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El desafio de la simplicidad |
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Vivir satisfecho con lo que se tiene es un ejercicio
saludable de equilibrio y la demostración de que se está
próximo a la serenidad.
Situaciones cotidianas, con frecuencia, hacen al
individuo sufrir tentaciones y ser atraído por aquello
que no posee. Mas si él tuviera fuerza moral no se
dejará seducir. Con esfuerzo aprende a dominar los
deseos y sobreporse a los conflictos íntimos que ya
superó o está cerca de superar. Ve importancia en las
cosas más simples que detienen, porque las ve por el
lado seguro, exactamente lo contrario de lo que muchos
hacen.
La persona satisfecha con
lo que tiene desenvolvió una mirada humilde, grata, que
hace ver el lado útil de las cosas en su vida. Incluso
que algunas tengan valor económico, o un apelo seductor,
su visión de ellas no envuelve sentimiento de posesión
exclusiva o de autopromoción. Y en cuanto estén bajo su
guarda, no las usa para ostentar ni para humilhar. Da el
valor que ellas tienen en sí mismas.
Simple en lo poco y en lo mucho
La idea de lo simple está vulgarmente asociada a lo
poco. Eso no quiere decir que lo mucho no pueda estar
ligado a la simplicidad, principalmente cuando ese mucho no
es fruto de ambición desmedida, de acúmulo egoísta.
Ocurre que la Providencia Divina, a veces, encamina
abundancia a ciertas personas, no para que acumulen
bienes, mas para que hagan la riqueza producir más, y
siempre a beneficio general, a beneficio de la vida.
Se puede encontrar, creo, en las multitudes, personas
acomodadas que comprenden su misión, su papel en la
sociedad. Con todo, la insinuación contenida en el texto
evangélico de Mateo, 19:22,23,24, es muy fuerte y yo
diría casi excluyente. Según ella, los ricos enfrentan
dificultades inmensas para “entrar en el reino de los
cielos”.
Todavía, el mal uso, o el abuso de las cosas, no puede
ser relacionado solamente a aquel que es rico,
acaudalado. Muchas veces el pobre tampoco no valora,
desperdicia, ignora lo poco que tiene, sin dejar de
ambicionar lo que encuentra que le es debido. Eso debe
dificultar también su entrada en aquel reino. En los dos
casos, antes de todo, hay pobreza moral.
Lo que se tiene y lo que se es
Estar satisfeito con lo que se tiene, en mi
entendimiento, es una derivación de estar satisfecho con
lo que se es. En este último caso, hay dos órdenes de
ideas:
1 - la persona tiene conciencia de sí misma, conoce sus
límites, sabe de sus condiciones y dónde puede o no
puede llegar, jamás se aventuraría a emprender algo para
lo que no está preparada, no pretenderá ocupar un
espacio donde percibe no encajar;
2 – a pesar de estas constataciones, la persona sabe que
la vida es un acto dinámico y sugiere acciones
progresivas. No desear poder, riqueza, supremacia, no
significa quedar estacionado, inerte e improductivo. Al
contrario, la superación de sí misma debe ser una
constante, sin que eso implique competir con los otros.
Una cosa es no desear lo imposible, otra cosa es quedar
de brazos cruzados, sin mover la inteligencia. No
discuto aquí el poder de Dios, que puede dar el mundo a
un individuo, si quisiera. Hablo de lo que ese individuo
puede o debe hacer con lo que Dios ya le concedió.
Para vivir bien
En esa línea de raciocínio, la idea de lo simple está
ligada al despojamiento, desprendimiento, desapego,
aplicados a una persona responsable, y por consecuencia,
libre. Con estas características es casi cierto que el
individuo sea también humilde. Tendremos entonces aquel
que rechaza lo innecesario, lo superfluo, lo inútil, por
entender que no precisa de eso para vivir bien.
Tendremos a aquel que aprende a identificar las reales
necesidades que atenderá al patrón de vida que le cumple
vivir.
Mas, no siempre es fácil tener la conciencia de nuestras
reales necesidades. Las elecciones son hechas en función
de nuestra capacidad de juzgar lo que es bueno para
nosotros. Y ese juzgamiento está siempre listo a
satisfacer las exigencias de los defectos morales que
poseemos. En la mayoría de las veces el “ego no piensa”
en las consecuencias de lo que escoge. De ahí surgen las
desilusiones, decepciones y fracasos. Y también los
dolores.
Este pensamiento de Kardec hace toda la diferencia
Allan Kardec escribió en El Evangelio según el
Espiritismo: “El hombre puede ablandar o aumentar el
amargor de sus pruebas, por la manera de encarar la vida
terrena” (¹). Ese pensamiento hace toda la diferencia
para quien está interesado en ajustarse a las
directrices divinas con menos sufrimiento. Kardec
explica mejor: “El resultado de la manera espiritual de
encarar la vida es la disminución de importancia de las
cosas mundanas, la moderación de los deseos humanos,
haciendo al hombre contentarse con su posición, sin
envidiar la de los otros, y sentir menos sus reveses y
decepciones. Él adquiere, así, una calma y una
resignación tan útiles a la salud del cuerpo como a la
del alma, en cuanto con la envidia, los celos y la
ambición, se entrega voluntariamente a la tortura,
aumentando las miserias y las angustias de su corta
existencia”.
El Espíritu Fénelon, uno de los colaboradores de la
constitución de la Doctrina Espírita, dirigió la
afirmación de Kardec al decir: “¡Cuántos tormentos, por
el contrario, consigue evitar aquel que sabe contentarse
con lo que posee, que ve sin envidia lo que no le
pertenece, que no procura parecer más de lo que es!
(...) Está siempre calmado, porque no inventa
necesidades absurdas. ¿La calma en medio de las
tormentas de la vida no será una felicidad?”(²)
La simplicidad modifica
La ilusión es una de las mayores enemigas del hombre. Es
importante precaverse de todo lo que evade, y de esa
forma interrumpir el flujo que mantiene vivo al homem
viejo que falló, y que precisa morrir en nosotros.
Solo así nacerá el homem renovado, de mente aireada,
conciencia limpia, apto a compartir la era del Espíritu.
La simplicidad modifica, crea un modo sabio de ver y de
hacer diferente, da una ganancia en la vida de quien
quiera ser más y mejor, sin juzgarse más y mejor que
nadie.
(1) ESE, capítulo V, ítem 13, Motivos
de resignación.
(2) ESE, capítulo V, ítem 23, Tormentos
voluntarios.
Sepa más en: Allan Kardec, El Libro de
los Espíritus, libro tercero, Ley de Conservación.