La historia que voy a contar ocurrió con un escritor,
médium y expositor espírita de cierto renombre. Voy a
llamarlo Ricardo. Prefiero preservarle la identidad
justamente para no colocarlo en la mira de los que pecan
por el exceso de dogmatismo, tema de este artículo.
Cierta vez, Ricardo fue invitado para participar de un
expresivo evento espírita en una capital del País. De
esos eventos que son realizados en grandes espacios y se
extienden de la mañana al final de la tarde. Ricardo era
uno de los conferenciantes invitados.
A la hora del almuerzo, nuestro héroe, depués de coger
la bandeja y hacer el propio plato, escogió un rincón
reservado del refectorio. Quería almorzar
tranquilamente, pues había sido bastante requerido por
la mañana.
Cuando él estaba en medio de la comida, algunas jóvenes
– todas evangelizadoras de infancia – se sentaron al
lado de él y comenzaron a conversar entre ellas. Charla
va, charla viene, una de ellas (a quien llamaré Tânia)
contó lo siguiente: un niño de la evangelización llegó a
casa y encontró a la madre tomando una copa de vino. No
le gustó y pidió para la madre que tirase el vino fuera.
Alegación: la tía de la evangelización había dicho que
atraemos obsesores toda vez que ingerimos bebidas
alcohólicas, no importa la cantidad o la ocasión. La
madre cariñosamente contra-argumentó. En vano. El hijo,
de aproximadamente 10 años, estaba irreductible.
Mientras la madre no vertió el vino en el orifício de la
pila de la cocina, él no se sosegó.
Días después, mientras ocurría la evangelización
infantil, la madre, visiblemente molesta, relató lo
ocurrido al presidente del centro espírita. La
evangelizadora fue llamada para prestar explicaciones y
alegó que había instruido a los niños conforme las
directrices de la Doctrina. El asunto aparentemente
murió, mas quedó en el aire una confusión que se
esparció por la institución y generó murmullos contra y
a favor de la madre.
Tânia, en defensa ardiente de la evangelizadora, estaba
sentada en frente a Ricardo que, hasta entonces,
almorzaba quieto, sin meterse en la conversación, a
pesar de las miradas de ella chamándolo para tomar
parte. Como las opiniones de las jóvenes permanecia
dividida, Tânia, creyendo que Ricardo, espírita
eminente, concordaría con ella, dijo: – Yo pienso que
el niño hizo muy bien en insistir con la madre para
derramar el vino en la pila. ¡Si él no hiciera eso, la
casa corría el riesgo de ser invadida por algún obsesor!
Ahí, se volvió para Ricardo y dijo, toda llena de sí: –
¿Usted no cree?
– ¡No! Dijo Ricardo.
– ¡Uf! Exclamó Tânia, sorprendida.
– ¡No! Continuó Ricardo. – ¿Quien dice a usted que
atraemos obsesores toda vez que bebemos alcohól? Va a
depender mucho de la ocasión, del comportamiento, de la
índole y del pensamiento de la persona.
Y ante la cara de espanto de Tânia, Ricardo, profundo
conocedor de la vida y obra de Kardec y del Espiritismo,
prosiguió:
– ¿Usted sabia que, cuando el lanzamiento del “El Libro
de los Espíritus”, en abril de 1857, fue ofrecido una
comida por la editora (Didier)? Y que, en esa comida,
fue servido vino? ¡Kardec y todos los presentes, por
tanto, tomaron vino!
Tânia, entre indignada y asombrada, rebatió:
– Mas Kardec seguro no bebió hasta caer!
– La madre del niño, por lo que yo oí de ustedes,
tampoco no! Devolvió Ricardo.
– ¿Pero usted no cree que todo exceso es perjudicial a
la salud? Preguntó ella.
– ¡Exceso de dogmatismo también! Cerro Ricardo, con
llave de oro.
