicaba el camino.
Sucedía que, conforme se adentraban en la gruta, la
luminosidad disminuía. El padre, que conocía bien el
lugar, se movía con facilidad. Pero Julio se tropezó con
una piedra y casi se golpeó la cabeza…
El padre, entonces, le
informó:
- Esta parte de la gruta ya presenta las piedras de
colores. Y en las paredes, las formaciones causadas por
la humedad que filtra del techo son verdaderas
esculturas naturales, que tomaron centenares de años
para formarse.
Julio no lograba ver nada, mucho menos las bellezas que
su padre decía que estaban ahí.
Los dos anduvieron algunos pasos más y la oscuridad tomó
control de todo. El padre, entonces, se detuvo y sacó de
su mochila dos linternas de cabeza, apropiadas para ese
tipo de paseo. Ajustó una de ellas sobre sí mismo y la
otra en la cabeza de su hijo.
- Listo, ahora enciende la tuya, apretando ese botón –
le dijo a Julio.
El niño apretó el botón y una luz fuerte, que partía de
su linterna, iluminó todo el ambiente, que quedó
inmediatamente transformado.
Julio se sorprendió con esa visión repentina. A donde
volteara la cabeza, la luz en su cabeza le permitía ver
las piedras de colores incrustadas en las paredes.
Tenían colores y formas variadas: blancas, amarillas,
rojas, azules, verdes, lilas; mates, brillantes,
pequeñas, redondas, puntiagudas, grandes…
Julio fue caminando lentamente, deslumbrado con lo que
veía. Su padre encendió su linterna también y fue detrás
de su hijo, que compartía con él cada descubrimiento.
Después de algunos metros, Julio avistó un pequeño lago.
El agua era transparente y era posible ver el fondo,
donde la arena hacía diseños. También había cristales,
que brillaban de manera diferente por estar bajo el
agua.
Julio halló todo eso increíble.
Pronto padre e hijo vieron la luminosidad de la salida.
En el camino de regreso, Julio, contento, dijo a su
padre:
- ¡Gracias, papá! Me
encantó conocer la Gruta de las Piedras de Colores. ¡Es
muy linda!
- Qué bueno que te gustó. Te traje aquí no solo por
paseo. Me gustaría que también reflexiones sobre algo.
¿Cómo crees que habría sido el paseo si no hubiéramos
encendido las linternas?
- ¡Oh, sería un horror! ¡En la oscuridad, no se vería
ninguna belleza, y sería hasta peligroso! – respondió
Julio, rápidamente. – ¿Pero me trajiste aquí solo para
que aprendiera que no debo olvidar la linterna?
El padre se rio de la conclusión precipitada de su hijo
y respondió sonriendo:
- ¡Eso también sería un aprendizaje útil! Pero yo quería
hablarte sobre algo más importante, hijo. La vida es
como esa Gruta de las Piedras de Colores. Si no
iluminamos eso que está a nuestro alrededor, nada tiene
gracia, ni valor. Pasamos por la vida sin ningún
provecho. Es nuestro papel ver las cosas con buenos ojos
y saber ver las bendiciones en las oportunidades que
tenemos.
- ¿Cómo así? – preguntó Julio.
- Tienes muchas cosas buenas en tu vida y tal vez no te
estés dando cuenta. El colegio, por ejemplo. Puede tener
exigencias, ¿pero ya pensaste si no tuvieras la
oportunidad de estudiar? El entrenamiento de fútbol
puede ser extenuante, ¿pero ya pensaste qué genial sería
participar en un campeonato? Todo tiene dos lados. Uno
que puede ser “oscuro” y uno que “brilla”. ¡Para ver las
cosas bonitas, tienes que encender la luz! ¿Entendiste?
- ¡Creo que sí! – respondió Julio, pensativo.
Llegando a casa Julio contó a su mamá, con entusiasmo,
todo sobre la gruta. El padre
miró a su esposa. Ambos sonrieron satisfechos por ver a
su hijo feliz.
A la hora de dormir, Julio se acordó de las bellezas de
la gruta y reflexionó sobre las enseñanzas que había
tenido. Decidió que al día siguiente iría a “encender su
luz” y buscar ver el lado bueno de las cosas.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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