Tema: Caridad, felicidad
Pepitas de Felicidad
Giulia estaba participando en una campaña solidaria,
recolectando alimentos y ropa. Ella y otros voluntarios
acordaron encontrarse en el Centro Espírita al que
frecuentaban y organizar las donaciones recibidas. Las
entregarían a las familias pobres en esa tarde.
Giulia quería llevar a su hijo Guillermo a participar en
la actividad con ella. Pensaba que él tenía condiciones
para ayudar mucho. Pero Guillermo no quería ir.
- ¡Ay no, mamá! ¿Por
qué tengo que ir? ¡Ya va a haber mucha gente allá! No va a
haber diferencia si yo no voy – argumentaba el niño –
Además, quiero descansar. ¡El
fin de semana sirve para eso!
Guillermo prometió cumplir varias tareas si la mamá lo
dejaba quedarse en casa. Arreglar el cuarto, darle un
baño al perro, apagar la computadora… Pero no sirvió.
Giulia estaba determinaba a llevarlo, y él tuvo que
entrar en el carro e ir con ella.
- ¡Espero que no tarde mucho! No quiero quedarme ahí
toda la tarde – dijo Guillermo, contrariado.
- Guille, sé que no quieres ir, hijo. ¿Pero sabes por
qué insistí en que participaras? ¿Sabes por qué es
importante que ayudes a cargar las cosas y visitar a las
familias necesitadas?
- ¡Sí sé! ¡Para ayudarte a hacer el trabajo aburrido! –
respondió Guillermo, malhumorado.
- No, hijo. ¡Es porque no quiero ganar las pepitas de
oro sola!
Guillermo no entendió nada y miró a su madre
sorprendido:
- ¿Qué? ¿Qué pepitas de oro? ¿Cómo es eso? ¿Van a
distribuir oro?
La madre se rio de la confusión que provocó en el niño:
- ¿No conoces la historia de las pepitas de oro?
Guillermo dijo que no y Giulia entonces le contó:
“Una vez, un campesino estaba trabajando, cargando un
saco con granos de trigo que él sembraba en la tierra
mientras caminaba. Vio, a lo lejos, un carruaje
suntuoso, rodeado de estrellas brillantes que se
acercaba rápidamente. El carruaje llegó muy cerca de él
y se detuvo. De él bajó aquel que el campesino
identificó como el Señor de la Vida. Éste no dijo nada,
solo le extendió la mano pidiendo una limosna.
El campesino se quedó confundido y pensó: ‘¿Pero cómo?
¿Qué puedo ofrecerle a Él, que tiene todas las cosas y
todo lo puede, mientras que soy apenas un humilde
siervo?’
Entonces, solo para atender el pedido de aquella figura
maravillosa delante de él, cogió de su saco un grano de
trigo y lo colocó en la mano extendida en su dirección.
El Señor de la Vida sonrió, entró en el carruaje y se
fue.
El campesino iba a regresar al trabajo cuando notó una
luz brillante que venía de su saco. El grano de trigo
que él había ofrecido al Señor de la Vida había
regresado a él en forma de una pepita de oro.
- ¡Qué tonto fui! – dijo el campesino. - ¡Debería
haberle dado la bolsa entera!”
Giulia hizo una pausa y Guillermo se dio cuenta de que
la historia había terminado.
- Ah, entiendo. – dijo el niño, desanimado. No van a dar
pepitas de oro de verdad, ¿no?
- ¡Acertaste! La historia es una comparación. Dios no es
una persona y no anda en carruajes. Pero es verdad que
Él pide nuestra contribución. Las pepitas de oro de la
historia sirven para mostrar cuán valiosa esa la
recompensa de Dios. En verdad, Él retribuye con algo
mucho mejor que el oro, que o puede ser perdida ni
robada: ¡felicidad!
Giulia continuó:
- Ayudar a las personas necesitadas es una forma de
atender al pedido de Dios. La gente alcanza la felicidad
cuando la promueve en los otros. Solo
que cada uno tiene que conquistar la suya.
Guillermo escuchó las palabras de su madre y comprendió
sus intenciones. Cuando llegaron al Centro Espírita,
estaba resignado y se dedicó a las tareas de la mejor
manera que pudo.
Ese día, Guillermo ayudó. Y em otras ocasiones también,
pues siempre que había una oportunidad Giulia llevaba a
su hijo para acompañarla en las tareas del bien.
Él comenzó a habituarse a esas actividades. Pasó a
hacerlas con placer, recibiendo la simpatía de los otros
trabajadores. Presenciaba la mirada de gratitud de
aquellos que eran ayudados. Se alegraba con la compañía
de otros jóvenes, que se volvieron sus amigos y también
se dedicaban a las buenas causas como él.
Guillermo, poco a poco, se dio cuenta de que las pepitas
de felicidad eran muy reales.
Traducción:
Carmen
Morante
carmen.morante9512@gmail.com
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