Tânia no sabia qué decir. Estaba sorprendida por no
haber encontrado en Ricardo el apoyo a su pensamiento;
por saber que Kardec tomó vino cuando “El Libro de los
Espíritus” fue lanzado; por haber sido indirectamente
chamada fanática y tonta sistemática y por haberse
llevado un rapapolvo de aquellos de un expositor y
conferenciante conocido. Contrahecha y herida en su
orgullo, cogió la bandeja y fue a sentarse rápidamente
en otra mesa. Las compañeras que la acompañaban
permanecieron donde estaban, calladas por el argumento
demoledor de Ricardo, que continuó almorzando.
Confieso a ustedes que adoro ese episodio. El revela una
falta de conocimiento doctrinario y una moral hipócrita
que infelizmente forman parte del comportamiento de
espíritas que resolvieron emprender una cruzada
moralista dentro de los centros. Una especie de caza de
brujas a los que gustan de apreciar un buen vino o
equivalente.
Voy a decir lo que ya dije en artículos anteriormente
escrito por mí: no estoy incentivando a las personas –
espíritas o no – a liberar generalmente y beber a
voluntad. El alcohol vicia, es un gran responsable por
accidentes de tráfico, que resultan en muertes o en
casos de invalidez temporal y permanente. Además de eso,
puede atraer espíritus desencarnados que, aunque hayan
dejado la vida física, permanecen fijados a aquello a
que dieron excesivo valor. Podemos, por tanto, morir y
quedarnos por aquí, vagando detrás de supuestos amores,
bienes materiales, familiares, honras, privilegios
materiales y vicios. Y como no tenemos más el cuerpo
físico para dar cuenta de esos apegos, iremos a tener
con ellos por medio de personas aficionadas a los
mismos. Es lo que denominamos obsesión. El alcohólico
permanente murió, y a pesar de toda ayuda de los amigos
del lado de allá, no quiere saber de dejar el vicio de
lado. Por eso, se une a un alcohólico encarnado y beberá
con él y por medio de él. Debe ser un cuadro muy
triste.
Por eso, cuanto más nos desviemos de bebidas, cigarros,
drogas ilícitas, del vicio de comer en demasia, de la
maledicencia, de los celos etc., mejor. Es mucho más
gratificante que nos desprendamos totalmente del mundo
material cuando dejemos el actual cuerpo físico para
siempre.
En contrapartida, creo que algunos espíritas se
precipitan al hacer generalizaciones. Entre ellas, decir
que atraemos obsesores si decidimos tomar una copa de
vino, conforme la historia contada.
La madre del niño, como observó muy bien Ricardo, no era
una bebedora contumaz. Más allá de eso, es espírita,
tiene conocimiento doctrinario, sabe que el consumo de
una bebida alcohólica es algo que debe ser hecho con
elegancia y moderación. Por eso, encuentro poco probable
que estuviese atrayendo desencarnados para beber con
ella. Incluso porque, atraerlos depende de una serie de
factores.
Espíritus desencarnados no se aproximan a nosotros solo
por causa del vino, de la cerveza o del vodkar que –
enfatizo – deben ser apreciados con comedimiento o no
consumidos, dependiendo del gusto de la persona. Conozco
a mucha gente que no pone una gota de alcohol en la
boca. ¡Qué bueno para ellos! Por otro lado, son
prejuiciosas, arrogantes, mezquinas, sistemáticas en
exceso. Y eso también atrae espíritus desencarnados.
Además, todo lo que hacemos puede atraerlos. Si somos
gentiles, cordiales, tolerantes, indulgentes etc.,
varios espíritus tenderán a aproximarse a nosotros. Eso
no significa que andarán nuestro rastro para todo cuanto
es reservado. Serán amigos que conquistamos y que
vendrán hasta nosotros caso precisemos. Si, no obstante,
apelamos para sentimientos y hábitos poco saludables,
corremos el riesgo de atraer para nuestra compañía
espíritus de igual tenor.
La Doctrina Espírita es relativamente nueva en la
historia de la Humanidad. Aunque los conceptos por ella
difundidos existan desde que el mundo es mundo, fue solo
a partir de la publicación de “El Libro de los
Espíritus”, en 1857, que pasaron a ser expuestos y
discutidos de forma racional y sistemática.
Además de eso, Brasil, donde el Espiritismo conquistó y
conquista varios adeptos, es de fuerte formación
católica. De aquel catolicismo en que tudo es pecado y
en el cual todos son susceptibles de ir para el infierno
ante el menor desliz. Se suma a eso el hábito que mucha
gente moralista posee de tener en cuenta la vida de los
otros y decir que los otros son malos en cuanto ellos,
la que acusa, es la virtuosa. Por eso, es común, hasta
sin percibirlos, tenemos ese tipo de hábito para dentro
del centro espírita y quedamos cazando a aquellos que,
en nuestra opinión, no son tan buenos espíritas como
nosotros, como si fuese posible comparar a un ciudadano
espírita con otro y, por medio de una medida, afirmar
quién es más espírita.
Creo que Tânia debe haberse basado en un episodio
descrito en el libro “Acción y reacción”, del espíritu
André Luiz, psicografia del médium Chico Xavier. En esta
obra, el equipo espiritual del cual André Luiz forma
parte observa un episodio en el cual espíritus
desencarnados bien apegados a las bebidas alcohólicas
inducen a un hombre igualmente afín al vicio de servirse
de varias dosis de Whisky, si no me engaño. Objetivo:
ellos, los desencarnados, querían tomar unos tragos y
precisaban de un vehículo, el encarnado, por medio del
cual sorberían las emanaciones alcohólicas.
No estoy diciendo que el episodio descrito en “Acción y
reacción” no deba ser tenido en cuenta. No obstante, en
el momento en que abrazamos una doctrina que es ciencia
y filosofia antes de ser religión, debemos tener en
mente que todo es muy relativo, o sea, dependerá de la
persona, de la ocasión etc. Mas por lo visto, es más
fácil partir para la buena, vieja y rasa generalización
apresurada.
Además de eso, conviene resaltar que no tenemos como, a
ojo vista, afirmarmos categoricamente que todo y
cualquier ciudadano que está con una copa de bebida
destilada o fermentada en la mano estará rodeado de
espíritus ebrios. Si fuese así, ¿qué sería de nuestros
amigos espíritas que gustan de un vino blanco para
acompañar un filete de pescado, de una cerveza artesanal
para ser apreciada junto con una hamburguesa de carne
picada o de abrir una botella de espumoso en día de
conmemoración en familia?
Lo mejor que tenemos que hacer, por tanto, es aprender a
relativizar, cuidarnos de nosotros mismos y parar de
vigilar la conducta ajena. Eso incluye pasar eso a los
niños y jóvenes de la evangelización.
¡Todo exceso es malo, mi gente! De alcohol, de carne, de
azúcar, de sal, de vanidad, de celo, de curiosidad... Y
de dogmatismo también, como bien observó Ricardo.
Observación:
¿De dónde Ricardo habrá sacado la información de que fue
servido vino en la comida en conmemoración de la primera
edición de “El Libro de los Espíritus”? Simple: el hecho
se dio en Francia, donde el vino es un patrimonio
cultural. No hay como pensar en una comida formal sin la
presencia de un buen vino, que seguro fue utilizado para
armonizar el menú, y no para que los presentes metiesen
el pie en la jaca, como se diría por ahí. Además de eso,
¿el espírita brasileño que aun no aprendió a relativizar
querría que hubiese sido servido lo que en una comida de
esa monta en suelo francés? ¿Guaraná? ¿Agua mineral? ¿Zumito
de maracujá? El país es otro, la cultura es otra. No
perdamos esa información de vista.